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Scolari, un peligro público y social en Brasil
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LOS POLÍTICOS EXIGEN SU CESE

Scolari, un peligro público y social en Brasil

Scolari se aferra al cargo y no tiene intención de dimitir mientras Dilma aprieta a los dirigentes de la Confederación Brasileña para que prescindan de él

Foto: Scolari durante el partido frente a Alemania (Reuters).
Scolari durante el partido frente a Alemania (Reuters).

Brasil puso su Mundial en manos de Scolari. Sin fútbol desde hace años, el país del ‘jogo bonito’, confió en un técnico que ya le hizo levantar el título en 2002. Poco importó que renunciara a los principios que habían hecho a Brasil pentacampeona del mundo. Horas después de la mayor humillación deportiva de la historia del país sudamericano, el que fuera seleccionador portugués, se aferra al cargo y, por el momento, no ha hecho gesto alguno para dimitir. Ni tiene intención.

La llegada de Scolari a la selección fue una decisión que tuvo componentes políticos. La Confederación Brasileña vivía momentos convulsos y apostaron por la mano de hierro de un técnico que desprecia el fútbol y que antepone la disciplina y acatar las órdenes a cualquier tipo de originalidad futbolística. Ahora Dilma Rousseff quiere que el pueblo, el aficionado al fútbol, recupere la normalidad y esto pasa por la dimisión de Scolari que volverá a sentar en el banquillo mañana en Brasilia aunque nadie quiera volver a verle al frente de la selección brasileña.

En año de elecciones, cualquier gesto es tenido en cuenta y más cuando un país tan entregado al fútbol ha sufrido este golpe tan terrible. Rousseff dejó patente su decepción en su cuenta de Twitter y ahora está apretando a los dirigentes de la Confederación Brasileña (tienen carácter provisional hasta 2015) para que tomen la decisión de prescindir de un Scolari que ya ha reconocido públicamente que no piensa dimitir. “La vida sigue”, sentenció ayer mismo ratificando su idea de no dejar un puesto que dice ser suyo.

Delfim Peixoto, futuro vicepresidente de la Confederación Brasileña, ha sido rotundo: “Fue demasiado terco, en todos los momentos, desde la convocatoria hasta la elección del sistema táctico. Estuvo todo mal. Ni siquiera deseo hablar sobre esto para no decir alguna tontería, pero una cosa puedo asegurar: nunca más ‘Felipao’ estará con una selección brasileña. No vuelve nunca más”. Y es que los políticos quieren paz social para encarar las elecciones del próximo otoño, algo que con Scolari de por medio parece imposible.

Al margen de la intervención de Dilma Rousseff, la clase dirigentes brasileña está en alerta. Su modelo de fútbol ha caducado. La soberbia en la que se ha instalado desde hace décadas está pasando factura. En los últimos años, Brasil, la pentacampeona, se ha dedicado a criar jugadores, estrellas que están por encima del grupo. La selección brasileña y también sus clubes se han quedado anclados en el pasado. Tácticamente no han evolucionado. No hay juego colectivo, ni atisbo de un trabajo de grupo. Se avanza a golpe de genialidad, pero sin una base sólida, sin un proceso de selección acorde a la profesionalización del fútbol actual.

Esa involución táctica tiene mucho que ver con la negativa del fútbol brasileño a contar con entrenadores extranjeros. Se han creído los reyes del fútbol y han dejado de serlo debido a su corriente contraria a lo que viene de fuera. Además, los nombres de los entrenadores son siempre los mismos: Scolari, Parreira, Luxemburgo... No hay aire fresco, lo que ha llevado a la actual selección a dar la espalda al talento de jugadores como Coutinho, Lucas Moura o Filipe Luis para dar paso a gladiadores sin ningún criterio futbolístico.

Brasil puso su Mundial en manos de Scolari. Sin fútbol desde hace años, el país del ‘jogo bonito’, confió en un técnico que ya le hizo levantar el título en 2002. Poco importó que renunciara a los principios que habían hecho a Brasil pentacampeona del mundo. Horas después de la mayor humillación deportiva de la historia del país sudamericano, el que fuera seleccionador portugués, se aferra al cargo y, por el momento, no ha hecho gesto alguno para dimitir. Ni tiene intención.

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