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Assen, el lugar donde cambió la historia del motociclismo español
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allí llegó la primera victoria española en 500

Assen, el lugar donde cambió la historia del motociclismo español

Hace 25 años, Alex Crivillé logró en el Gran Premio de Holanda la primera victoria española en el Mundial de 500 y marcó el inicio de una profunda transformación en el motociclismo español

Foto: Álex Crivillé liderando el GP de Holanda de 1992 en Assen. (MotoGP)
Álex Crivillé liderando el GP de Holanda de 1992 en Assen. (MotoGP)

El 27 de junio de 1992, Álex Crivillé pasó a la historia del motociclismo de nuestro país al conseguir la primera victoria española en el mundial de 500. Estaba cantado que ese joven piloto de 22 años, que tres temporadas antes se había convertido en el campeón del mundo más joven de la historia al ganar el título de 125 con solo 19, era el hombre del futuro, el piloto que derribaría el último muro que se alzaba frente al motociclismo español: la categoría reina, el mundial de 500.

Nada ocurre por casualidad. Fue el 27 de junio, pero esa victoria podría haber llegado en cualquier otro momento. Es un símbolo. Representa el momento de transformación, un cambio que había arrancado en los ochenta, cuando una nueva generación de pilotos, liderada por Sito Pons, decidió salir del encorsetado marco del motociclismo español, que en aquellos días vivía a la sombra de los éxitos de Ángel Nieto. Fueron años de cambio en la sociedad española, ansiosa de abrirse al mundo, y el motociclismo no fue ajeno.

Antes de que se iniciara la profesionalización del deporte motociclista e irrumpiera el márketing deportivo y el fenómeno de los patrocinadores, el soporte de la competición fueron los fabricantes de motos. Las carreras eran el mejor escaparate comercial para sus productos. De esta forma, el potencial deportivo de un país dependía directamente de la capacidad de su industria motociclista nacional, y así fue como Italia, Gran Bretaña y Alemania fueron, desde los orígenes de las competiciones, los países más avanzados. En España no hubo una industria motociclista suficientemente organizada hasta mediados de los años cuarenta, y aun así tuvo que bregar con muchísimas limitaciones económicas, que también marcaron el techo de las aspiraciones deportivas de los pilotos españoles, a los que no les quedó más remedio que limitarse a las categorías inferiores.

Hasta 1975 se mantuvo un sistema proteccionista que impedía la importación de mecánicas extranjeras. Cada cual se las apañaba como podía. Fue célebre aquella 'Montesa pintada de blanco' —una Yamaha introducida de extranjis; las Montesa eran de color rojo— empleada por el mítico Víctor Palomo, el primer piloto español que decidió cruzar los Pirineos sin el abrigo de la industria nacional. Palomo fue la excepción, y en 1976 ganó la Copa del Mundo de 750.

Dado que no se permitía importar motos japonesas, el mercado español no tenía el menor interés para estos fabricantes, y por tanto no necesitaban buscar pilotos españoles con los que potenciar sus ventas en nuestro país. Pero la crisis de la industria nacional de finales de los años setenta propició la llegada de los japoneses: Honda fue la primera; luego llegaron Yamaha y Suzuki.

El lugar oportuno y el momento adecuado

En los años ochenta concurren unas circunstancias que favorecen la transformación del motociclismo español. El ingeniero Antonio Cobas fue una pieza clave, porque creó una serie de motos (Siroko, Kobas, JJ-Cobas) que puso a disposición de una nueva generación de pilotos, los Pons, Cardús, Reyes, Garriga, que decidieron correr el mundial de 250 rompiendo con las confortables cilindradas inferiores. Sito Pons fue el elemento catalizador: en 1981 decidió correr fuera cuando apenas tenía palmarés en España. “Me decían: ¡Vais a venir con el rabo entre las piernas! ¡No vais a hacer nada, no os vais a clasificar! –recuerda Pons–. No teníamos medios ni motos, solo la Siroko, que habíamos fabricado nosotros. ¡Estábamos fuera del Mercado Común! No estábamos en Europa; era como estar en África”.

Lo de abrirse camino a pesar de una evidente falta de recursos se ha tomado siempre como una hispana virtud, pero además de determinación había talento, conocimiento y metodología. El buen hacer de Nieto en el mundial permitió que se prestara cierta atención al motociclismo, aunque no al mismo nivel que ahora. Incluso Nieto se negó a hacer declaraciones a 'TVE' hasta que no retransmitieran las carreras. Y funcionó. El interés de los patrocinadores, avivado por los crecientes resultados de la nueva generación, propició un respaldo económico que permitió acceder a las competitivas motos japonesas, esenciales desde mitad de la década para aspirar a cualquier buen resultado.

De esta forma, el motociclismo español estuvo en el lugar oportuno y en el momento adecuado cuando se produjo la transformación definitiva de este deporte hacia el profesionalismo. El momento clave en el que se alcanza la mayoría de edad es en 1988, cuando Sito Pons y Joan Garriga pelean por el título de 250. Uno de los dos fue campeón en una categoría que de forma dramática se resistía a los pilotos españoles. Aquello fue fundamental. “Fueron momentos muy grandes y las carreras fueron muy intensas, aunque no hubo muchas carreras en las que peleáramos Joan y yo directamente. Fue muy bueno para nuestro país –recuerda Pons–. Eso hizo subir las audiencias y fue un momento que marcó un antes y un después en la historia del motociclismo”.

El asalto a 500

Pons ganó de forma consecutiva los títulos de 1988 y 1989 y decidió dar el salto al mundial de 500 con una Honda oficial y la misma determinación que le llevó un día a repudiar las carreras españolas entre aceras y bordillos para correr los grandes premios. En 1990 logró resultados destacados, pero un grave accidente en Yugoslavia y posteriormente una dura caída en unos entrenamientos en Jerez en 1991, pusieron freno a sus planes. Siguió corriendo, pero ya nada fue igual. “Estaba corriendo como si estuviera en una butaca de cine. No era protagonista; veía lo que pasaba, pero no participaba en ello. Ahí es cuando pienso que no voy a seguir”, recuerda.

Tan revolucionario como lo fue diez años antes, Pons eligió a Alex Crivillé, que llevaba dos discretas campañas en 250, para subirlo a su moto en 1992. Y como le había sucedido entonces, arreciaron las críticas. “Estábamos convencidos que se podía hacer, que los pilotos españoles podíamos ganar en 500. En su tercera carrera, Crivillé se subió al podio, y ahí se acabaron las críticas”, explica Sito. Y se empezó a soñar.

Y en la octava cita, el Gran Premio de Holanda, Crivillé ganó. Aquello fue el inicio. Siete años más tarde se coronó campeón del mundo de 500. El motociclismo español había derribado todas las barreras, dando paso a una nueva era.

El 27 de junio de 1992, Álex Crivillé pasó a la historia del motociclismo de nuestro país al conseguir la primera victoria española en el mundial de 500. Estaba cantado que ese joven piloto de 22 años, que tres temporadas antes se había convertido en el campeón del mundo más joven de la historia al ganar el título de 125 con solo 19, era el hombre del futuro, el piloto que derribaría el último muro que se alzaba frente al motociclismo español: la categoría reina, el mundial de 500.

Álex Crivillé
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