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Resaca del Madrid-Barcelona: no estaban muertos, que estaban de parranda
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EL CLÁSICO SE LO LLEVÓ EL BARÇA POR 2-3

Resaca del Madrid-Barcelona: no estaban muertos, que estaban de parranda

Un "esto lo gano yo como que me llamo Leo Messi" como una casa. El argentino fue el protagonista deportivo de un choque apasionante en el que el Barcelona sorprendió al Madrid

Foto: Leo Messi, nada más anotar el tercer gol culé de la noche. (Reuters)
Leo Messi, nada más anotar el tercer gol culé de la noche. (Reuters)

En un día más festivo que nunca en Cataluña, con un Sant Jordi que ha batido todos los récords, con una primavera rabiosa y el gentío poblando las calles, la frase que más escuché en Barcelona era que el Real Madrid se iba a llevar el partido de calle. Todo el santo día me tiré escuchando: “Nos van a dar una paliza”. El culé, pesimista por definición, por ‘tarannà’, que significa carácter, modo de ser, actitud, mentalidad, talante, creía que su equipo estaba muerto. Y no, estaba de parranda, que cantaba Peret mientras le daba vueltas, pim-pam, a la guitarra.

Foto: Otro partido inolvidable de Leo Messi. (Reuters)

Y así fue el partido, de rumba. De ida y vuelta. Un choque precioso para el espectador, enloquecido, con las pulsaciones a mil, con Ter Stegen y Navas luciéndose, con 25 disparos a puerta, de vértigo. Si pestañeabas, te perdías algo. Pero no, el Barça no estaba grogui. Y Messi menos que nadie. El 'crack', que llevaba tres temporadas sin marcar en un Clásico, hizo dos goles y se erigió como el dios que es, asumiendo responsabilidad, protagonismo. Un “esto lo gano yo como que me llamo Leo Messi” como una casa. Un futbolista estelar, que se sale de cualquier esquema y que en el minuto 92 se quitó la camiseta azulgrana para enseñársela desafiante y orgulloso al Bernabéu después de machacar al Real Madrid en el último suspiro, con puntos en la boca tras el codazo de Marcelo, que le hizo jugar la primera mitad mordiendo una gasa. Messi es el máximo goleador de la historia de los Madrid-Barça con 23, 14 de ellos en Chamartín, y sumó su tanto 500 con la camiseta azulgrana. No hay otro como él. Ni lo habrá en nuestra generación. “Messi es definitivo hasta cuando está en su casa cenando. Es el jugador de la historia sin duda, y he visto mucho fútbol. Hoy ha vuelto a hacer de las suyas. Es una inyección de moral bestial en el día de Sant Jordi, lo disfrutaremos”, afirmó Luis Enrique nada más acabar el partido en declaraciones a Movistar.

El Barça, como gato panza arriba, se agarra a la Liga gracias a Ter Stegen y a Messi y aplaza todos los debates sobre el fin de ciclo que se avecinaban como un ciclón, amenazando con arrasarlo todo de aquí al 27 de mayo, en que el equipo ya tenía apuntado en el calendario la final de la Copa frente al Alavés. “Ahora mismo estamos primeros y hasta el final será ajustado”, concedió el técnico asturiano en su último Clásico en el banquillo culé: “Ha sido el final feliz que todos deseábamos”, concluyó.

Para los amantes del ruido quedarán los errores del árbitro Hernández Hernández. La lista de agravios: el penalti no pitado a Cristiano en el minuto uno, la expulsión a Marcelo, la segunda amarilla a Casemiro, la roja rigurosa a Sergio Ramos a falta de 15 minutos. Y esta última, la roja a Ramos, será la que traerá cola. Porque el sevillano se marchó del campo aplaudiendo y diciéndole a Piqué, a la cara: “Habla ahora, dilo ahora”, mientras señalaba al palco.

Piqué y Ramos, la extraña pareja

La extraña pareja de Ramos y Piqué. Que según ellos tan bien se llevan y se conocen y se aguantan, y ji-ji-ja-ja, pero que en el último partido de la selección española ya chirrió con las declaraciones del catalán sobre el palco del Bernabéu y las posteriores de Ramos sobre “ya sabemos cómo es Piqué y no le vamos a cambiar ahora”. El buen rollo, el entendimiento de los dos centrales de la selección española a un año de que se dispute el Mundial de Rusia parece, como poco, complicadillo, raruno. Se pegan tantos tiros al estilo del salvaje Oeste que ya pueden decir misa, pero algún rasguño llevan.

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“No hay discusión, va con los dos pies por delante. Los árbitros aquí son permisivos y no están acostumbrados”, señaló Piqué al término del partido. Ramos contestó: "Messi lo hace bien, llego tarde e igual es excesivo, pero ni lo toco y ha condicionado el partido. ¿Piqué? Ahora dirán lo que quieran los medios de su casa, no me he dirigido al árbitro. A él se lo he dicho, con tantas quejas y tanto morbo en cada tuit y cada cosa que hace al final se lleva el gato al agua. ¿Permisivo? Como el suyo igual del PSG. Yo no me llevo mal con Piqué. Él defiende lo suyo y yo lo mío, pero después de un partido no me digas que le pegue un abrazo".

El Barça no estaba muerto, aunque alguna parranda se había metido entre pecho y espalda y lo pagó muy caro en Europa con la eliminación en la Champions y con el agua al cuello en la Liga. Pero mientras el club jugaba al gato y al ratón con el TAD hasta extremos que rozaron el ridículo —Neymar no viajó ni siquiera a Madrid a pesar de seguir diciendo que tenían razón en el enésimo comunicado—, Bartomeu se presentaba a última hora en el Bernabéu con cara seria y saltándose la comida con Florentino Pérez alegando “compromisos familiares”, Messi, Ter Stegen y compañía fueron de cara, al todo o nada. El victimismo de la entidad frente a la valentía de un grupo de jugadores con Messi de líder indiscutible que se niega a que lo entierren a pesar de los pesares. El club por un lado, el equipo por otro. Mientras Leo siga siendo el rey, a qué venía tanto ruido. Si no hacía falta. Sus goles son la ley.

En un día más festivo que nunca en Cataluña, con un Sant Jordi que ha batido todos los récords, con una primavera rabiosa y el gentío poblando las calles, la frase que más escuché en Barcelona era que el Real Madrid se iba a llevar el partido de calle. Todo el santo día me tiré escuchando: “Nos van a dar una paliza”. El culé, pesimista por definición, por ‘tarannà’, que significa carácter, modo de ser, actitud, mentalidad, talante, creía que su equipo estaba muerto. Y no, estaba de parranda, que cantaba Peret mientras le daba vueltas, pim-pam, a la guitarra.

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