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Morir con la botas puestas, el trágico sino de los grandes empresarios del Ibex 35
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CASI NADIE DISPONE DE PLANES DE SUCESIÓN

Morir con la botas puestas, el trágico sino de los grandes empresarios del Ibex 35

El repentino fallecimiento de Emilio Botín ha puesto en evidencia la falta de planes de sucesión en la inmensa mayoría de las grandes empresas del Ibex

Foto: El presidente de BBVA, Francisco González (EFE)
El presidente de BBVA, Francisco González (EFE)

El fallecimiento repentino de Emilio Botín se ha producido sin que el Banco Santander tuviera definido un claro plan de sucesión en lo más alto de su cúpula directiva. Está claro que el vacío que deja el gran patriarca del actual sistema financiero español será muy difícil de cubrir, más allá de la solución natural del relevo dinástico que todos los observadores más perspicaces daban por descontado. La designación presidencial de Ana Patricia Botín ha sido rápidamente asumida como una reducción al absurdo, entre otras razones porque no había ningún otro nombre que ilustrase la garantía de un relevo ordenado, previsto y públicamente oficializado de antemano ante la comunidad inversora internacional.

Sin un programa que garantizase la solución de continuidad inmanente en el mundo de las altas finanzas, estaba claro que la mejor manera de zanjar las incertidumbres era invocando un apellido de la misma estirpe. La nueva presidenta del Banco Santander no tendrá que sacudirse el sambenito de la manida cuota femenina. En su caso, el cargo no le viene por cuestiones de género, se lo ha ganado también por motivos de casta; y teniendo en cuenta el historial que refulge en el árbol genealógico de la entidad cántabra nadie osará privar a la flamante heredera del derecho que le asiste por ser la hija de su padre.

El trágico e inesperado desenlace sacudió las estructuras de mando del primer grupo financiero del país durante unas pocas horas, demostrando también una exquisita capacidad de reacción, producto de la comunión doctrinal mantenida por todo el equipo directivo con el particular y exitoso modelo de gestión legado por el patrón. Emilio Botín ha sido santo y seña para toda una generación de banqueros, pero además se ha convertido de manera indirecta en la envidiable referencia a la que han seguido la mayor parte de los empresarios que manejan a día de hoy las riendas de las principales marcas corporativas de España.

Salvo raras excepciones, todos querían ser como Botín. Quizá por eso que tampoco nadie se haya aventurado a abrir la veta sucesoria dentro de sus respectivos imperios empresariales, fiando la represión de las suspicacias en bolsa con la coartada de esa designación en serie de supuestos consejeros delegados que no dejan de actuar como meros directores generales de operaciones. Los grandes valores del Ibex han ido nutriendo sus organigramas operativos con segundos de a bordo que, en su inmensa mayoría, no sirven como garantía de ninguna línea sucesoria.

La engañosa división de poderes

El célebre chief executive officer (CEO) constituye en España un brindis al sol para equiparar la tarjeta de visita en las relaciones de negocio, pero en el seno de la bolsa carpetovetónica los primeros ejecutivos se invisten con todas la fasces del lictor y el grado más solemne del chairman o presidente del consejo. La escasa división de poderes es consustancial a la falta de planes de sucesión, y los inversores internacionales han empezado a clamar en contra de estas prácticas manifestando su oposición con el consiguiente voto negativo en las juntas generales de accionistas.

En las grandes sociedades cotizadas se necesita un especial alarde de imaginación para encontrar una cantera de directivos con credenciales de mando en plaza en los próximos años. Los primeros espadas del Ibex rondan edades propias de la jubilación pero, de momento y mientras no se demuestre lo contrario, todos parecen empeñados en morir con las botas puestas. Quizá lo ocurrido con Botín termine por abrir los ojos a alguno, pero hoy por hoy hace falta mucha agudeza intelectual para identificar al sucesor de Francisco González en el BBVA, y no digamos al de César Alierta en Telefónica o de Ignacio Sánchez Galán en Iberdrola. Si acaso, lo más que se sabe de un tiempo a esta parte es que Juan María Nin no será, desde luego, el relevo de Isidro Fainé en el universo de La Caixa.

En el mejor de los casos, algunas de estas entidades multinacionales que apelan al ahorro privado y contratan sus acciones en los mercados de valores quizá tengan una hoja de ruta como si fuera el plano de un tesoro que desemboca en la renovación de sus órganos rectores. Otra cosa es que dicha estrategia sea de conocimiento público porque lo cierto es que las empresas del Ibex no suelen dar cuarto al pregonero en dicha materia. Los planes de sucesión, si es que existen, deben de estar guardados celosamente en la caja de caudales, se supone que para no alentar los instintos de poder en el seno de organizaciones claramente presidencialistas y donde toda meritocracia se mide por el grado de fidelidad al gran jefe.

El buen gobierno corporativo en España exige una verdadera catarsis que purifique muchas de las pautas de comportamiento con que ahora se manejan las grandes cuestiones en el mundo de la empresa. No se trata sólo de imponer un ordenamiento mercantil legitimado por una crisis de confianza generalizada, sino de adoptar voluntariamente un código de conducta a tono con los tiempos que corren. Los planes de sucesión deberían contar como una prioridad de ese proceso de adaptación al cambio que implica a toda gran empresa en las relaciones con sus accionistas minoritarios. Aunque sólo sea porque nadie está en condiciones de vivir para toda la vida. Sólo los más afortunados son capaces de vivir, por entero, su propia vida. Seguro que Botín estuvo entre estos últimos.

El fallecimiento repentino de Emilio Botín se ha producido sin que el Banco Santander tuviera definido un claro plan de sucesión en lo más alto de su cúpula directiva. Está claro que el vacío que deja el gran patriarca del actual sistema financiero español será muy difícil de cubrir, más allá de la solución natural del relevo dinástico que todos los observadores más perspicaces daban por descontado. La designación presidencial de Ana Patricia Botín ha sido rápidamente asumida como una reducción al absurdo, entre otras razones porque no había ningún otro nombre que ilustrase la garantía de un relevo ordenado, previsto y públicamente oficializado de antemano ante la comunidad inversora internacional.

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