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Alierta anticipa su salida de Telefónica y evita injerencias políticas en su sucesión
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dejará la presidencia en el próximo consejo

Alierta anticipa su salida de Telefónica y evita injerencias políticas en su sucesión

Los últimos meses no han sido fáciles en la relación del ejecutivo con el actual Gobierno en funciones. Basta escuchar los argumentos que se deslizan desde cada trinchera

Foto: Alierta, con el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)
Alierta, con el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)

Cuando en enero de 1989 Cándido Velázquez-Gaztelu tomó el relevo de Luis Solana en la presidencia de Telefónica, la precipitación del cambio, forzado por el entonces ministro de Economía, Carlos Solchaga, provocó que hubiera que llamar deprisa y corriendo a Carlos Viada, en aquel momento consejero-director general de la operadora, para que interrumpiera de urgencia su cura de reposo en la clínica Incosol y regresara a Madrid a fin de tramitar todo el traspaso de poderes. En la empresa heredera del antiguo monopolio, las tentaciones políticas solían jugar estas y otras malas pasadas, dado el peso específico adquirido por la compañía privatizada y el afán del Gobierno de turno en hacer valer sus decisiones a la hora de gestionar un servicio tan público y sensible como son las telecomunicaciones.

[Lea aquí: 'Así es José María Álvarez-Pallete, el delfín de César Alierta en Telefónica']

No es de extrañar que César Alierta haya puesto ahora los cinco sentidos en la definición de un plan de sucesión que, por encima de todo, supone un verdadero hito en el gobierno corporativo de las grandes sociedades cotizadas del Ibex. El presidente de Telefónica deja el cargo a su segundo de a bordo, José María Álvarez-Pallete, un hombre que lleva en la entidad desde 1999 pero que cuenta con tres años de experiencia como consejero delegado bajo la tutela del propio jefe saliente. Alierta ha podido seguir de cerca la carrera del sucesor, anteponiendo su promoción dentro de la empresa por delante incluso de otras personas de su más neta confianza, como pueden ser los casos de Santiago Fernández-Valbuena, antiguo director del grupo para toda Latinoamérica, o de Eva Castillo, que fue también en su día la máxima responsable de Telefónica Europa.

César Alierta deja la presidencia de Telefónica tras 16 años

Las diversas reestructuraciones internas llevadas a cabo en los últimos años fueron eliminando a los diferentes delfines que aspiraban a heredar el cargo del gran jefe si es que este decidía, algún día, poner fin a su etapa en la cúpula ejecutiva de Telefónica. Todo llega en la vida, pero esta vez el presidente de la primera multinacional española ha ejercido con pleno dominio el control de su destino, cuidándose muy mucho de salvaguardar con el mismo afán la soberanía de la empresa y evitando las eventuales injerencias políticas que, en cualquier otro momento, podrían haber condicionado el proceso de transición.

De hecho, los últimos meses no han sido fáciles en la relación del ejecutivo con el actual Gobierno en funciones. Basta escuchar los argumentos que 'sotto voce' se deslizan desde cada trinchera, con un denominador común: decepción respecto a la posición del otro. Desde el Ejecutivo popular, al menos, la cosa está clara: los empresarios del Ibex, encabezados por el propio Alierta, han jugado a varias bandas, abrazando a Ciudadanos si era preciso. Los 'jefes' del selectivo, por su parte, tampoco han visto con los mejores ojos la pasividad de Mariano Rajoy ante las dificultades para formar un Gobierno estable en España. Telefónica, bastante más independiente de los poderes públicos que hace 25 años, es hoy también mucho más golosa que entonces, y eso nadie mejor para atestiguarlo que el propio César Alierta.

Una transformación de vértigo

Por todo ello, es normal que el presidente dimisionario haya ajustado la ‘operación salida’ con parámetros que pueden no ser del todo bien entendidos entre la comunidad multinacional de inversores fieles a Telefónica. Alierta ha decidido seguir en el consejo de administración y relajar sus funciones profesionales como presidente ejecutivo de la Fundación Telefónica. Este último cargo le brinda una atalaya exquisita desde la que poder seguir la transformación de vértigo que se vive en el mercado de las telecomunicaciones, abundando en el desarrollo de las tecnologías digitales que orientan los movimientos estratégicos del sector. La permanencia en el sillón del consejo es mucho menos confortable, pero dadas las estrechas vinculaciones de la compañía con los distintos públicos objetivos y subjetivos que orbitan en el universo telefónico, nada tiene de particular que Alierta mantenga su padrinazgo desde dentro del máximo órgano de gobierno durante el tiempo prudente que Álvarez-Pallete estime oportuno.

Los más suspicaces consideran que para ese viaje hubiera sido preferible definir una división de poderes con todas las consecuencias, derivando la función del presidente como un 'chairman' al estilo anglosajón y dejando al consejero delegado al frente de la empresa con plenos poderes ejecutivos. Esta solución, más natural desde la perspectiva de un ortodoxo gobierno corporativo, obligaba a César Alierta a presidir la junta general de mediados de mayo, un gasto que el propio interesado consideraba totalmente innecesario. El dirigente corporativo más poderoso del país ha decidido que bien está lo que bien acaba y ha preferido ceder la presidencia sin mayores protocolos aprovechando la reunión del consejo de administración que la empresa tiene convocado para el viernes 8 de abril, en que se determinará el orden del día con los demás acuerdos, ceses y nombramientos, previsto para ratificación en la asamblea general con los accionistas.

La principal y más solemne misión que trata de blindar Alierta consiste en asegurar por encima de todo la continuidad de la empresa

La principal y más solemne misión que trata de blindar Alierta consiste en asegurar por encima de todo la continuidad de la empresa; un principio básico a lo largo de todo su mandato que sirve para poner en valor los resultados obtenidos en el pasado y actúa además como certificado de garantía en la persecución de futuros logros. La senda trazada por Alierta desde el año 2000 refrenda el modelo de empresa que delineó Luis Solana tras su llegada a Telefónica en 1982. Los dos viejos compañeros de fatigas en el Banco Urquijo han dejado su impronta a lo largo de casi 40 años, durante los cuales el antiguo monopolio de ‘las matildes’ se ha transformado en el portaestandarte de las grandes multinacionales del país, situando el pabellón español en lo más alto del mercado global de las telecos.

Alierta rescató para la causa de la empresa a Solana hace tres años, colocándole al frente de Waira, el programa de apoyo a la creación de nuevas compañías tecnológicas en el que está embarcado Telefónica. Esta misma filosofía, basada en utilizar las experiencias probadas de los que mejor conocen la casa, será ahora de gran provecho en la nueva y compleja etapa que se abre para Álvarez-Pallete. La sombra de Alierta resulta alargada, sin duda, pero puede servir también de guía en un momento que se supone especialmente singular para la compañía, tanto desde el punto de vista de los cambios inmanentes a su propia actividad económica como en lo que concierne a la regeneración de la vida política y social en España.

Hace tiempo que la antigua empresa estatal superó la metamorfosis que otorga la actual naturaleza privada de su diversificado capital. Pero eso no significa que Telefónica haya dejado de ser una ‘empresa política’ codiciada desde los más variados ámbitos de poder real. Alierta ha sido consciente de ello desde el mismo instante en que sustituyó a Juan Villalonga hace ahora casi 16 años. La capacidad del dirigente para regar la ruleta ha resultado determinante todo este tiempo en su gestión de mando y control. Pero ha sido precisamente a la hora de pasar página cuando el presidente de Telefónica se ha desembarazado de cualquier compromiso, decidiendo sin ayuda de nadie poner fin a su mandato cuando le ha resultado más conveniente a él y a su empresa.

La salida venía siendo barruntada desde el verano pasado, y probablemente hubiera sido mejor interpretada al término del curso que se cierra con la próxima junta general. Pero el tiempo jugaba en contra o, cuando menos, no lo hacía para nada a favor, ya que la incertidumbre política que padece España no es la mejor consejera a la hora de preparar grandes equipajes. Dicho de otro modo, si la maleta está lista, cualquier dilación podía resultar contraproducente, ya que nadie está en condiciones de asegurar, hoy por hoy, un mejor porvenir a la vuelta de la esquina, entendiendo por tal una coalición de izquierdas o incluso las más pronosticadas elecciones en junio. Alierta no ha querido dar cuartos a ningún pregonero habido o por haber y ha preferido poner en valor la vieja diligencia cervantina que aconseja no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy.

Cuando en enero de 1989 Cándido Velázquez-Gaztelu tomó el relevo de Luis Solana en la presidencia de Telefónica, la precipitación del cambio, forzado por el entonces ministro de Economía, Carlos Solchaga, provocó que hubiera que llamar deprisa y corriendo a Carlos Viada, en aquel momento consejero-director general de la operadora, para que interrumpiera de urgencia su cura de reposo en la clínica Incosol y regresara a Madrid a fin de tramitar todo el traspaso de poderes. En la empresa heredera del antiguo monopolio, las tentaciones políticas solían jugar estas y otras malas pasadas, dado el peso específico adquirido por la compañía privatizada y el afán del Gobierno de turno en hacer valer sus decisiones a la hora de gestionar un servicio tan público y sensible como son las telecomunicaciones.

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