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De la Vega y Blanco presionaron a Zapatero para que echase ya a Bermejo
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De la Vega y Blanco presionaron a Zapatero para que echase ya a Bermejo

José Luis Rodríguez Zapatero se resistió hasta el último momento a cortar la cabeza de Mariano Fernández Bermejo para evitar que el PP se cobrase una pieza política tan codiciada

Foto: De la Vega y Blanco presionaron a Zapatero para que echase ya a Bermejo
De la Vega y Blanco presionaron a Zapatero para que echase ya a Bermejo

José Luis Rodríguez Zapatero se resistió hasta el último momento a cortar la cabeza de Mariano Fernández Bermejo para evitar que el PP se cobrase una pieza política tan codiciada en vísperas de las elecciones vascas y gallegas. Pero la confesión del propio ministro de Justicia, el pasado jueves, de que había cazado sin licencia, y sobre todo las presiones de María Teresa Fernández de la Vega y José Blanco, que apelaron, precisamente, al efecto positivo que su cese tendría en las urnas, acabaron convenciendo a Zapatero de que debía forzar de inmediato la caída de Bermejo.

"Bermejo no tenía la menor intención de irse a casa, pero admitir que cazó sin tener licencia fue su guillotina", aseguraban ayer a El Confidencial fuentes socialistas. Tras reconocer en una entrevista en televisión, el jueves 19, que carecía de permiso para cazar en Andalucía y que no había "caído en la cuenta" de que se encontraba en Andújar y no en Puertollano -pese a que la localidad andaluza y la manchega distan casi 200 kilómetros-, la marea de voces en el Gobierno y el PSOE exigiendo su dimisión se hizo ya imparable.

El todavía ministro de Justicia, que la víspera había anunciado en el Congreso, en tono desafiante, que no pensaba dimitir -un nuevo gesto de prepotencia que fue jaleado desde los escaños socialistas con gritos de "¡torero, torero!"-, se vio superado por los acontecimientos. O, como sostenía ayer un ex ministro socialista, "se convirtió en el cazador cazado por su torpeza y su chulería. ¿Cómo podía seguir siendo ministro de Justicia alguien que no respeta la ley?". Y el mismo día 19, consciente de que se había quedado sin apoyos, habló con Zapatero y le comunicó por teléfono que presentaba la dimisión. Al día siguiente, durante la reunión en La Moncloa del Consejo de Ministros, Bermejo reiteró su oferta de dimisión.

Pero, en un primer momento, el presidente del Gobierno la rechazó. Zapatero, aunque profundamente irritado por todas las circunstancias que habían rodeado la montería en la que participaron Bermejo y el juez Baltasar Garzón, aún creía que era más conveniente esperar a la próxima remodelación gubernamental para proceder a su relevo; o al menos a que se abiesen las urnas en Galicia y el País Vasco. Según sus cálculos, si entregaba ahora la cabeza de Bermejo -como ya le habían pedido De la Vega y Blanco- el PP se apresuraría a apuntarse el tanto y trataría de rentabilizarlo el próximo domingo en las urnas.

"Un error"

Un día después, el viernes 20, De la Vega apenas pudo disimular su ya creciente malestar durante la rueda de prensa que ofreció en La Moncloa al concluir el Consejo de Ministros. Ante la insistencia de los periodistas, la vicepresidenta se despojó de su habitual prudencia y concedió, visiblemente irritada, que Bermejo había cometido "un error y una inoportunidad". Pero la señal casi inequívoca de que el titular de Justicia tenía las horas contadas vino a continuación: "El Gobierno no tiene como prioridad hacer una ley para que los jueces no puedan hacer huelga", dijo De la Vega.

Era una desautorización en toda regla de Bermejo, que horas después de la histórica huelga protagonizada por los jueces el día 18 amenazó con promover una ley para prohibir nuevas huelgas de togados en el futuro. Por si compartir una jornada cinegética con el juez que instruía la causa contra el PP por presunta corrupción y no haber impedido los paros en los juzgados no hubiesen sido suficientes para colmar la paciencia del Gobierno, Bermejo le daba ahora otra patada al diálogo y el consenso con su amenaza a los jueces. Y, como traca final, fue pillado en falta por abatir venados en Andalucía sin haber obtenido la licencia de caza en esa comunidad.

Para entonces, el clamor en las filas socialistas exigiendo la cabeza de Bermejo era ya general. Esta vez, ni siquiera Alfredo Pérez Rubalcaba salió en su auxilio. El ministro del Interior, uno de los pocos que seguía manteniendo una buena relación con su colega de Justicia, intercedió ante Zapatero tras la victoria electoral socialista del pasado 9-M para que Bermejo, que ya entonces estuvo en la cuerda floja, continuase en el Gobierno, según aseguran las fuentes socialistas consultadas por este periódico.

Esta vez, De la Vega y Blanco también lograron ser persuasivos con Zapatero; pero no para mantener a Bermejo en el cargo, sino para echarlo cuanto antes y evitar un daño tal vez irreparable en el escrutinio del próximo domingo. El número dos del PSOE, que ha instalado su cuartel general en Galicia para supervisar la campaña del candidato socialista, Emilio Pérez Touriño, trasladó a Zapatero el argumento de que el caso Bermejo, unido al temor de un elevado índice de abstención en Galicia -que según sus cálculos perjudicaría más a la izquierda-, podrían poner en grave peligro la reedición del bipartito PSOE-BNG.

Parecidos argumentos empleó la vicepresidenta del Gobierno, que veía "insostenible" la continuidad de Bermejo, una presa que Mariano Rajoy no estaba dispuesto a soltar. Pero si Zapatero lograba arrebatar la pieza de las fauces del PP -forzando la dimisión de Bermejo-, los populares tendrían que enfrentarse de nuevo al fantasma de la supuesta trama de corrupción, parcialmente eclipsada por las correrías cinegéticas del ministro de Justicia. Y un tercer peso pesado del partido, el portavoz parlamentario, José Antonio Alonso, también defendió ante Zapatero la tesis de que Bermejo estaba quemado.

El relevo

De la Vega y Blanco tenían, además, un claro candidato para relevar a Bermejo: el gallego Francisco Caamaño, hasta ayer secretario de Estado de Relaciones con Las Cortes. Caamaño es un hombre del aparato de La Moncloa, que goza de la máxima confianza de De la Vega, de Blanco -al que conoció años atrás en Galicia y posteriormente le presentó a la vicepresidenta- y del propio Zapatero, al que "ya había deslumbrado por su dominio de las leyes y su capacidad de trabajo, y por su labor callada pero eficaz para desempantanar el Estatuto de Cataluña", aseguraban ayer fuentes próximas a La Moncloa.

Caamaño, en las antípodas de Bermejo por su carácter discreto y dialogante, estaba llamado a ser ministro. "Hace menos de un año, Zapatero me dijo que le iba a hacer ministro en la primera ocasión que se le presentara. No necesariamente de Justicia, pero ministro", apuntaba a este periódico un destacado dirigente socialista.

El fin de semana, la suerte de Bermejo ya estaba echada. Ayer, el aún titular de Justicia acudió a La Moncloa para presentar su dimisión a Zapatero. Luego, el presidente del Gobierno telefoneó a Caamaño para comunicarle que hoy será ministro. Oficialmente, Bermejo había dimitido. Pero nadie duda en el PSOE de que han sido Zapatero, De la Vega y Blanco quienes le han destituido.

José Luis Rodríguez Zapatero se resistió hasta el último momento a cortar la cabeza de Mariano Fernández Bermejo para evitar que el PP se cobrase una pieza política tan codiciada en vísperas de las elecciones vascas y gallegas. Pero la confesión del propio ministro de Justicia, el pasado jueves, de que había cazado sin licencia, y sobre todo las presiones de María Teresa Fernández de la Vega y José Blanco, que apelaron, precisamente, al efecto positivo que su cese tendría en las urnas, acabaron convenciendo a Zapatero de que debía forzar de inmediato la caída de Bermejo.