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Muerte y resurrección de los March
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deja la presidencia de banca march tras 41 años

Muerte y resurrección de los March

El banquero toma la decisión de dejar la presidencia de Banca March porque entiende que "ha llegado el momento de ceder el testigo, dentro de lo que debe ser un proceso de renovación natural"

Foto: Carlos March en una imagen de archivo.
Carlos March en una imagen de archivo.

Ernesto Giménez Caballero dijo una vez de él que era el “Rothschild hispano”. Pero se equivocó. Posteriormente, definió al patriarca de los March como “el mayor exabrupto de la economía española”. Y fue entonces cuando acertó.

Probablemente, porque en su desmesura –un viejo dicho sostiene que se necesitan dos judíos para vencer a un mallorquín– cayó en la cuenta de que Juan March era el mejor epítome de la historia de España. Un país de extremos (de genios y de holgazanes, de joselitos y de belmontes) hasta el paroxismo, como el propio Giménez Caballero, ese personaje enloquecido y charlatanesco, como lo definió Andrés Trapiello.

No es habitual que alguien que comenzó como tratante de cerdos –compaginaba sus rústicas labores con la compraventa de terrenos y con la financiación del contrabando de tabaco en Mallorca vía Argel–, llegara a ser algunas décadas después la primera fortuna de España.

Su propia muerte fue un exceso. Digna de una película de David Niven en su mejor papel de galán de toda la vida. Desde luego, muy alejada de la muerte que se le supone a alguien que había desafiado a todos –menos a Franco– con su audacia y atrevimiento. A la Dictadura de Primo de Rivera, a la República, y hasta a las multinacionales americanas, con las que sostuvo sonados litigios.

El 25 de febrero de 1962 Juan March conducía su flamante Cadillac camino de Torrelodones por la carretera de La Coruña a la altura del kilómetro 21, algo pasada la Cuesta de las Perdices. Eran las primeras horas de la tarde y llovía. Fue entonces cuando estampó su Haiga contra un Chevrolet que circulaba en sentido contrario conducido por el subdirector de la eléctrica Iberduero. Murió a los pocos días.

Su apellido, por el contrario, no desapareció con su figura. Ni mucho menos su leyenda de hombre osado. De hecho, este miércoles se conoció que la cuarta generación –tras la próxima jubilación de Carlos March Delgado (1945)– toma el timón del grupo. Su abuelo, en todo caso, sigue siendo un mito que representa lo peor y lo mejor de la historia de España.

El 18 de julio

Cincuenta y tres años después de aquel fatídico accidente, el nombre de Juan March y Ordinas ondea todavía sobre una de esas instituciones culturales que, precisamente, paradojas de la vida, el franquismo intentó liquidar con saña y con el rencor de los vencedores. Sin el dinero de Juan March –y sus contactos en el extranjero– es probable que el 18 de julio no hubiera sido posible tal y como hoy lo conocemos.

Hay quien dice que levantó la Fundación March a mediados de los años cincuenta en pleno barrio de Salamanca –300 millones de pesetas y 1,2 millones de dólares de capital social– para curar su mala conciencia. Pero es probable que esa sea una versión interesada. O ingenua, como se prefiera.

Si Juan March hubiera sido un remilgado o un mojigato –que no lo fue–, nunca se habría convertido en el último pirata del Mediterráneo. Pero en su favor hay que decir que nunca inculcó a sus vástagos su visión temeraria de la vida. Ni siquiera su pasión por la conspiración política, una constante de los ricos españoles, acostumbrados a medrar en las faldas del poder. Con razón se llegó a decir en el hemiciclo de los años 30 que o la República acababa con Juan March o Juan March acabaría con la República. En los libros de texto se cuenta quién ganó.

Su hijo, Juan March Servera, no le llegó nunca a la suela de los zapatos. Sin duda, porque no tenía ningún interés en ser como su padre. Ni siquiera quiso transcender más allá de su proyecto biológico.

Juanito era un auténtico bon vivant, que se decía antes, capaz de haberse dilapidado buena parte de la fortuna que le legó el corsario mallorquín. Acertó, sin embargo, a la hora de casarse. Y mucho. Hasta el punto de que la madre de los hermanos March, Carmen Delgado, fue realmente quien llevó las riendas de la Corporación tras el fallecimiento del patriarca de la saga. No era fácil en unos momentos en los que la mujer estaba relegada a un papel testimonial. No sólo en el mundo de los negocios.

El núcleo duro de los March, que son hoy una familia bien avenida, lo forman los dos hermanos y las dos hermanas. Los primeros –uno en el banco y otro en la Corporación Alba– controlan el 70% de las acciones, y el 30% restante las hermanas, discretas hasta la extenuación. Leonor y Gloria viven alejadas del mundanal ruido. Seguramente porque apellidarse March (o Botín) marca para toda la vida. Su apatía por los negocios es absoluta. Y eso explica que desde 1980, tras la suscripción de un acuerdo parasocial que las une a sus hermanos, todo está atado y bien atado.

La cuarta generación

El nudo gordiano, como estaba previsto, se ha roto este año 2015, que es cuando vencía aquel acuerdo. Juan March de la Lastra, la cuarta generación, será el nuevo presidente de Banca March. Su primo, Juan March Juan, está llamado a ser presidente de la Corporación. Ahora habrá más tiempo para abatir perdiz roja en las 12.000 hectáreas que poseen los March en el norte de la provincia de Sevilla.

Como se ve, nada de política y sí de negocios, lo que no es fácil en un país acostumbrado al pasto que proporciona lo público, como decía Galdós. Por supuesto sin hacerle ascos a nombrar en su día al exgobernador Rojo como miembro del consejo de administración de Alba. O a hacer negocios con un personaje como Florentino Pérez, que no es que esté cerca del poder, sino que, en ocasiones, es el mismo poder a cuenta del palco de los milagros. Los March nunca han querido saber nada de eso –al menos en público– y, de hecho, sus encontronazos con el jefe del Real Madrid (es algo más que un presidente) han sido notorios, por ejemplo cuando ACS quiso hacerse con Iberdrola.

Esas batallas, debieron pensar los March Delgado, son cosas del abuelo. Lo suyo es invertir y permanecer durante muchos años en la empresa adquirida (siempre con un paquete relevante) si hay oportunidad de negocio. Incluso, invitando a entrar a participar en sus sicavs a quien lo desee, previa compra de una participación. Capitalismo popular estilo March.

El abuelo Juan nunca lo habría hecho. Ni siquiera cuando, contrito y acorralado, subió a la tribuna de las Cortes de la República, había logrado un acta de diputado, para defenderse de los furibundos ataques de Indalecio Prieto, quien le acusaba de ser un vulgar contrabandista. “Yo también soy hijo del pueblo, hijo de familia humildísima”, le replicó Juan March al dirigente socialista, “de la que nunca heredé nada ni pienso heredar”. Sus descendientes sí lo han hecho.

Ernesto Giménez Caballero dijo una vez de él que era el “Rothschild hispano”. Pero se equivocó. Posteriormente, definió al patriarca de los March como “el mayor exabrupto de la economía española”. Y fue entonces cuando acertó.

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