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Antonio Fernández, el último viaje de ‘El Gitano’
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EL EX CONSEJERO DE EMPLEO ANDALUZ INGRESÓ EN PRISIÓN ESTA SEMANA POR LOS FALSOS ERE

Antonio Fernández, el último viaje de ‘El Gitano’

En la década de los setenta, las bodegas de Jerez aún podían dar fe de la riqueza vitivinícola de Andalucía. Los camiones de Domecq o González

Foto: Antonio Fernández, el último viaje de ‘El Gitano’
Antonio Fernández, el último viaje de ‘El Gitano’

En la década de los setenta, las bodegas de Jerez aún podían dar fe de la riqueza vitivinícola de Andalucía. Los camiones de Domecq o González Byass marcaban el trasiego del sector por los cuatro puntos cardinales. Y en uno de ellos solía viajar, junto al conductor, un joven botones de una bodega que aprovechaba el viaje para ir a Sevilla a examinarse de las asignaturas de Derecho. Aquel chaval, como se suele decir, apuntaba maneras: era trabajador, serio y responsable; pertenecía a una humilde familia de Jerez y estaba decidido a volar por encima de las andanas antes de que el tiempo lo hundiese para siempre en el pozo del conformismo. Era Antonio Fernández, el ex consejero de Empleo de la Junta de Andalucía, quien esta semana ha entrado en la cárcel de Morón por orden de la juez Mercedes Alaya.

El  viajero de la cabina terminó Derecho, entró en el PSOE y se ocupó del departamento de las causas perdidas. Sólo meses después de que ocupara una concejalía o le disputara la alcaldía a Pedro Pacheco, a Fernández lo conocían ya como El Gitano. Era un apelativo cariñoso en una ciudad como Jerez, donde el gitano o flamenco ocupa su sitio en la sociedad lejos de cualquier amago de xenofobia. Fernández era gitano porque tenía esa capacidad de poner de acuerdo a gente  aparentemente irreconciliable, sobre todo en un contexto social en el que a la  aristocracia agraria la separaba de la gente común un pozo sin fondo marcado por la ausencia de la clase media.

Las dentelladas que le marcaron

El cuerpo político de Fernández lleva marcadas las dentelladas de todas las batallas  del PSOE gaditano, el epicentro andaluz del partido, en el que se encuentran desde Manuel Chaves hasta el desaparecido Alfonso Perales, pasando por Luis Pizarro u otros muchos. Perdió batallas y merodeó por las calles como un zombi, se levantó cuando lo creyeron muerto y dio el salto a la vicepresidencia de la Diputación; le disputó la alcaldía a Pedro Pacheco en un enfrentamiento de desclasados en el que el alcalde andalucista trataba de alzarse sobre la aristocracia local desde su condición de hijo de arrumbador de una bodega mientras su oponente socialista hacía lo propio como exbotones del sector.

Cuando Manuel Chaves se asentó en la Presidencia de la Junta de Andalucía y quiso recomponer un equipo de leales, llamó a Fernández para que, primero, dirigiera el Instituto de Fomento de Andalucía y, después, la Consejería de Empleo. Chaves necesitaba la habilidad de El Gitano para sofocar los numerosos focos de tensión laboral, mucho de los cuales amenazaban con estallar en Cádiz, desde Delphi a los astilleros, pasando por la ruina general de una provincia hundida en la ruina. Fernández no decepcionó a su mentor: no había mesa de negociación que se le resistiera ni conflicto que no acabara sofocado, sobre todo si podía estallar a las puertas de unas elecciones.

El precio de la “paz social”

Y es aquí donde se pone en valor el concepto de “paz social”, es decir, la terminología de la que nacen los ERE como instrumentos para salvar situaciones en las que cientos de trabajadores salían por las puertas de las fábricas con la garantía de una prejubilación en las manos. No había territorio que se resistiera. Cuando el presidente Chaves visitaba una zona en conflicto, antes de que se bajara del coche oficial la polvareda amainaba para dejar ver la sonrisa de una masa laboral a la que se le había garantizado la salvación de por vida gracias a los fondos de la Junta.

A estas alturas, entre el puñado de verdades que rodean el caso de los ERE que ha dado con el consejero de Empleo en la cárcel de Morón, hay dos que parecen incuestionables: no es posible que Manuel Chaves e incluso el propio Griñán desconocieran el destino de los casi 700 millones de euros y, en contra de lo que ocurrió con Francisco Javier Guerrero y su chófer, no parece que Fernández se haya metido dinero público en su bolsillo. Eso sí, quizás haya hecho lo imposible por que los fondos sirvieran para comprar una paz social sobre la que durante lustros se ha asentado el poder del PSOE en el plano sociolaboral de Andalucía.

A medida que se cubría el objetivo de la paz social, el dinero transitaba por los vasos comunicantes del partido hacia empresas de militantes y cargos públicos en una orgía de millones de euros. La consejería se convirtió en una central de apaños y Fernández se encontró inmerso en una vorágine de favores que se extendió por prostíbulos y camellos. Dónde está la raya que marca la responsabilidad del consejero y sus cargos intermedios es algo que está por dilucidar.  

El propio presidente en funciones de la Junta, José Antonio Griñán, ha reconocido que prescindió de Antonio Fernández por entender que se había movido en terreno proceloso. Pero, si así fue, cómo pudo ignorarlo Griñán cuando siendo él consejero de Economía y Hacienda salía el dinero de la caja común del presupuesto.

Fernández sabía que era la pieza que quería la juez

Hace sólo dos meses, Antonio Fernández llegó a comentar en privado que estaba seguro de que la juez Mercedes Alaya iba a por él. Sabía que la instructora quería cobrarse su cabeza como exponente principal del caso y pieza clave para dirigir la mirada hacia Chaves y Griñán. Fernández se mantuvo leal en todo momento, pidió la baja en el partido para evitar el trance de la expulsión y tuvo que aceptar dejar el Parlamento andaluz por orden de Griñán. Pedro Pacheco, que algo debe de saber de la relación entre política y Justicia, ha llegado a comentar en privado también que Fernández cometió el error de prescindir de su aforamiento en un caso en el que se iba a ver abandonado por el partido.

El Gitano sabe demasiado”, comentaba un viejo político socialista gaditano cuando vio a Fernández camino del juzgado. Gaspar Zarrías, Mar Moreno, Jáuregui, Susana Díaz, Luis Pizarro, González Cabaña... Hay muchos compañeros de partido que lamentan el trato recibido por Fernández en el juzgado de Alaya, los cuatro días de declaración y su entrada en prisión. “El Gitano sabe demasiado”. Sin embargo, cuando en la madrugada de la noche del pescaíto de la feria sevillana el exconsejero entró en el furgón de la Guardia Civil que le llevaría a la cárcel, lo hizo manteniendo el tipo y sin síntoma alguno de desfallecimiento. “Tiene la conciencia tranquila”, decía su abogado. “Antonio está entero”, confirmaba alguien de su entorno familiar.

Durante su declaración, el ex consejero llegó a decir que el Consejo de Gobierno de la Junta, y por tanto Chaves y Griñán, sabía lo que se hacía con el dinero de los ERE. No podía ser de otra manera. Sin embargo, el exconsejero no quiso elevar sus palabras al nivel de la implicación de ambos presidentes. Dejó sobre el ambiente el mensaje como un cuervo negro que vuela sobre la mala conciencia de los demás.

A partir de aquí, Fernández parece decidido a mantenerse en la órbita del partido. Es consciente de que cuando el juicio empiece pueden ser otros los que le acompañen y a todos les convenga una estrategia común, excluyendo al Guerrero de la cocaína y a su chófer.

“La trama jerezana”

Poco antes de que Antonio Fernández tuviera conocimiento de que la juez había dado instrucciones para que se llamara al furgón de la Guardia Civil que lo llevaría a prisión, el exconsejero llamó al vicepresidente del Consejo Regulador de Jerez, del que ha sido presidente en los dos últimos años, para decirle que dimitía. Treinta años después, aquel joven estudiante de Derecho que se pagaba la carrera trabajando de botones en las bodegas había llegado al máximo escalafón del sector, la presidencia del Consejo Regulador. Las bodegas de Jerez han pasado por tantas manos como convulso ha sido el mercado internacional del vino. Pero aun hoy, entre las andanas de esas catedrales que todavía se erigen sobre el albero, hay quienes recuerdan con cariño a aquel chaval que apuntaba maneras.

Fernández regó con millones de los ERE las bodegas jerezanas durante su gestión como consejero de Empleo. Tanto que hasta la propia juez se ha referido a la “trama jerezana” del caso en la declaración del exconsejero. “El Gitano siempre tuvo buen corazón”, dice un empresario del sector venido a menos. Y al margen de la valoración política que se vierta, todo apunta a que hay muchos, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro, que no han visto con demasiado agrado el último viaje de El Gitano en el furgón que le llevó a la cárcel de Morón escondido entre la bulla y el estruendo de la primera madrugá de una feria de abril preñada de malos presagios.

En la década de los setenta, las bodegas de Jerez aún podían dar fe de la riqueza vitivinícola de Andalucía. Los camiones de Domecq o González Byass marcaban el trasiego del sector por los cuatro puntos cardinales. Y en uno de ellos solía viajar, junto al conductor, un joven botones de una bodega que aprovechaba el viaje para ir a Sevilla a examinarse de las asignaturas de Derecho. Aquel chaval, como se suele decir, apuntaba maneras: era trabajador, serio y responsable; pertenecía a una humilde familia de Jerez y estaba decidido a volar por encima de las andanas antes de que el tiempo lo hundiese para siempre en el pozo del conformismo. Era Antonio Fernández, el ex consejero de Empleo de la Junta de Andalucía, quien esta semana ha entrado en la cárcel de Morón por orden de la juez Mercedes Alaya.

José Antonio Griñán