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Los ‘amigos’ que Aznar entierra en sus memorias: de Jaume Matas a Miguel Blesa
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SE OLVIDA DE VILLALONGA, HOYOS, FABRA, ETC...

Los ‘amigos’ que Aznar entierra en sus memorias: de Jaume Matas a Miguel Blesa

A finales del mes de noviembre del 2005, un año después de dejar el poder, José María Aznar recibía en su despacho oficial de Faes en

Foto: Los ‘amigos’ que Aznar entierra en sus memorias: de Jaume Matas a Miguel Blesa
Los ‘amigos’ que Aznar entierra en sus memorias: de Jaume Matas a Miguel Blesa

A finales del mes de noviembre del 2005, un año después de dejar el poder, José María Aznar recibía en su despacho oficial de Faes en medio del oropel y la ayudantía propia de un primer ministro que ya no era. Rondaban las cinco de la tarde, venía de almorzar y, con gran condescendencia, encendió un enorme puro para a continuación retomar su tan traído discurso: “Durante mi mandato quise sacar a España del rincón de la historia...”.

El encuentro fue una balsa de aceite. Nada ni nadie parecía quebrar su quietud. Sólo se le atragantó el puro cuando le hicieron una pregunta: “¿Usted pondría la mano en el fuego por todos sus colaboradores?”. Entonces, mirando desdeñosamente, como si le hubieran lanzado un escupitajo al rostro, respondió con voz apenas perceptible: “Sí, creo que sí...”

La escena tuvo lugar unos años antes del estallido de Gürtel, la trama que tuvo como cerebro a Francisco Correa y cuya expansión se produjo con Aznar como jefe del Partido Popular. Algo similar le ocurrió en su corto paso por Castilla y León, donde tuvo de consejero de Economía al leonés Miguel Pérez Villar, que fue condenado a 8 años de inhabilitación por el Tribunal Supremo por prevaricar en la concesión de subvenciones de su departamento. De todo ello, Aznar no recuerda ni una sola palabra en sus memorias. De hecho, se limita a decir sobre el personaje: “me interesó porque era extraordinariamente proactivo; tenía mentalidad de emprendedor…”. Y tanto.

“Juan y yo entramos el mismo día en el colegio”

Aznar siempre se ha rodeado de personas que, por una razón u otra, han resultado piedra de escándalo. Uno de ellos fue Juan Villalonga Navarro, que exigió -en aras a su amistad con el entonces jefe de Gobierno- la presidencia de Telefonica. Villalonga ya vendía esa relación en los circuitos financieros internacionales meses antes de la llegada de su amigo al poder y dejaba que la leyenda de esa asesoría diera sus frutos.

De las polémicas operaciones de Villalonga en Telefonica, todavía con un fuerte componente público, hablaba todo el mundo –desde la compra de la productora holandesa Endemol, casi un billón de pesetas en su precio pagado por Telefonica, pasando por las stocks options, la firma de un acuerdo con Bernard Ebbers, presidente de Worldcom, que acabó  en la cárcel, y la Operación Terra-. Villalonga fue obligado a largarse a toda prisa por presiones de La Moncloa cuando el castillo comenzaba a desmoronarse. La Fiscalía se abstuvo de actuar.

En sus Memorias I (página 63), Aznar le despacha de esta guisa: “De los años de El Pilar, mis dos mejores amigos eran Juan Villalonga y Juan Manuel Hoyos (McKinsey)… Juan y yo entramos en el colegio el mismo día y nos pusieron en la misma clase y los dos vivíamos para jugar al fútbol…”. Punto. Ni una sóla referencia más. En cambio, años después, mientras daba cuenta del puro en su despacho de Faes, aducía lacónico: “Yo nunca fui partidario de que Villalonga fuera presidente de Telefonica…”.

“Una moneda al aire para quedarse el mejor inmueble”

Miguel Blesa es otro de los personajes principales del aznarismo, que hizo carrera financiera y enorme fortuna (desde un oscuro rincón funcionarial y burocrático de inspector fiscal) gracias a su amistad personal con Fazmatella S.L., la sociedad de los Aznar.

Estos días es noticia y carne de cañón judicial en medio de una alarma social creciente por sus andanzas en Caja Madrid y sus oscuros tejemanejes en la otrora acaudalada entidad financiera madrileña. Con múltiples operaciones bajo sospecha, acudió a la comisión de investigación del Congreso de los Diputados con cierta chulería digna de mejor protagonista.

Aznar le defendió incluso cuando abrió la caja de la entidad madrileña a IU, CCOO, UGT y FAES, naturalmente. Pero muy especialmente cuando Esperanza Aguirre le quiso echar a patadas al conocerse sus andanzas y fechorías. Blesa se resistía.

Sin Aznar como punto de apoyo, Blesa seguiría poniendo estampillas en la delegación de Haciendas de Logroño. Hoy es multimillonario y se ríe, incluso en sede parlamentaria, de los miles de incautos pequeños inversores arruinados (preferentes) que confiaron en su gestión y su honestidad.

Pues bien, el expresidente le cita en dos ocasiones para decir que, cuando llegaron a Logroño los dos matrimonios, buscaron juntos piso de alquiler y lanzaron una moneda al aire para ver quién de ellos se quedaba con el mejor inmueble.

El otro amigo, Juan Manuel Hoyos, llegó a presidente en España de McKinsey, una consultora empresarial estratégica. Es el amigo más silente y a la vez el más práctico. De hecho, durante esos años, las empresas dependientes del Gobierno tal que Telefonica, Repsol o Endesa pagaron millonadas a la consultora de Hoyos, así como a Boston Consulting Group, curiosamente donde comenzó su carrera profesional, en la oficina de Nueva York, el hijo mayor del presidente. De todo esto, naturalmente, la memoria del ex está en blanco.   

El ‘fantasma’ de Jaume Matas

Eduardo Zaplana es uno de los que puede presumir de más citas en el quinto libro de Aznar. Todas para bien. Aunque su nombre sale en un puñado de operaciones controvertidas cercanas al PP levantino (Terra Mitica, pagos a Julio Iglesias, gastos faraónicos, etc…), ningún juez le ha imputado.

En cambio, el juez José Castro sí tiene tomada la medida a uno de los políticos más en la picota, Jaume Matas, amigo íntimo de Zaplana. Fue éste el que sugirió a José María Aznar que nombrara al mallorquín ministro de Medio Ambiente con el objetivo fundamental de hacer los trasvases de los grandes ríos con ingentes presupuestos que controlaba el sospechoso Matas.

Pues bien, Aznar ni siquiera le reconoce en el mencionado libro. Simplemente para él no existe. Un colaborador que él sentó a la mesa del consejo de ministros y que ahora parece haberse converitdo en un fantasma.

Francisco Correa (Gürtel) tampoco es objeto de referencia alguna por parte del expresidente. El jefe de la trama declaró ante el juez que conoció al entonces presidente del PP gracias a su hermana Elvira (publicista) y a través de ella pudo trabajar durante muchos años (es decir, justo hasta la llegada de Rajoy, en el 2004) en el Partido Popular y en sus corolarios de poder en ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas y para el Gobierno. Tampoco se acuerda ahora de Alvaro Pérez (El Bigotes), del que su mujer Ana, para la que trabajaba, se enamoró ante su capacidad para montarle actos públicos. Aznar pasa de largo en este asunto.

El hombre de las gafas

El expresidente de la Diputación de Castellón y cacique supremo de aquella provincia durante lustros, Carlos Fabra, también ha dejado de existir para el antiguo conducator de la derecha.

No deja de sorprender por cuanto durante años la familia Aznar era agasajada largamente cada verano o puente que se desplazaba hasta Oropesa del Mar para disfrutar de la hospitalidad del dueño de Porcelanosa, que cedía su fabulosa mansión al jefe del Ejecutivo. Es decir, por un lado José Soriano, en lo civil; por otro, Carlos Fabra por lo político y de lo público. Tampoco existe.

Lo mismo se puede decir de Bersluconi. El flechazo Aznar-Berlusconi fue rápido y total. Un viaje a Milán en el avión privado del transalpino (JMA todavía no había llegado a la Moncloa) fue suficiente para intercambiar poder mediático (Telecinco) por influencia política en Europa. A partir de ahí, las relaciones se fueron estrechando.

Sabido es por todo el mundo los viajes de Aznar y su familia a la acaudalada Cerdeña de Berlusconi, sus paseos en su megayate y la relación especial del expresidente con el empresario y político condenado por corrupción. Hasta el punto de que, siendo primer ministro en ejercicio, asistió al bodorrio de El Escorial. Lo mismo que Blair. Sin embargo, a Blair lo cita hasta en cinco ocasiones. De Silvio abjura directamente. No está ni de moda ni bien visto.

Juan José Lucas, uno de los artífices de la formación del Partido Popular como organización y fuerza política –mérito que corresponde directamente a Aznar-, que acompañó al entonces comandante en jefe en ese viaje que comenzó en 1989, suele decir que los principales beneficiados de la llegada al poder del partido fueron personas que nada hicieron por derrotar a Felipe González. En tono irónico y mordaz suele apuntar los nombres de Villalonga, Francisco González, Blesa y alguno que otro, que se aprovecharon del poder popular para alcanzar sus metas económicas y/o políticas. A la mayor parte de ellos, Aznar ahora los desprecia o los ignora, que viene a ser lo mismo. Sobre todo si los jueces o la opinión pública tienen sospechas respecto a su comportamiento ético.

A finales del mes de noviembre del 2005, un año después de dejar el poder, José María Aznar recibía en su despacho oficial de Faes en medio del oropel y la ayudantía propia de un primer ministro que ya no era. Rondaban las cinco de la tarde, venía de almorzar y, con gran condescendencia, encendió un enorme puro para a continuación retomar su tan traído discurso: “Durante mi mandato quise sacar a España del rincón de la historia...”.

José María Aznar Botella