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Haití: España da de beber al más sediento
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Haití: España da de beber al más sediento

Entre 2010 y 2017 España habrá invertido 170 millones de dólares para mejorar el acceso a agua y saneamiento. En el país más pobre de América, la sostenibilidad de las inversiones es la gran incógnita

Foto: Los quioscos proveen agua potable barata a la población más desfavorecida de Puerto Príncipe. (M. García Rey)
Los quioscos proveen agua potable barata a la población más desfavorecida de Puerto Príncipe. (M. García Rey)

Lisa hace la colada en un riachuelo de Pétionville, el barrio más pudiente de Puerto Príncipe, la capital de Haití. Colina arriba, la silueta del hotel Karibe, uno de los más lujosos de la capital, está a tiro de piedra. El agua baja gris entre toneladas de desechos. Lisa, de 28 años, muestra el vientre desnudo de un embarazo avanzado mientras su hijo corretea entre otras mujeres que lavan la ropa entre cánticos y sonrisas. En un momento determinado, la joven encinta levanta la cabeza y dice con ojos entristecidos: “Somos la miseria”.

Lisa camina todos los días más de media hora hasta allí, donde hay un grifo que provee agua no tratada. “Soy haitiana, no tengo miedo a los microbios. Bebo de esta fuente porque no tengo dinero para comprar agua potable. Si cojo una infección, me tomo un alpalide [paracetamol] y ya está”, dice sin parar de frotar la ropa. Un bidón de agua de 19 litros le vale cinco gourdes, unos nueve céntimos de euro. Dos píldoras de alpalide cuestan el doble.

Al fondo de la escena, cinco veinteañeros fuman, bromean y ven la vida pasar. En Haití, aprovisionarse de agua, potable o no, es una aventura diaria para la gran mayoría de la población, una tarea que suelen asumir las mujeres y los niños.

Jackson Plaisir, responsable del Comité de Agua de Jalousie, una barriada de favelas de Puerto Príncipe, explica que es muy importante que haya suministro de agua potable cerca de las casas, porque muchas mujeres son violadas cuando van lejos a buscarla. Al preguntarle por esta realidad a Lisa, soltera, baja la cabeza y esboza una sonrisa amarga. Ni una palabra sale de sus labios.

En enero se cumplió el quinto aniversario del terremoto que en 2010 devastó buena parte del país y acabó con la vida de unas 220.000 personas. Antes de esta tragedia, Haití ya era el país más pobre de América. La mirada cercana de la sociedad haitiana sobrecoge, al igual que sus números macroeconómicos. Sólo un dato: el PIB per cápita en 2013 fue de 820 dólares; el de España, 29.863.

Además de pobre, Haití es un país donde sólo 63 de cada 100 habitantes tienen acceso a agua protegida –no necesariamente potable–, la cifra más baja del hemisferio norte. Y sólo 25 de cada 100 haitianos pueden hacer sus necesidades en lugares habilitados para tal fin. En Puerto Príncipe, cuya población se estima en unos 3,2 millones de personas, similar a la de Madrid, sólo 40.000 domicilios están conectados a la red legal de agua corriente.

Haití es un país fallido con infraestructuras muy débiles, sin un solo metro de alcantarillado, donde está a punto de inaugurarse la primera estación potabilizadora y donde las pocas plantas de tratamiento de residuos no funcionan en su mayoría. Una tierra donde la falta de salubridad ha favorecido la propagación de una epidemia de cólera que entre 2010 y 2014 ha afectado a 719.650 personas, de las que han muerto 8.775. Sólo en 2011, seis de cada diez casos de cólera en el mundo se dieron en Haití.

En este contexto, la cooperación española ha comprometido 170 millones de dólares entre 2010 y 2017 para mejorar la cobertura de agua potable y saneamiento de la población. Esta cantidad sitúa a Haití como el país que más dinero recibe del Fondo de Cooperación para Agua y Saneamiento.

Los proyectos tienen muchas luces y algunas sombras. Partir de cero en un lugar sin apenas infraestructuras está ofreciendo resultados positivos y visibles a corto plazo. El reto principal reside ahora en la sostenibilidad de las inversiones cuando la ayuda española se haya ejecutado y la gestión quede en manos de las instituciones haitianas.

España, baluarte de la institución gestora del agua

“El Fondo del Agua ha tenido un gran impacto en todos los países, pero en Haití va a cambiar un sector”, asegura el coordinador del programa en el país, Sergio Pérez, quien hace de enlace entre la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), las autoridades haitianas y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Este aporta 49 millones de dólares al único proyecto multilateral, con un presupuesto total de 70 millones. Los 100 millones restantes comprometidos para Haití se gestionan entre España y el país caribeño.

“Desde los ochenta se ha deteriorado tanto el sistema del agua que el Estado la provee a sólo un 10-15% de la población”, dice Sergio Pérez. Y añade: “Por eso, la apuesta que se ha hecho justifica absolutamente el dinero, a pesar de las dificultades de ejecución que ha habido”.

La DINEPA, institución que gestiona el agua y el saneamiento en Haití desde 2009, está básicamente financiada por fondos españoles. “La AECID es el gran valor de la DINEPA, que existe en un 85% gracias a la AECID. Es su gran socio”, señala Nadège Agustin, responsable haitiana del proyecto bilateral del Fondo.

España decidió en 2005 que Haití sería un país prioritario para la cooperación, y así lo será, como mínimo, hasta 2016. En el decenio 2004-2013, España fue el cuarto Estado donante, con 505 millones de dólares, sólo por detrás de Estados Unidos, Canadá y Francia, la antigua potencia colonial.

La inversión no sólo se justifica por las carencias estructurales de Haití, sino también por la reforma integral de la política en materia de agua. El modelo se basa en dos ejes esenciales: la parte institucional, que trata de formar a la DINEPA para una gestión eficaz de los recursos; y en la construcción y mejora de sistemas de abastecimiento, saneamiento y tratamiento.

“Después del terremoto nos quedamos sin infraestructuras”, apunta el director de la DINEPA, Benito Dulmay, quien añade agradecido: “Garantizo a los contribuyentes españoles que el dinero puesto a disposición del Estado haitiano se está usando para hacer un trabajo de calidad”.

Sostenibilidad de los proyectos: la gran incógnita

Tras una apuesta de 170 millones de dólares hasta 2017, la incógnita que ahora toca resolver es el futuro de estas inversiones cuando el dinero español se haya agotado en un país con gran inestabilidad política y social.

“La DINEPA es una institución muy joven, y de ahí viene nuestra gran preocupación. El Gobierno haitiano tiene que dotar de más presupuesto al sector para que sea sostenible”, asegura Carmen Rodríguez, la jefa de la AECID en el país caribeño.

“Trabajar en Haití es difícil. Es un proceso de experimentación, un campo de pruebas, porque las instituciones son débiles y las infraestructuras muy pobres”, añade el coordinador del Fondo, Sergio Pérez. En ello coincide Gonzalo Robles, secretario general de Cooperación Internacional para el Desarrollo, al indicar que “el proyecto no es sólo de construcción de infraestructuras; es también de suministro sostenible y, por lo tanto, incluye gobernanza del agua”.

Pero una fuente consultada es escéptica sobre la sostenibilidad de los proyectos porque “en Haití no hay conciencia de lo común, no cuidan las cosas”. Y añade: “Hay gente que está a cargo de instalaciones que han costado de 400.000 dólares a tres o cuatro millones y no saben leer. No conocen la asunción de responsabilidad, siempre tiene la culpa el otro”. En Haití es frecuente el uso de la expresión criolla ne pa fòt mwen: “No es mi culpa”.

Gracias a las ayudas de España y del BID se han construido cinco plantas de tratamiento de excretas. Sólo está en funcionamiento una. En los alrededores de la planta de Saint Marc, centro-oeste del país, hay un gran vertedero a cielo abierto sin control alguno. Los camiones del ayuntamiento se dedicaron a verter residuos sólidos cuando sólo estaba preparada para recibir lodos de excrementos. No funciona.

A unos 20 kilómetros al norte de Puerto Príncipe, el sol caribeño baña la planta de excretas de Titanyen. La infraestructura, terminada en 2013 tras dos millones de dólares de inversión, tampoco está operativa desde finales de ese mismo año. Sergio Pérez asegura que ya hay un plan de reparación para estas dos estaciones.

Gentilé Senat, responsable del proyecto rural en el departamento de Artibonite, insiste en que “es importante que por un cierto tiempo España continúe invirtiendo. Tenemos departamentos del noroeste muy pobres que necesitan la ayuda porque apenas tienen acceso a agua potable”.

Las evaluaciones de la ayuda española son un instrumento valioso para conocer si los programas funcionan. En el caso del Fondo del Agua en Haití, tras más de cinco años, aún no hay ningún informe al respecto. De la parte multilateral se empezó a elaborar un estudio intermedio en enero pasado. Sobre el conjunto de la cooperación española en el país caribeño, desde al menos 2005 no se ha realizado ninguna evaluación global. Este año la empresa belga Prospect Consulting & Services comenzará a realizarla.

Más luces que sombras

En una zona rural próxima a la ciudad meridional de Jacmel, de unos 40.000 habitantes, comienza a brotar agua de una tubería. Es una fiesta. Decenas de mujeres y niños acuden raudos con sus cubos para llevar el maná a sus casas. Enrique Menor, responsable del consorcio de empresas españolas Incatema-Metroagua, sonríe. Están haciendo pruebas antes de dotar de cobertura de agua potable a toda la localidad durante 2015. Aunque las obras hayan finalizado con un año de retraso, es un hecho histórico para una de las ciudades más afectadas por el seísmo. El responsable local de la DINEPA, Philippe Eliscar, asegura que en 2016 el sistema será rentable y autosostenible.

A siete horas en coche al norte de Jacmel, las dos últimas por pistas de tierra, se encuentra el pueblo de Grande Saline. A orillas del Caribe, entre salinas, el Fondo del Agua ha llevado por primera vez agua potable a la población. Una planta potabilizadora alimentada por placas solares permite vender agua barata. Marianne Fritz-Rène vive a menos de cuarenta metros de lo que en Haití se llama kiosco: “Estoy muy contenta porque antes no había agua de buena calidad y costaba 65 gourdes (1,17 euros) los cinco galones (casi 19 litros); ahora 15 (0,27) y está al lado de mi casa”. El Fondo también está construyendo aseos para la escuela. Será la primera vez que los alumnos dispongan de este servicio básico.

De vuelta a Puerto Príncipe, la mayor parte de las casas que se extienden en ladera por el barrio marginal de Jalousie lucen con colores vistosos. El periodista Lafontaine Olvid asegura que se pintaron paraagradar la vistade los clientes de los hoteles de lujo. “El dolor continúa a pesar del color”, dice Olvid.

La delincuencia es moneda común en Jalousie. Serge Volcy, de 36 años, es jefe de una zona del barrio y controla dos kioscos construidos gracias a la cooperación española: “En cada parte del barrio hay un líder, sin el líder no puedes caminar. Cuando cambias de calle, puedes cambiar de zona de control y tienes que hablar con otro líder”.

Mientras las mujeres y los niños se agolpan para comprar y portar sobre sus cabezas pesados cubos de agua, Volcy se queja de que los kioscos están situados en zonas bajas, dificultando el acceso a la gente que vive en lo alto. Al mismo tiempo reconoce su conveniencia: “Tienen un carácter comunitario que mejora la vida de los vecinos, crean empleos y ofrecen agua potable”.

Mientras en los hoteles se bebe agua mineral Crystal Geyser, importada de Estados Unidos, camiones de empresas privadas reparten agua a las casas acomodadas. Nadie sabe cómo se sustenta este mercado negro. Jackson Plaisir, responsable de la DINEPA en Jalousie, apunta: “Hay mucha agua en el subsuelo y los camiones la toman de ahí, pero no tenemos los medios suficientes para controlar este problema”.

La burbuja humanitaria, de la que habla el director haitiano Raoul Peck en el documental Assistance Mortelle(2013), no ha logrado dotar de agua potable a la familia de Lisa ni a una población que mayoritariamente vive en condiciones miserables. “Es complicadísimo trabajar en Haití, pero España debe estar allí y hacer lo posible. No se puede abandonar a Haití”, concluye el exdirector del Fondo del Agua, Adriano García-Loygorri.

*Jesús Escudero ha colaborado en la producción de este reportaje.

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Esta información forma parte del proyecto El Fondo del Agua: cómo España abastece a América Latina,ganador en concurso públicode una ayuda periodística internacional gestionada por el Centro Europeo de Periodismoy la Fundación Bill & Melinda Gates. El único contacto con ambas instituciones ha consistido en cumplimentar diversos formularios relacionados con el proyecto, pero en ningún caso acerca de la orientación periodística de los reportajes.

Lisa hace la colada en un riachuelo de Pétionville, el barrio más pudiente de Puerto Príncipe, la capital de Haití. Colina arriba, la silueta del hotel Karibe, uno de los más lujosos de la capital, está a tiro de piedra. El agua baja gris entre toneladas de desechos. Lisa, de 28 años, muestra el vientre desnudo de un embarazo avanzado mientras su hijo corretea entre otras mujeres que lavan la ropa entre cánticos y sonrisas. En un momento determinado, la joven encinta levanta la cabeza y dice con ojos entristecidos: “Somos la miseria”.

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