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Djokovic pasa de ser el payaso de las imitaciones a ganarse el respeto de Madrid
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aspira a ganar roland garros y cerrar el ciclo

Djokovic pasa de ser el payaso de las imitaciones a ganarse el respeto de Madrid

El mejor tenista del mundo se ha ganado a la afición con su juego y con un magnífico sentido para las relaciones públicas. En la Caja Mágica habló español y el público lo valoró

Foto: Djokovic, con el torneo de Madrid (Reuters)
Djokovic, con el torneo de Madrid (Reuters)

El público de Madrid no quería a Djokovic, pero en esta edición del Masters el serbio se ha llevado el trofeo y, también, cierta indulgencia por parte de la grada. Le ha costado mucho, porque la afición en este torneo es más de un jugador, Nadal, que del tenis como generalidad. Aquí no importa tanto el juego como que gane el hijo predilecto y, en eso, Djokovic siempre ha sido un estorbo. Porque como rival hace años que es de los mejores.

Este año, a pesar de que cierta animosidad sigue ahí, el tenista serbio ha conseguido cambiar un poco la percepción sobre él. En el pasado se le criticaba su muy agudizado sentido del show business, no le aceptaban que hiciese imitaciones -a Nadal y no solo a Nadal- y consideraban que era un jugador irrespetuoso. Esas cosas las ha ido matizando, aunque sigue siendo un excelente vendedor de sí mismo como producto. Solo hay que ver su interés en esta edición por hablar un poco de español, un idioma del que se ha empapado gracias a su facilidad con las lenguas.

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Después del partido de Raonic, Alex Corretja, micrófono en mano, le preguntaba en inglés y él contestaba en un español algo aturullado, pero muy bueno para ser alguien que no lo había utilizado públicamente en su vida. La grada se lo recompensó con un aplauso, el esfuerzo de Djokovic por agradar estaba áhí y debía tener recompensa. Su sintonía con la grada llegó también a la final, donde era el favorito y terminó ganando. El número 1 intenta siempre gustar, responde afable y nunca parece ofuscado.

Desligar su caracter de su tenis sería un error, el serbio es de los que minimiza las dificultades porque es muy capaz de relativizarlas. Es menos sombrío que Murray, otro excelente jugador, y eso se nota en su juego. Djokovic no se lamenta de sus desgracias, pasa adelante con una sonrisa. Funciona, lleva desde junio de 2014 encaramado en el número 1, ha ganado los dos últimos premios Laureus al mejor deportista del mundo y a nadie le sorprendería que este año ganase el Grand Slam. O que en su carrera superase los 17 que tiene Federer -está en 11-. O cualquier cosa. Todo es posible para Djokovic.

No siempre fue así. Djokovic, que este mes cumplirá 29 años, es solo un año menor que Nadal, pero tardó mucho más que él en mostrar todo su potencial. Con 21 ganó su primer grande, en Australia, pero después tardó tres años en demostrar que lo suyo no era flor de un día. Desde entonces se ha aferrado a los títulos y no hay quien le pare. Es el dominador del circuito y el máximo favorito para todos los cuadros que entra.

La vida del serbio, ese hombre de permanente sonrisa, está marcada por la guerra. Es de familia de deportistas, de esquiadores y futbolistas, y con solo 7 años ya le entrevistaba la televisión de su país por su juego. Y él, ni corto ni perezoso, respondía que algún día sería número 1 del mundo. Unos años después de aquello la OTAN bombardeaba Serbia y él aguardaba en el sótano de su abuelo a que las alarmas aéreas parasen.

Cuando terminaban iba a entrenar a los sitios donde habían caído las bombas, pues creía que no volverían a atacar los lugares en los que acababan de llover metralla. "La guerra nos hizo estar más juntos, nos hizo más hambrientos, buscar más el éxito. Los serbios tenemos una forma más difícil de triunfar en la vida, por nuestro pasado y por la historia", contaba Djokovic en el legendario programa 60 minutos de la CBS.

El número 1 del mundo, que es un optimista patológico, intenta darle a aquellos duros días un tinte de bondad: "Trato de recordar lo positivo, las cosas luminosas... no podíamos ir a la escuela y, por lo tanto, podía juga más al tenis". Una curiosa manera de verlo, un modo como otro cualquiera de intentar desdramatizar una historia que siempre será la suya.

El cambio de dieta

En cuanto a lo deportivo, Djokovic también ha tenido que pasar dificultades importantes y cambiar sus modos para llegar a ser el mejor. En 2010 una imagen impactó al mundo, el serbio, que no conseguía romper la barrera de Federer y Nadal, tenía la mirada perdida en el Abierto de Australia. Una bolsa de hielo le rodeaba el cuello, pero él parecía grogy, desnortado. Algo le pasaba. Unos análisis le dieron la respuestas. Era celiaco. Eso le hizo cambiar de dieta. Aquello le convirtió en un jugador más consistente, mucho más capaz de mantener su mejor versión en los partidos más duros. También bajó de peso, y ser más ligero le hizo más grande. Él es hoy uno de los embajadores mundiales contra la celiaquía.

Desde entonces Djokovic reina. Ha aprovechado también que sus dos máximos rivales, Federer y Nadal, no pasan por sus mejores momentos. El suizo tiene ya 35 años, muchos para el tenis, y el español ha tenido que batallar las lesiones y la ansiedad para colocarse de nuevo en la senda de la victoria. En ausencia de los dos líderes del circuito, los protagonistas de una rivalidad memorable, Djokovic se ha quedado con todo. El serbio, de hecho, ha logrado tener en algunos momentos más de 16.000 puntos en la ATP, lo cual es un récord absoluto. Ahora mismo es el vigente campeón en Wimbledon, Australia y Estados Unidos. También en los Masters 1.000 de Miami, Indian Wells, París, Shanghai, Roma y Madrid. Le quedan pocas cosas por logar, pero una de ellas es imprescindible si quiere que su legado sea completo, competir con los mejores de todos los tiempos y poder batirlos a todos.

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Es Roland Garros, el imperio de la tierra. No hay que ser un lince para ver que la arcilla no es la mejor superficie de un jugador completísimo. Tiene muchas victorias importantes sobre el polvo de ladrillo: dos veces ganó en Montecarlo, otras tantas en Madrid y cuatro, ni más ni menos, en Roma. Pero nada de eso valdrá si no levanta algún día el trofeo de los mosqueteros. No le faltan armas para ganar, pero siempre le ha pasado algo. Ha disputado tres finales en París. En las dos primeras no pudo más que rendirse ante Nadal, que en ese terreno es intocable. Más dolorosa fue la derrota del año pasado, contra Wawrinka, cuando era muy favorito. Nadie apostaba por el suizo, pero lo consiguió.

El reto es máximo porque Djokovic aspira en esta temporada a lograr el Grand Slam real, ganar los cuatro torneos en el mismo año. Si logra ganar en París habrá hecho lo mismo que también tiene Serena Williams, conseguir los cuatro seguidos pero habiendo pasado de por medio una nochevieja. Nadie consigue dominar completamente el calendario en el tenis masculino desde Rod Laver en los años sesenta. Solo él y Don Budge, en la perhistoria del tenis, han podido lograr tal hazaña. A Djokovic le queda mucho, tiene que ganar los tres grandes que le quedan en esta temporada. Pero viendo su nivel de juego la duda es quién puede quitarle del medio. Con su optimismo, su sonrisa y su pasado él ya es historia del tenis. Pero no se quiere quedar solo en eso.

El público de Madrid no quería a Djokovic, pero en esta edición del Masters el serbio se ha llevado el trofeo y, también, cierta indulgencia por parte de la grada. Le ha costado mucho, porque la afición en este torneo es más de un jugador, Nadal, que del tenis como generalidad. Aquí no importa tanto el juego como que gane el hijo predilecto y, en eso, Djokovic siempre ha sido un estorbo. Porque como rival hace años que es de los mejores.

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