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Juan Abelló, un buen cazador al que le falló la puntería en las monterías de postín
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EL FINANCIERO SE RETIRA SIN UNA GRAN PIEZA EN SU COLECCIÓN

Juan Abelló, un buen cazador al que le falló la puntería en las monterías de postín

Se asegura que a Juan Abelló Gallo no se le escapaba una pieza de quince puntas, siendo una de las escopetas más reconocidas de España. Protagonista

Foto: Juan Abelló, un buen cazador al que le falló la puntería en las monterías de postín
Juan Abelló, un buen cazador al que le falló la puntería en las monterías de postín

Se asegura que a Juan Abelló Gallo no se le escapaba una pieza de quince puntas, siendo una de las escopetas más reconocidas de España. Protagonista frecuente de los mejores cotos del reino, en los que ha compartido monterías con lo más granado de la nobleza española, con el Rey como gran amigo de armas, al inversor siempre le ha faltado atrapar un bicho de gran tonelaje que colgar en la pared de su carrera profesional.

A diferencia de su mujer, Ana Gamazo Honenlohe, cuya fortuna se remonta a más de 200 años de relaciones económicas y políticas del apellido con los sucesivos regímenes de España, el patrimonio interminable de Juan Abelló tiene orígenes más empresariales y más cercanos en el tiempo, a través de numerosas operaciones que le convirtieron en el inversor por cuyas manos han pasado los mayores movimientos en el tablero del poder corporativo de España.

El origen de su éxito radica en la venta de Antibióticos, una incursión en la industria farmacéutica cuyo negocio había aprendido de su padre, propietario de Laboratorios Abelló. Aquella fue su primera gran inversión, realizada ya con el joven abogado Mario Conde a principios de los ochenta. Y el primer gran pelotazo juntos, ya que apenas tres años después de vender la empresa familiar le colocó Antibióticos al gigante italiano Montedison por 58.000 millones de las antiguas pesetas, unos 350 millones de euros del año 1987.

Tras esta operación, a través de la cual entabló una gran amistad con los Botín, la pareja puso la mirilla en el sector financiero, primero con el intento de compra del Banco Urquijo y después con la toma del control de Banesto. Su sagacidad, o la de su mujer, le hizo ver con tiempo que la compañía de Conde no era la mejor y que su camino no debía ser el que habían emprendido otros inversores de éxito, como los Albertos, que en esos finales de los noventa ocupaban con la misma asiduidad las páginas de las revistas del corazón que las secciones económicas de los periódicos generales.

El destino de Conde fueron unas prolongadas vacaciones en el recinto penitenciario de Alcalá Meco, mientras que el de Abelló fue el Consejo de Administración de Banco Santander, trayectorias que demuestran quién fue el más inteligente de la cofradía. Una capacidad para intuir los negocios de lejos que explotó con la compraventa de Airtel, actual Vodafone España, con la que se embolsó más de 600 millones de euros. Apostó, con los Entrecanales y Botín, los otros triunfadores del deal, por la apertura del mercado de las telecomunicaciones cuando Telefónica era el monopolio estatal por antonomasia.

Bien relacionado con los Gobiernos, con independencia del color, empezó a fallarle la puntería cuando se alejó de los dueños del Santander, cansado de ver que don Emilio le cerraba cualquier atisbo de aspirar a la presidencia. Cambió de socio y se fue con Luis del Rivero, un ingeniero con aspiraciones de rey del casino con el que intentó el asalto a BBVA. Escopetazo al aire, fallo estrepitoso una vez entrado en los sesenta, momento en el que ya formaba parte de la prestigiosa lista Forbes. Se había alejado del propietario del primer banco de España y enemistado con el presidente del segundo.

Con ganas de resarcirse, puso en el objetivo cazar la cornamenta de Repsol, de la que llegó a comprar el 20% sin poner casi un euro del bolsillo a través de Sacyr. Ruina total tras numerosos intentos de ocupar la presidencia de la petrolera en colaboración con Caixabank, que acabó este año con la venta con fuertes pérdidas de su 13% de la constructora. Una retirada tardía, un paso atrás que reflejaba que sus mejores años habían pasado: conforme más grande era el trofeo, más erraba el tiro.

Inteligente, hombre de palabra, amante del arte, en el mundo financiero siempre ha tenido fama de ser un vividor empedernido. A Abelló siempre le gustó cazar todo tipo de presas de estilos muy apreciados, con pleno conocimiento de su familia. Cuatro hijos que tienen la responsabilidad de gestionar una gran herencia y una cartera de inversiones menores a través de Torreal, un portfolio de apuestas más rentables, de menos riesgo y con baja exposición mediática, salvo la incursión en laSexta.

El peso de la responsabilidad recae en Cristian Abelló Gamazo, sobre el que se habla de su capacidad para escuchar, para dejarse aconsejar y para decidir, como el padre, con firmeza. Con la ayuda o sin ella de Pedro del Corro, el actual alma mater de Torreal, el tiempo dirá si tiene la misma virtud que su progenitor exhibía en sus tiempos más mozos. Una etapa dorada en la que hizo una fortuna ingente, con investigación de Hacienda de por medio, que no supo rematar con una corona cinegética como habría sido una presidencia de las cinco grandes del Ibex 35.

Se asegura que a Juan Abelló Gallo no se le escapaba una pieza de quince puntas, siendo una de las escopetas más reconocidas de España. Protagonista frecuente de los mejores cotos del reino, en los que ha compartido monterías con lo más granado de la nobleza española, con el Rey como gran amigo de armas, al inversor siempre le ha faltado atrapar un bicho de gran tonelaje que colgar en la pared de su carrera profesional.

Juan Abelló