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La derrota de Nadal es también una gran victoria para su carrera
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Federer se aleja, pero pronto llegará parís

La derrota de Nadal es también una gran victoria para su carrera

Después de dos años sin pasar por una final de Grand Slam el español parece plenamente recuperado de todas sus dolencias. El torneo de Melbourne demuestra que puede volver a competir

Foto: Nadal y Rod Laver, los que están por debajo de Federer (Reuters)
Nadal y Rod Laver, los que están por debajo de Federer (Reuters)

Es poco el consuelo que puede tener Rafael Nadal en la noche de Melbourne. Perder es perder, eso un deportista lo sabe, y no hay matices en la derrota, es dolorosa y áspera. Un tenista obsesivo, como sin duda es el español, pasará las próximas semanas repasando en su cabeza los golpes que han marcado el partido. Comerá pensando en aquella derecha que se fue larga, ese 'passing shot' que adivinó Roger Federer o el saque que se quedó en la red y que podría haber cambiado su historia. O no, porque eso es lo mismo, el caso es que una derrota es un virus que se clava en el cerebro obligando a repasar la misma película infinitas veces.

No encontrará el consuelo, aunque sí decenas de personas que le recordarán que este mes de enero él ha escrito una historia de éxito. Y aunque a Rafa no le valga para cambiar el rictus, en el fondo sabrá que es cierto. Nadie esperaba que en el Abierto de Australia Nadal fuese de nuevo el tenista que ya quedaba más en el recuerdo que en el presente, pero lo fue. Cumplirá en la primavera 31 años, pero este Grand Slam ha cambiado súbitamente la percepción que se tiene de esa edad.

Vivir a principios del siglo XXI, y no en las últimas décadas del anterior, es una ventaja enorme para un deportista. Las carreras se han estirado hasta límites que antes no se podían siquiera imaginar. Federer, con 35 años, ha ganado en Australia y ha demostrado que ya no hay, como decían antes los estadounidenses, un lado erróneo de los 30. No es una casualidad, hoy en día los tenistas viajan con fisioterapeuta propio, entrenan con cabeza y no por impulso, cuidan la alimentación al extremo y tienen unas comodidades en los desplazamientos que antes no existían. Toda esa mezcla de factores hace que en Melbourne los cuatro finalistas, masculinos y femeninos, pasen de las tres décadas y a nadie le sorprenda.

Nadal era el más joven de los cuatro, pero con él las dudas tienen otra cara. Su historial está plagado de lesiones importantes, preocupantes, algunas de ellas crónicas. La tendinitis de la rodilla le asegura preocupaciones para todo el tiempo que le quede como profesional, aunque el problema parece controlado desde hace tiempo. En uno de los partidos de esta Australian Open le preguntaron si jugaba sin dolor, él se río, eso no le había pasado casi nunca en su carrera. En realidad, es un mal común del deportista, acostumbrado siempre a que el ejercicio de su profesión conlleva levantarse todas las mañanas con alguna preocupación física.

Hay, además, otro factor que el balear ha dejado de comentar pero que fue parte de su discurso durante años en su carrera: el tiempo es relativo. Y el cansancio, también. Es decir, a un deportista no hay que medirle por la cifra que ponga en el DNI sino por los kilómetros recorridos y los años empleados en la élite. Es aquí donde entra el factor de la precocidad de Nadal, que con 18 años ya dominaba Roland Garros y un par de años más tardes competía de tú a tú con Federer por ver quién era el jugador más grande del circuito.

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Tennis - Australian Open - Melbourne Park, Melbourne, Australia - early 28 1 17 Spain's Rafael Nadal reacts during his Men's singles semi-final match against Bulgaria's Grigor Dimitrov. REUTERS Issei Kato

La precocidad de Nadal

A veces se olvida que Djokovic y Murray no son tampoco dos jovencitos. Ambos cumplirán este año 30 años, es decir, solo se llevan un año con Nadal. Una distancia muy menor en relación con todo esto. El caso es que los dos, que han sido los tenistas más dominantes de estos últimos años, son casi coetaneos del español, pero no empezaron a demostrar su mejor tenis hasta unos después de la irrupción de Nadal en el circuito. Cuando Djokovic estalló definitivamente, en 2011, Nadal llevaba ya nueve grandes en la vitrina. Murray tardó un año más en lograr su primer Grand Slam y hasta finales del pasado año no logró encaramarse a la primera posición del ránking mundial.

Foto: Rafa Nadal, durante su partido contra el francés Gael Monfils. (Reuters) Opinión

Esto, tan cierto, no valora una cuestión: la estoica ética de trabajo que siempre ha mostrado Rafael Nadal. Verle entrenarse es una experiencia en sí misma, los esfuerzos que deja en la pista son parecidos a las palizas que se da fuera de ella para estar siempre fino, en el peso y forma adecuado. Nadal, en su juventud, hacía heroicidades del tipo de terminar un partido ligero y marcharse directamente a una pista de entrenamiento para seguir practicando. Su capacidad de sacrificio es memorable, y es también uno de los motivos por los que siempre vuelve a su mejor pico de forma. Muchas han sido las veces en las que parecía que el final estaba cerca, otras tantas las que él sorprendió a los incrédulos volviendo a su mejor nivel.

Melbourne ya es pasado. Rafael Nadal cogerá un avión y empezará a planificar lo que queda de temporada. La Davis, primero, después América. La arcilla. Es en esa zona del año en la que siempre se le espera, el lugar donde ha construido la mayor parte de su leyenda como tenista. El objetivo ya no es tener buenas sensaciones, no se trata de volver, porque en este Abierto de Australia, a pesar de la última derrota, ya ha vuelto. Ahora se busca la victoria, subir en los ránkings pero, sobre todo, ganar de nuevo en los grandes escenarios. No hay ninguno más propicio para él que Roland Garros, si consigue mantener el nivel de tenis exibido estos días nadie duda que dentro de unos meses llegará a París como favorito. Esa película, al fin y al cabo, ya la hemos visto muchas veces.

Es poco el consuelo que puede tener Rafael Nadal en la noche de Melbourne. Perder es perder, eso un deportista lo sabe, y no hay matices en la derrota, es dolorosa y áspera. Un tenista obsesivo, como sin duda es el español, pasará las próximas semanas repasando en su cabeza los golpes que han marcado el partido. Comerá pensando en aquella derecha que se fue larga, ese 'passing shot' que adivinó Roger Federer o el saque que se quedó en la red y que podría haber cambiado su historia. O no, porque eso es lo mismo, el caso es que una derrota es un virus que se clava en el cerebro obligando a repasar la misma película infinitas veces.

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