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La experiencia de recibir un sartenazo en la cabeza dando un paseo por el cielo
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un vuelo acrobático con el campeón de europa

La experiencia de recibir un sartenazo en la cabeza dando un paseo por el cielo

Fue un lunes diferente, quizás de los 20 minutos más intensos que pueda haber soportado mi cuerpo -disgustos aparte- gracias a las imborrables sensaciones a bordo de un avión acrobático

Aún no he dado motivos a nadie para que me dé, literalmente, un sartenazo en la cabeza, aunque sí recibí uno este lunes metafóricamente en el Aeródromo de Casarrubios, en Toledo. “Un sartenazo” es la expresión que utiliza el piloto acróbata Cástor Fantoba (Pamplona, 1966) para describir la sensación de sufrir las fuerzas G en la sesera. Con motivo de su preparación para el Mundial de Vuelo acrobático de este agosto, el actual campeón de Europa reunió a un afortunado grupo de periodistas para intentarles trasladar, “en un sencillo vuelo, un vuelo de marqués”, las sensaciones que se experimentan practicando este deporte, en este caso a bordo del biplaza Extra 300 D-ESPN.

  • “¿Preparado?
  • “Sí”.
  • “Allá vamos”.

Antes del despegue, este Ingeniero Técnico Aeronáutico nos da unas instrucciones sobre cómo actuar en caso de emergencia, proporcionándonos un paracaídas y recalcando que, “si hubiera que saltar, antes de hacerlo, hay que echar mano a la anilla porque luego en el aire no la vais a encontrar. Os lo aseguro”. Al tiempo que daba esa explicación, Cástor conciencia del riesgo que puede suponer este deporte si la mente no está fría en todo momento, aunque las dosis de miedo las reduce al mínimo cuando asegura que en sus más de 15 años practicando esta disciplina nunca ha debido de saltar de un avión… “salvo por obligación, cuando estuve dando unos cursos para entrenar esta faceta, y ya os digo que como no saltéis con la mano en la anilla, no la encontráis”. Recalca, mientras más de uno traga saliva.

“Verse boca abajo en un avión por primera vez siempre es bonito”

A continuación, relata una serie de movimientos en el aire que alertan al cuerpo de lo que se le viene encima. “No os voy a retorcer mucho. Haremos algo básico: unos virajes, loopings, túneles y alguna maniobra vertical”. Vamos, lo de cualquier lunes antes de llegar a la redacción. “Va a ser un vuelo de marqués”, en ese momento mi mente, contrariada, se acordó de ciertas zonas nobles aunque afortunadamente no dio órdenes para expresarlo. “Verse boca abajo en un avión por primera vez siempre es bonito”. Debía de ser precioso porque allí ningún periodista dio un paso atrás, como si todos hubiéramos nacido para disfrutar de un auténtico “vuelo de marqués”.

Antes de subir a la máquina, la advertencia más importante de todas: “Toma, esta es tu bolsita para los vómitos. Aquí, quien vomita, limpia. Así que póntela a mano”. Sin azafatas a bordo, la coloqué junto al cuello, dentro de la chupa. “Es el mejor sitio”, aconsejó el encargado de Prensa con una sonrisa, el expiloto Javier Marqueríe.

La tensión sube conforme pisas el ala izquierda del aeroplano, porque el tema va en serio, y luego se rebaja una pizca cuando te sientas, te pones los cascos y escuchas la voz de Cástor a través de la radio. Con un campeón de Europa pilotando, nada puede salir mal… lo único, que Cástor indica que voy a ser yo el que pilote al principio. “¡Ups!”. Ahí es cuando uno se acuerda de qué ha sucedido para llegar a estar sentado en ese aparato. En realidad, no era tan dramático porque en caso de fastidiarla, Cástor siempre podía corregir antes de que el panorama empezara a tornarse oscuro. En principio, debía atender a una palanca –como el joystick gigante de ordenador - que tenía entre las piernas y unos pedales en cada pie. La palanca movía unos alerones laterales en las alas –inclinaba al avión hacia arriba, abajo, izquierda o derecha-, los pedales un pequeño alerón en la aleta trasera –giraba la aeronave en el mismo plano (sin inclinarlo) a izquierda o derecha-.

Truco para no marearse (o marearse menos)

Encendido de motores, despegue, ascenso más vertical del que uno está acostumbrado en un vuelo comercial y primer coscorrón en la cabeza por la fuerza G. “Venga, vamos a coger un poco más de altura”, comenta Cástor por radio. “¡Ah!, que todavía no es suficiente”, pienso yo. Subimos más. “Para no marearte con las fuerzas G positivas debes apretar mucho las piernas y por la zona del vientre, para que la sangre no suba”. Eso no te lo enseñan en el colegio. “Para las fuerzas G negativas… no hay nada que hacer, pero no te preocupes porque las nuestras sólo van a ser positivas”. Mensaje tranquilizador.

Con el avión estabilizado a unos 250 metros de altura, “coge la palanca y vas a hacer unos giros. Para mantener el avión horizontal, hacia adelante o atrás, para girar: izquierda o derecha”. Y allá fuimos con más control y facilidad del que uno pueda suponer. “Ahora un golpe a la izquierda y seguido a la derecha”. Izquierda, nos ponemos perpendiculares al suelo, derecha rápido, nuevamente –por el otro costado- perpendicular al suelo. “Estamos perdiendo un poco de altura así que llévate hacia ti la palanca”. Corregí y recibí al tiempo otro golpe en la cabeza. “Perfecto. Aquí es donde se notan los ‘G’, ¿eh?”. Me podía hacer el valiente… pero era tan evidente que contesté lo que pude.

“Muy bien. Parece que llevases haciendo esto toda la vida”. Seguro que eso se lo dice a todos… pensó en voz baja mi mente, pero me alegré. “Ahora me toca a mí”. Y la montaña rusa comenzó con un coloquial tirabuzón, en vuelo acrobático llamado túnel, y con ello la fantástica sensación de verse boca abajo, con la tierra por encima de la cabeza y a unos 300 km/h. “¡Guau!”. Inevitablemente la sonrisa se hizo más amplia al tiempo que un hormigueo recorrió mi cuerpo. “¿Qué tal?”, preguntaba Cástor, que no paraba de hablar y explicar en todo momento la maniobra que iba a trazar.

Yo estaba quieto, era el mundo el que giraba

Después de unos giros para no salirse de la ‘caja’, el espacio aéreo calculado que delimita dónde deben realizarse las acrobacias, llegamos al momento del looping. “No te vas a ir de aquí sin hacer un looping, ¿no?”. Como para decir que sí. “Venga, vamos a hacerlo grande para hacerlo suave y cómodo. Mira el ala para no marearte. Mira, mira, mira…”, divisaba cómo mi avión y yo estábamos quietos y el mundo giraba, y se daba la vuelta. “Y ahora, rápido, mira de frente y busca la pista de aterrizaje”. Y ahí estaba, delante de mí. Bueno, más bien debajo. “¿Qué tal estás?” Contesté con un simple bien por no entrar en detalles, aunque la cabeza ha tenido mejores días.

“Continuamos con una vertical para que veas la sensación de subir totalmente perpendicular al suelo”. Sólo se veía azul mientras mi cuerpo se pegaba más que nunca al asiento. “Y si hemos subido, tendremos que bajar”. Ahora suena evidente y hasta bonito, pero en aquel momento no era tan liviano. Y volvimos a ponernos verticales, esta vez en dirección a la tierra. “Ahora cuidado con las fuerzas G”, advertía Castor, “aprieta mucho las piernas”, e instantes después volvió a estabilizar el avión poniéndolo horizontal. Para aquel entonces, mi cabeza estaba llena de sartenazos.

“¿Hacemos un vuelo rasante para saludar a estos chicos?” Y allá nos paseamos, volando a escasos metros del suelo sin tocar el asfalto. Volvimos a subir para dar una última vuelta a vista de pájaro antes de tomar, definitivamente, tierra.

El cuerpo también se entrena para no marearse

Fueron 20 de los minutos más intensos que haya podido disfrutar en mi vida. “¿Te ha gustado?”. Asentí con la cabeza para cuando tuve algo de aliento contestar con un sincero “sí, lo único que estoy un pelín revuelto”. Cástor lo razonó: “Es normal, es inevitable. Es como tener agujetas al principio de unos entrenamientos. Te vas a sentir así las primeras veces pero poco a poco el cuerpo se acostumbra y dejas de tener esas sensaciones. Has sometido a tu cuerpo a 4G, que no está nada mal. Nosotros, en competición, oscilamos entre las 8G positivas y las 8G negativas, ¡llegamos a meter al cuerpo 16G! Y en los primeros entrenamientos de la temporada también salimos tocados”.

Precisión, control, un pulso de acero y una frialdad absoluta. Cástor Fantoba, aspirante este mes de agosto a ser campeón del mundo de vuelo acrobático, demostró este lunes que es un auténtico ‘Birdman’. No tiene ningún Oscar, pero sí medallas como la del actual campeón de Europa o las cinco preseas que le coronan como estrella nacional de este deporte en la actualidad.

Y todo empezó por una apuesta…”, comenta Cástor al inicio de una charla con El Confidencial, ¿quieren saber cómo alguien termina dando vueltas por el cielo y viviendo del aire? La respuesta estáen la entrevista con este piloto acrobático, cuyo trabajo como comandante de una aerolínea en Italia le permite llevar la bandera de España más alto que ningún otro deportista nacional, incluyendo su padrino, Marc Márquez.

Aún no he dado motivos a nadie para que me dé, literalmente, un sartenazo en la cabeza, aunque sí recibí uno este lunes metafóricamente en el Aeródromo de Casarrubios, en Toledo. “Un sartenazo” es la expresión que utiliza el piloto acróbata Cástor Fantoba (Pamplona, 1966) para describir la sensación de sufrir las fuerzas G en la sesera. Con motivo de su preparación para el Mundial de Vuelo acrobático de este agosto, el actual campeón de Europa reunió a un afortunado grupo de periodistas para intentarles trasladar, “en un sencillo vuelo, un vuelo de marqués”, las sensaciones que se experimentan practicando este deporte, en este caso a bordo del biplaza Extra 300 D-ESPN.

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