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El tío mártir del socialista Torres Mora: fusilado y torturado por su fe
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PONENTE DE LA LEY DE LA MEMORIA HISTÓRICA

El tío mártir del socialista Torres Mora: fusilado y torturado por su fe

 “A Juan Duarte Martín le arrancaron los genitales con una navaja de afeitar, le machacaron las tripas, abrieron su cuerpo en canal, como el de un

Foto: El tío mártir del socialista Torres Mora: fusilado y torturado por su fe
El tío mártir del socialista Torres Mora: fusilado y torturado por su fe

 “A Juan Duarte Martín le arrancaron los genitales con una navaja de afeitar, le machacaron las tripas, abrieron su cuerpo en canal, como el de un cerdo y, todavía vivo, lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego junto al arroyo Bujía, en Álora (Málaga). Durante días, milicianos dispararon sobre el cuerpo muerto, que quedó semienterrado durante siete meses, hasta que sus familiares obtuvieron permiso para recoger sus restos y darles cristina sepultura”.

La historia del tío mártir del diputado socialista José Andrés Torres Mora, puede herir la sensibilidad de algunos lectores, como todas aquellas salvajadas que en nombre de una causa u otra se hicieron en nuestro país durante los capítulos más negros de la Guerra Civil. Un relato escalofriante y atroz, muy presente en la memoria histórica de la familia del joven seminarista torturado y ajusticiado por las milicias republicanas el 15 de noviembre de 1936. El periodista Jesús Bastante la ha recuperado del olvido en el libro Mártires por su fe, la historia de los otros muertos durante el conflicto, de aquellos que menos se acuerda el subconsciente colectivo, la de “los católicos asesinados durante la Guerra Civil” y elevados a los altares por el Vaticano en octubre de 2007.

“En mi familia la memoria del tío Juan era la memoria del mártir, la del que muere por sus ideas, por sus valores, por su fe”, recuerda en el libro el hoy diputado socialista José Andrés Torres Mora, jefe de gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero durante sus años en la oposición y, paradojas del destino, ponente socialista de la recientemente aprobada Ley de Memoria Histórica. La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega confió en él esa responsabilidad, sin conocer los antecedentes familiares del tío-abuelo de Torres Mora, asesinado por la sinrazón de la izquierda en los primeros meses de la guerra.

Ocho días de torturas

El martirio del pobre Duarte a sus tiernos veinte años resulta escalofriante solo de imaginarlo. Declarada la guerra, en algunas zonas de España se persigue de forma implacable a los religiosos. Los buscaban en los seminarios o incluso en sus propias casas, como fue el caso de Duarte, que fue delatado por una de sus propias vecinas. Jamás quiso ocultarse en un zulo para escapar de las amenazas, aunque sí que tomó precauciones y se recluyó en la casa de sus padres en un intento por permanecer a salvo. Algo que logró hasta el fatídico 7 de noviembre de 1939. “Alguien le vio asomarse a una pequeña ventana para respirar aire puro”, confiesa en el libro de Bastante la hermana de Duarte, Carmen, también religiosa-. “Mi madre no pudo impedir que entraran y se lo llevaran. En todo momento, Juan mantuvo la entereza y la serenidad, pero a mi madre… se le tuvo que desgarrar el corazón”.

A partir de ahí empezaría una semana de continuas torturas más allá de lo imaginable y de lo soportable. “No sé si seré capaz de aguantar el martirio si llega el momento”, le confesaría Duarte a uno de sus compañeros del seminario. Pero por más que lo intentaron, jamás apostató de su fe. Una actitud que, por lo que se ve, no hacía más que envalentonar a los demonios de sus captores. Palizas diarias, introducción de cañas bajo las uñas, aplicación de corriente eléctrica en los genitales, paseos por las calles entre burlas y bofetadas… “Mi hermano sufrió un martirio de ocho días. Le daban palizas de tres horas, con corrientes eléctricas diarias. Le pusieron delante malas mujeres para que rompiera su voto de castidad, pero él las rechazó. Entonces, los milicianos cogieron una navaja, fueron a la cárcel y le cortaron sus partes”.

Tamaña villanía porque Duarte no accedió a corromperse ante la seducción de una joven que quería tenderle una trampa. “Un día, vimos cómo hicieron entrar a una muchacha (las crónicas mencionan su edad, 16 años), con la misión de seducirle, y luego denunciar que el chico la había violado”, prosigue en el libro la hermana de Duarte. “Pero como él se negó (“no le he podido convencer”, parece que le dijo la joven), uno de los milicianos llegó a la cárcel y, con una navaja de afeitar, le castró y entregó sus testículos a la chica, que los paseó por el pueblo”. A pelo. Juan Duarte perdió el conocimiento del horror. Al recobrarlo, sólo supo preguntar, una y otra vez: “¿Qué me han hecho?”.

La noche del 15 de noviembre de 1936, “ya medio muerto, con las piernas partidas” –sostiene la religiosa-, un comando fue a buscarle al calabozo y lo bajaron hasta el arroyo Bujía. Lo tumbaron en el suelo y con un machete lo abrieron en canal de abajo arriba, le llenaron el vientre de gasolina y le prendieron fuego. Durante este proceso, sin dejar de chillar, los verdugos pudieron escuchar cómo Juan Duarte sólo decía: “Yo os perdono y pido a Dios que os perdone… ¡Viva Cristo Rey!”.  “Durante varios días -prosigue la hermana Carmen-, algunos milicianos, por diversión supongo, continuaron disparando al cadáver, que quedó insepulto hasta que un hombre que vivía cerca y que había visto las llamas, se acercó y, viendo que mi hermano estaba muerto, lo enterró en el arroyo”.

“La Ley de Memoria honró a todos”

Casos como éste, más o menos espeluznantes recorren las páginas de Mártires por su fe, de necesaria lectura en estos tiempos en los hay quien clama por remover e investigar en los crímenes del Franquismo y de la Guerra Civil aún pasando por encima de la Ley de Amnistía que perdonó en su día aquellas atrocidades. 

El propio Torres Mora asistió también en el Vaticano a la beatificación de su tío abuelo, uno más entre los 498 mártires españoles que fueron así distinguidos por la Iglesia Católica. Pocos días después defendería también en la tribuna del Congreso el proyecto de Ley de Memoria Histórica. “Me sentí contento de poder hacer ambas cosas. Honrar a mi familia y honrar mis ideas políticas”, confiesa. “No es tarea de una cámara de representantes escribir la historia, sino hacerla; ni juzgar delitos, sino hacer leyes. Lo cierto es que había una demanda social de una Ley de Memoria. Los críticos a la ley sostenían, no sin razón, que no era un clamor imperioso y generalizado. Pero, ¿cuántas leyes son el fruto de un clamor imperioso y generalizado? Aunque hubiera sido una sola persona la que nos hubiera pedido la ley, la hija anciana de un jornalero republicano asesinado solo por defender sus ideas, ¿hubiera sido justo negársela?”

“Pese a lo que anunciaban algunos agoreros, en ninguno de los dos actos pasó nada malo”, concluye. “La Ley honró a todos al permitir que cada uno honrara a los suyos. La Iglesia lo hizo en Roma con los cristianos, y los partidos y organizaciones que reivindican la memoria de los republicanos también han hecho lo mismo. Yo pienso que todos los que fueron víctimas de la violencia y de la injusticia a causa de sus ideas son nuestros muertos. Todos merecen ser llorados y honrados. Eso es también lo que piensa la inmensa mayoría de la sociedad española”.

 “A Juan Duarte Martín le arrancaron los genitales con una navaja de afeitar, le machacaron las tripas, abrieron su cuerpo en canal, como el de un cerdo y, todavía vivo, lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego junto al arroyo Bujía, en Álora (Málaga). Durante días, milicianos dispararon sobre el cuerpo muerto, que quedó semienterrado durante siete meses, hasta que sus familiares obtuvieron permiso para recoger sus restos y darles cristina sepultura”.