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¿Por qué Arnold Palmer es el indiscutible Rey si no tiene el mejor palmarés?
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una leyenda que no tiene rival

¿Por qué Arnold Palmer es el indiscutible Rey si no tiene el mejor palmarés?

No tiene el mejor palmarés, pero no hay duda: el Rey es Arnold Palmer. Lo es por su carisma, una alegría contagiosa y una imagen paradójica a caballo entre James Dean y el vecino de enfrente

Foto: Arnold Palmer en una imagen de archivo (Cordon Press)
Arnold Palmer en una imagen de archivo (Cordon Press)

Las reacciones tras el fallecimiento de Arnold Palmer a los 87 años, así como los recuerdos que ha removido y las historias y memorias que se están lanzando en cascada en los medios mundiales arrojan una moraleja, no por conocida menos reconfortante: no hace falta ser el más grande para pasar a la historia como El Rey. O dicho de otro modo: hay algo mucho más importante que el mero recuento de logros y registros, de triunfos puros y duros.

Porque Palmer, siendo una súper estrella del golf (ganó siete Grandes y sumó 62 triunfos en el PGA Tour y un total de 95 victorias profesionales), no fue el mejor. No tiene el mejor palmarés. Desde ese punto de vista, el apodo de Rey bien pudiera recaer antes en Jack Nicklaus, sobre todo, o en Tiger Woods, Gary Player, Sam Snead y Ben Hogan si atendemos a los logros de todos y cada uno de ellos y a la perfección técnica de este último. Puede que incluso la etiqueta de Rey le cayera a Bobby Jones que ni pintada, el gran dominador en los años veinte, el amateur que sometió a antojo a los profesionales, o por consideración y respeto a la historia, al mismísimo Tommy Morris, la primera gran estrella del deporte de los catorce palos, hijo de Old Tom Morris...

Sin embargo, no hay duda al respecto: el Rey es Arnold Palmer. ¿Por qué? Por su carisma, forjado en una rabiosa naturalidad, una alegría contagiosa y una imagen paradójica a caballo entre James Dean y el vecino de enfrente; por su actitud modélica e inspiradora dentro y fuera del campo y también, sin duda, por su estilo de juego salvaje y crudo, directo, agresivo. Esta amalgama de virtudes provocó una popularización del golf que alcanzó cotas impensables hasta la fecha y su figura trascendió a los resultados, magníficos en todo caso. Daba igual lo que hiciera, la Armada de Arnie, como fue llamada su legión de fans, siempre estaba ahí. "El ha sido, es y siempre será El Rey", ha sentenciado Nicklaus horas después de su muerte.

Su huella es indeleble. Como siempre se ha dicho, cambió la historia del golf pues gracias a él la televisión vio en este deporte un maná, vigorizándolo y dotándolo de más recursos; gracias a Palmer, además, se redefinió el concepto de torneo Grande, quedando establecido el Grand Slam a principio de los años sesenta del pasado siglo tal y como hoy se conoce (Masters, US Open, The Open y PGA Championship). Sin embargo, su influencia va más allá, incluso, de su proverbial generosidad o de la manera que tenía de volcarse en obras de caridad y sociales. Estaba basada en el día a día y seguramente se resume en una sentencia del propio Palmer: "sólo trato a la gente del modo en que uno quiere ser tratado".

Las reacciones tras el fallecimiento de Arnold Palmer a los 87 años, así como los recuerdos que ha removido y las historias y memorias que se están lanzando en cascada en los medios mundiales arrojan una moraleja, no por conocida menos reconfortante: no hace falta ser el más grande para pasar a la historia como El Rey. O dicho de otro modo: hay algo mucho más importante que el mero recuento de logros y registros, de triunfos puros y duros.

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