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La eterna disputa con sordina entre Torres y Simeone por ser el hijo favorito del Calderón
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el delantero volvió tras el susto de riazor

La eterna disputa con sordina entre Torres y Simeone por ser el hijo favorito del Calderón

Torres jugó contra el Sevilla después de que el técnico impidiese su reaparición contra el Leverkusen. Son dos emblemas rojiblancos, lo que a veces obliga al aficionado a tener que elegir

Foto: Torres remata ante Sergio Rico (Reuters)
Torres remata ante Sergio Rico (Reuters)

Salió en el minuto 64 y el Vicente Calderón respondió como era de esperar, cantando: ¡Fernando Torres, lorolorololo, Fernando Torres! Si alguien se sorprendió es que no sabe de qué va esta película. El Niño volvía a jugar después del muy aparatoso golpe de Riazor, ese que le dejó inconsciente y con el corazon de los rojiblancos en paro temporal. La ovación estaba descontada. No es un tema estrictamente futbolistico, sino más bien sentimental. La grada del Calderón, quizá la más emocional de cuantas hay en España, no se viene arriba por lo que puede dar sino por lo que significa.

Foto: Fernando Torres, atendido por compañeros nada más sufrir el percance en Riazor (EFE)

Fernando Torres es parte del escudo, ese que este año han decidido modificar. Los aficionados le recuerdan porque fue la ilusión en los días malos, porque cuando el desierto no parecía tener final él apareció como el único oasis en el que encontrar un poco de agua. Torres es atlético desde que era un niño y nunca dejó de serlo, poco importaba que defendiese otras camisetas, él era parte del ADN del Atlético en la distancia. Puede haber delanteros mejores, a sus 33 años se encuentran, pero su fuerza en la grada no viene de lo que pueda hacer sino de quien es.

Ese innegable significado es también uno de sus mayores problemas. La relación del entrenador y el técnico, Diego Simeone, no siempre es sencilla. El entrenador argentino también es parte de la idiosincrasia rojiblanca. Él es aquel batallador que se dejó la piel cuando era mediocentro, pero también es, quizá sobre todo, el arquitecto del presente florido del Atlético. Simeone no nació rojiblanco, pero el pedigrí lo suplió con un carácter que sintonizaba a la perfección con la grada. En un mundo en el que los guerreros se valoran a veces más que los estetas él tenía tatuada en la frente la personalidad de mito rojiblanco. El conflicto viene porque no es siempre sencillo hacer coincidir dos emblemas. Cuando papá y mamá se pelean los niños tienen un dilema.

El martes, contra el Leverkusen y con la eliminatoria de Champions finiquitada, la grada se atrevió a pedir a su ídolo. "Cholo, sácalo", tronaba en el estadio y no hacían falta más explicaciones. Pedían a Torres para darle un aplauso y recordarle que le quieren sin condiciones. Los días malos, el miedo de la caída de Riazor, necesitaban de exorcismo y el público entendía que era ese, y no otro, el momento perfecto para homenajear al ídolo. Simeone no transigió y aquello espesó un poco la nube que rodea la relación entre ambos.

"A mí y al estadio nos hubiese gustado ver a Torres", confesaba después del partido Griezmann. La pregunta era necesaria porque el Atlético es un club que vive en buena medida del sentimentalismo. La respuesta de Simeone, que hablaba de fútbol, no colmaba las expectativas del entorno. Porque esto, una vez más, no era ni mucho menos un tema deportivo sino simbólico. Presionar un rato arriba en una eliminatoria finiquitada no era lo que contaba esa noche.

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Simeone y Fernando Torres, durante una rueda de prensa (Reuters)

La renovación de Torres

Ese episodio de incomprensión es el último, pero no el único. Todo empezó la pasada temporada, cuando ya había vuelto Torres pero aún no estaba renovado. Si se le pregunta a la grada, pocas dudas, un cheque en blanco. Simeone, que está en otra labor que no es la de apasionado sino la de gestor, puso problemas. La idea inicial del club era darle más de un año, blindarle, por decirlo de alguna manera. Pero el técnico no quiso y quedó en uno solo. La guerra nunca es abierta, no se leerán declaraciones críticas, pero sí mohínes y gestos, que en un club como el Atlético son capitales.

Hay además, cierta lucha de entornos. Porque tanto uno como otro, después de tantas vueltas por la vida, han hecho suficientes amigos en todas partes para tener defensores que bien puede convertirse en censores del otro si es menester. También con sordina, porque no deja de ser una disputa familiar, no una guerra civil.

Foto: Simeone da instrucciones a Gabi durante la final de la Champions disputada en Milán en 2016. (EFE)
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En clave futbolística, Torres está para aportar cosas. Los objetivos del Atlético se han clarificado esta semana, son la tercera plaza y el sueño de la Champions. Gameiro, el delantero titular, tampoco se ha ganado el cartel de indiscutible. No está mal, pero no es Costa, Falcao o Forlán. Eso permite a Simeone darle más minutos al ídolo de la grada, concederle un espacio que, como deportista ambicioso, él siempre reclama.

Su entrada contra el Sevilla llegó cuando el partido ya estaba encarrilado, con 2-0 en el marcador. Se mostró combativo, realizó dos disparos correctos que fueron detenidos por Sergio Rico. Jugó, que era lo importante, y recordó al técnico que no solo está en la plantilla por ser quien es, sino que puede aportar fútbol y gol al esfuerzo de esta temporada.

Queda abierto, por supuesto, el tema de la renovación. El año pasado ya dijo Simeone que una extensión de contrato depende únicamente de su rendimiento. Que está en sus pies conseguirla o no. El año pasado, con un final de temporada magnífico, lo logró. Esta temporada está por ver. Él por su parte, dice que siempre que juega en el Calderón se lo plantea como si fuese la última vez. Y así seguirán, al menos unos meses más, condenados a entenderse y, también, condenados a cohabitar en el corazón de los atléticos.

Salió en el minuto 64 y el Vicente Calderón respondió como era de esperar, cantando: ¡Fernando Torres, lorolorololo, Fernando Torres! Si alguien se sorprendió es que no sabe de qué va esta película. El Niño volvía a jugar después del muy aparatoso golpe de Riazor, ese que le dejó inconsciente y con el corazon de los rojiblancos en paro temporal. La ovación estaba descontada. No es un tema estrictamente futbolistico, sino más bien sentimental. La grada del Calderón, quizá la más emocional de cuantas hay en España, no se viene arriba por lo que puede dar sino por lo que significa.

Diego Simeone
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