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El niño prodigio de la cesta punta vive en un pequeño pueblo de Toledo (sin frontón)
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tiene once años y compite en gernika

El niño prodigio de la cesta punta vive en un pequeño pueblo de Toledo (sin frontón)

Javier es vecino de Santa Cruz del Retamar y tres veces por semana recorrre 120 kilómetros con su padre para poder entrenarse en el frontón de la Universidad Complutense de Madrid

Foto: Javier Urrutia, en el frontón de la Universidad Complutense de Madrid. (FOTO: RFEP)
Javier Urrutia, en el frontón de la Universidad Complutense de Madrid. (FOTO: RFEP)

Como el chiste de los de Bilbao, los pelotaris (jugadores de la pelota vasca) también nacen donde quieren. Incluso en un pequeño pueblo de Toledo llamado Santa Cruz del Retamar que no llega a los 3.000 habitantes y en el que, por supuesto, no hay frontón. Este es el singular caso de Javier, el niño prodigio de la cesta punta de tan solo 11 años, que nació en Madrid, pero reside en la citada localidad manchega, desde la que precisamente debe desplazarse a la capital de España para poder practicar un deporte que le apasiona y en el que, a pesar de su corta edad y no poder jugar tanto como le gustaría, se maneja con gran destreza.

Foto: Iñaki Osa Goikoetxea. (Alberto Lessmann/ Red Bull Content Pool)

Descubrí a Javier hace unas semanas en el frontón cubierto de la Universidad Complutense de Madrid con motivo de las jornada de puertas abiertas que organizó la Federación Española de Pelota para la promoción de la cesta punta. El acto contó con una clase magistral, 'Mi primera clase de pelota', impartida por Iñaki Osa Goikoetxea, El prestigioso puntista guipuzcoano estuvo 18 años jugando en Estados Unidos a lo que allí se conoce como Jai Alai. En El Confidencial ya contamos su historia, pues, además de pelotari, Iñaki ha ejercido de modelo para Loewe y es la gran apuesta de Red Bull para relanzar este deporte.

Volviendo al jovencísimo Javier, Santa Cruz del Retamar está a 60 kilómetros de Madrid. Su padre, José Urrutia, se ha convertido también en su entrenador, además de chofer. Ambos se desplazan a Madrid dos días entre semana, a los que hay sumar un sábado o un domingo, para que el chaval pueda entrenarse en un frontón largo como el que requiere la cesta, la especialidad más espectacular, además de universal, de la pelota vasca.

"Le recojo a la salida del cole", cuenta José, a quien los ojos se le iluminan cuando habla de su hijo. "Come en el coche, cuando llegamos al frontón hace los deberes antes de entrenarse y en el viaje de vuelta merienda". Alquilar la remozada instalación de la Complutense cuesta "12 euros la hora, aunque si es con luz sube a 21", explica su padre, de ahí precisamente que siempre vayan a primera hora de la tarde. Además, al tratarse de un menor de edad, José tuvo que pedir autorización a la Universidad. Luego, en cuanto pueden, ya sea porque hay un puente o vacaciones como las de ahora de Semana Santa, se suben a Gernika para competir.

Javier empezó a jugar a cesta punta con 7 años a raíz de ver a Gonzalo Beaskoetxea en el Jai Alai de Gernika, el pueblo natal de su padre en el que pasa los veranos. Ha sido campeón dos veces en la escuela, donde compite con puntistas mayores que él pues su nivel es más alto. Y puede hacerlo gracias a que la Diputación de Bizkaia le deja participar dentro del deporte escolar. "En la escuela de Gernika son muy cercanos a los chavales", cuenta José Urrutia, que vivió 15 años en México antes de regresar a España y asentarse junto a su mujer en Santa Cruz del Retamar.

Javier también da clases de euskera, "para integrarse mejor con los chavales de allí, aunque solo con oírles hablar ya aprende. De hecho, entiende y contesta en euskera", dice su padre. El colegio le apoya, lo cual es muy importante para poder compaginar los estudios con la cesta punta. "Alguna vez ha llevado la cesta y les ha enseñado a sus compañeros y compañeras cómo se juega". Javier, un chico más bien tímido, es buen estudiante y se le dan especialmente bien las matemáticas.

Volcado en el cuidado y la educación de su hijo, mientras su mujer regenta una farmacia, José ha aprendido a coser las pelotas "porque son muy caras, alrededor de 25 euros". Las cestas, que en el caso de Javier aún le duran un par de años, suelen comprárselas a Solozabal, el cestero de Biarritz, y su precio ronda los 280 o 290 euros. "En Gernika, Remen nos la revisa cuando vamos por allí y es él también quien me ha enseñado a coser las pelotas".

Basta con ver jugar unos minutos a Javier, observar con la soltura que se mueve en el frontón, para comprobar que tiene un talento natural para la cesta punta, Pese al hándicap que supone vivir en un pueblo de Toledo, donde la pelota vasca apenas se conoce de oídas, el esfuerzo personal -y económico- de su padre es admirable. "La felicidad de mi hijo está por encima de todo, no porque se le dé bien, sino porque le gusta y es con lo que disfruta", asegura José Urrutia con un acento mexicano que no puede disimular. "Conoce a todos los pelotaris y entiende lo que pasa en el juego".

Foto: Así ha quedado el frontón después de la restauración

El tiempo dirá si este niño prodigio del Jai Alai llega a profesional. Todo apunta a que así será, aunque una ayuda no le vendría mal, de ahí también que su historia merezca ser conocida y actos como el organizado por la Federación Española de Pelota en la Universidad Complutense de Madrid ayuden a ello. La pasión por la cesta de Javier es tal que "cuando echa la ropa a lavar lo hace de costado y a veces está dormido y sueña que está rebotando".

Como el chiste de los de Bilbao, los pelotaris (jugadores de la pelota vasca) también nacen donde quieren. Incluso en un pequeño pueblo de Toledo llamado Santa Cruz del Retamar que no llega a los 3.000 habitantes y en el que, por supuesto, no hay frontón. Este es el singular caso de Javier, el niño prodigio de la cesta punta de tan solo 11 años, que nació en Madrid, pero reside en la citada localidad manchega, desde la que precisamente debe desplazarse a la capital de España para poder practicar un deporte que le apasiona y en el que, a pesar de su corta edad y no poder jugar tanto como le gustaría, se maneja con gran destreza.

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