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Crónicas del despilfarro: Cantabria, zoos y cuevas pero pocas autovías
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LA COMUNIDAD EMPRENDIÓ PROYECTOS DELIRANTES DURANTE DÉCADAS

Crónicas del despilfarro: Cantabria, zoos y cuevas pero pocas autovías

Si el derroche fuera épica, los juglares de Cantabria empezarían por cantar las hazañas de Juan Hormaechea, exalcalde de Santander y tercer y quinto presidente de

Foto: Crónicas del despilfarro: Cantabria, zoos y cuevas pero pocas autovías
Crónicas del despilfarro: Cantabria, zoos y cuevas pero pocas autovías

Si el derroche fuera épica, los juglares de Cantabria empezarían por cantar las hazañas de Juan Hormaechea, exalcalde de Santander y tercer y quinto presidente de Cantabria -moción de censura y reelección mediante-, que desde la Transición hasta su inhabilitación judicial en 1994 protagonizó una berlusconiana biografía política que incluyó saltos de uno a otro partido -del Popular a uno personal, y después a Frente Nacional-, escándalos mediáticos de todo tipo y sobre todo, faraónicos y delirantes proyectos zoológicos.

Fue Hormaechea quien, siendo alcalde de Santander, decidió construir empotrado sobre unos riscos en la Península de la Magdalena, hasta entonces impracticables, un parque con pingüinos, focas, leones y osos polares. El diminuto zoo se le quedó, precisamente, pequeño cuando accedió a la presidencia de la Comunidad y, en 1990, Hormaechea decidió crear el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, un proyecto en el municipio de Pénagos que perseguía la modesta intención de convertirse en “el mayor parque zoológico de Europa”.

El recinto se emplazó en un macizo kárstico, elección personal del presidente, considerado punto de especial interés geológico en el Inventario Nacional del Instituto Geológico y Minero de España, y a su vez sobre una cantera de hierro cuya explotación se remontaba a época romana, cuya veta de mineral no había acabado de extraerse. Por alguna razón tampoco se compró el suelo antes de construir, sino que durante varios años se alquilo a precios estratosféricos a Altos Hornos de Vizcaya. La inversión inicial se estimó en 2.000 millones de pesetas, que luego resultaron ser más del doble, sufragados por Cantur, la empresa pública de promoción turística dependiente del Gobierno de Cantabria.

Entre los delitos probados de Hormaechea, por los que fue condenado a pena de cárcel en 1994 y de nuevo en 2002, figuran la malversación y la prevaricación; entre los que le atribuye la tradición oral, que con el paso del tiempo ha investido al expresidente casi personaje de leyenda, figuran historias como las de Sultán, toro semental y canadiense, gravemente herido durante una monta pese a los 100 millones que costó al común de los contribuyentes montañeses, o una con mucho predicamento en el boca a boca -aunque nunca judicialmente probada- sobre el supuesto desvío de fondos para construir una piscina climatizada donde naciera, como entre acuáticos algodones, un pequeño hipopótamo cántabro. A Juan Hormeachea, está claro, le gustaban los animales. Extremo que él mismo, incondicional del exabrupto, llegó a confirmar en cierta ocasión: “Me encantan los animales –aseguró–. Y si son hembras y con dos patas, mejor”.

Maraña de órdenes de derribo

Hasta la llegada de la otra gran personalidad mediática en la presidencia de Cantabria -Miguel Ángel Revilla- aconteció un interludio en que presidió hasta 2003 el popular José Joaquín Martínez Sieso; una personalidad que haría honor a su nombre en lo mediático pero que impuso, en el apartado de gastos, un perfil mucho más moderado que su antecesor.

Fueron varias, no obstantes, las inversiones controvertidas en las que embarcó a su Gobierno, y muchos los reproches que la opinión pública hizo a su estilo, volcado en la reordenación del proceso urbanizador del litoral montañés al uso mediterráneo -lo que hoy se traduce en una maraña de denuncias y órdenes de derribo- y el desoído sistemático del imperativo ecológico o estético en una comunidad eminentemente rural y turística.

Algo que entendió mejor Miguel Ángel Revilla, del PRC -Partido Regionalista Cántabro-, según dicen con frecuencia los analistas que glosan sus aciertos: pese a tener un zoo de proporciones bíblicas o un gigantesco Palacio de Festivales chapado en cobre, Cantabria seguía siendo una región rural, escasa e infraestructuras y unida por autovía solamente con Bilbao. Los esfuerzos de Revilla, tanto dialécticos como reales, abundaron en esa dirección: “Las televisiones autonómicas -comentó en cierta ocasión sobre el particular de que en Cantabria no hubiera ninguna- son el mayor despilfarro de España” y “cuestan al contribuyente 3.000 millones de euros” con los que él, aseguró, “podría construir veinte carreteras”.

El revillismo

El carismático líder, no obstante, mostró poco tino a la hora de rentabilizar los activos de la región o, según dicen muchos de sus detractores, simple desapego por los proyectos que no consideraba propios.

La reproducción de la Neocueva de Altamira, por ejemplo -una iniciativa del anterior Ejecutivo- se abrió en 2001 como resultado de una inversión multimillonaria que pretendía paliar el impacto económico que implicaba para Santillana del Mar el cierre de la cueva original. 24 millones de euros, aparte del museo y la arquitectura de Juan Navarro Baldeweg -“que se integra con el paisaje”- que Revilla nunca ha demostrado intención de rentabilizar porque, pensaba él, lo que había que hacer era reabrir la cueva original.

“La postura de Cantabria -afirmaba poco antes de las elecciones- es inamovible: cueva abierta ya”. Y explicó que, cuando ocurriera, el primero en visitarlas sería Barack Obama, a efecto de lo cual anunció que hasta ya tenía redactada la carta. “Y en inglés”, apostilló. Pese a que hubiera sido un revulsivo económico para la zona -y un evidente peligro para el estado de conservación de las pinturas, como denunció la revista Science-, muchos vieron en este gesto no tanto la estrategia de explotación turística como sí el personal empeño de Revilla por la universalización mundial de su propio yo.

Similar ha ocurrido con el proyecto de El Soplao, que en 2005 habilitó la singular cueva de Valdáliga para su explotación turística -incluyendo luces, hormigón en el suelo y trenecito minero para entrar en ella- mientras que museos como el Marítimo del Cantábrico o el Regional de Prehistoria y Arqueología quedaban olvidados. O con el teleférico de Fuente Dé, en el valle de Liébana, uno de los activos más rentables de Cantur del que el Gobierno, no obstante, parece acordarse sólo en época de año jubilar lebaniego. 

Vuelta a lo privado

Y es que Cantabria acoge en el monasterio de Santo Toribio de Liébana el cuarto lugar santo de la cristiandad -después de Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela- y eso es algo que Revilla quiso rentabilizar. Tanto es así, que cuando el nuevo Gobierno de Ignacio Diego tomó posesión en mayo de 2011, el más pintoresco de los hallazgos que hizo fueron varios cientos de cajas con merchandising jubilar a granel: peluches, tazas, gorras, abanicos, jerséis, mecheros o figuras, entre otros, olvidados en un almacén del santanderino polígono de Raos y rotulados con varios de los eslóganes de lo cántabro acuñados a lo largo de los años por la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de Cantabria de Revilla. El tesoro incluía 350 cajas de cachivaches con la leyenda “Año Santo Lebaniego 2006” y “Liébana, Tierra de Júbilo” que la empresa Puzzle Producciones, a petición del anterior Gobierno, fabricó poco antes de las elecciones y cinco años después del propio año jubilar, nadie sabe muy bien por qué.

Como hicieran sus antecesores populares, Ignacio Diego ha devuelto el foco de atención a lo urbano y ha incentivado la creación de grandes proyectos privados en la capital montañesa. En el presente forma triplete con el expresidente Martínez Sieso -al que ha nombrado presidente de la Autoridad Portuaria de Santander- y el alcalde Íñigo de la Serna en la promoción del Centro Botín, un museo y centro interdisciplinar con diseño del premio Pritzker Renzo Piano proyectado por la Fundación Botín y financiado íntegramente por el Banco Santander. Un centro que será “de referencia mundial” y “pionero en la formación de creatividad”, en palabras del propio Emilio Botín, y que pretende completar un hipotético eje cultural cantábrico junto al Guggenheim de Bilbao y el más que comprometido Niemeyer de Avilés.

“Un regalo para la ciudad de Santander”, ha explicado De la Serna, quizás para excusar las múltiples controversias en las que está envuelta su aparente política de plegarse sistemáticamente a los imperativos de la Fundación, como construirlo en una bahía que hasta hoy era abierta -y no en el barrio pesquero, donde se proyectó en un primer momento como factor de rehabilitación, siguiendo el modelo Guggenheim- y hacerlo en parte suspendido sobre el mar pese a los estudios independientes que han denunciado su inviabilidad.  Sólo el tiempo, unido en este particular al imperio de la ley de la gravedad, acabará por dar la razón a una u otra parte. 

Si el derroche fuera épica, los juglares de Cantabria empezarían por cantar las hazañas de Juan Hormaechea, exalcalde de Santander y tercer y quinto presidente de Cantabria -moción de censura y reelección mediante-, que desde la Transición hasta su inhabilitación judicial en 1994 protagonizó una berlusconiana biografía política que incluyó saltos de uno a otro partido -del Popular a uno personal, y después a Frente Nacional-, escándalos mediáticos de todo tipo y sobre todo, faraónicos y delirantes proyectos zoológicos.