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El título de campeón enjuga las lágrimas del 'entrenador' Cristiano
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ejerció desde la banda con la rodilla maltrecha

El título de campeón enjuga las lágrimas del 'entrenador' Cristiano

No jugó ni 20 minutos, pues un choque con Payet le dejó fuera del partido. A pesar de eso, los lusos fueron campeones y él, como capitán, fue el encargado de levantar el trofeo

Foto: Cristiano, con el trofeo. (Reuters)
Cristiano, con el trofeo. (Reuters)

No habían pasado ni 20 minutos cuando Payet chocó con Cristiano. La entrada era dura, pero sin intención, no era siquiera falta y así lo consideró el árbitro. El astro portugués se retorcía sobre el césped. Los médicos corrieron alarmados, con toda la razón. Sacaron los 'sprays' analgésicos para tratar de curar el dolor de su rodilla izquierda, se lo llevaron a la banda, probaron un vendaje. Volvió al campo, pero a la primera carrera se dio cuenta de que no, que esta final tampoco iba a ser la suya. Miró al banquillo, levantó la mano y pidió el cambio. Lloró de impotencia, de dolor y de miedo. Dos horas después, lo hacía de alegría.

Fernando Santos miraba con incredulidad desde el banquillo. Si ya de por sí eran favoritos los franceses, mucho más aún con la estrella lusa fuera del terreno de juego. Cristiano se arrancó el brazalete de capitán, se tiró al suelo y se puso a llorar desconsolado. La rodilla izquierda le estaba sacando de un partido que ambicionaba en grado máximo. El partido de su vida, hacer de Portugal campeona de Europa era el reto más difícil de los muchos que ha ido superando. El reto no era solo ganar, era ganar sin él. Y lo consiguieron.

Una camilla entró en el campo. No solo estaba lesionado, es que ni siquiera era capaz de mantenerse en pie. Quaresma ocupó su lugar. El silencio reinó en la grada portuguesa, el ambiente de funeral difícilmente se lo iban a sacar en un rato. Cristiano no estaba siendo constante en la Eurocopa, no ha hilado un campeonato como el de Griezmann, contando sus partidos -menos la final- por obras de arte. Pero sí había sido decisivo. En las semifinales contra Gales, abrió el marcador y generó la ocasión que terminó en el segundo gol de su equipo. Contra Croacia, en octavos, un remate suyo propició la jugada con la que Quaresma eliminó a los balcánicos. Y en la primera fase, aquella en la que Portugal fue incapaz de ganar a tres rivales menores, rescató de la mayor de las humillaciones a los suyos con dos goles y una asistencia. Todo eso sin contar su importancia en la fase de clasificación previa. Y más allá del fútbol, el espíritu.

Cristiano Ronaldo no es un jugador más y su lesión -que, después se supo, es un esguince de ligamentos-, consecuentemente, tampoco puede ser lo mismo que la del resto. El luso ha logrado en el Real Madrid convertirse en la estrella absoluta en una orquesta de solistas, pero su importancia con la selección es muy superior. Portugal es un país de poco más de 10 millones de habitantes, con un amor desmedido por el fútbol, y, por su pequeño tamaño, sus pocos éxitos tienen un valor enorme. La de Saint-Denis era la segunda final de los portugueses en la competición y, en ambas, Cristiano estaba presente. Las dos las terminó saliendo del campo entre lágrimas. Los 12 años que separan los llantos de los lusos por la derrota en casa contra Grecia con los del jugador por su retirada lesionado en Francia son la historia de un jugador insaciable, del hombre que quiso ser el mejor y no ahorró nunca un esfuerzo para lograrlo. Esta vez, sin embargo, tuvo recompensa. Sus compañeros resistieron y le dieron un título que no se esperaba en el palmarés de CR7.

Convertido en técnico

En la segunda parte del partido, volvió Cristiano, no a jugar, por supuesto, no cambiaron las tormas en el descanso, pero sí a estar presente. Se sentó en el banquillo, aunque sentado se mantuvo poco tiempo. Pasó buena parte de pie, arengando a los suyos más incluso que su entrenador. En un momento de la prórroga, el jugador se salió del área técnica y el cuarto árbitro, a unos pocos metros de él, no quiso decirle nada. Bastante tenía con lo de su rodilla. El gol de Éder lo celebró como si fuese suyo. Y cuando terminó el partido, cuando supo que era campeón de Europa, que había hecho de Portugal una campeona, se tiró al suelo y corrieron a abrazarle.

El de Madeira subió las escaleras que dirigían al palco con dificultad. La cojera era evidente, pero el esfuerzo merecía la pena: él era el encargado de recoger la Copa. Es el capitán luso y, por lo tanto, el receptor del trofeo de las manos de Ángel Villar. Hubiesen esperado lo necesario para que fuese él quien tenía ese honor, a pesar de su ausencia en la final, pocos se lo han merecido más. Y él, por una vez, pareció genuinamente feliz. En ninguno de sus muchos otros títulos se le vio tan emocionado. Todo lo que había pasado con su selección este mes, en este partido, en sus más de 10 años de carrera, había tenido sentido.

Cristiano es el líder de la única Portugal campeona de la historia, algo de lo que no podría haber presumido en la de 2004. Él solo era un niño y esa función les correspondía a Rui Costa y a Luis Figo. Marcó, eso sí, un gol decisivo en semifinales en aquella Eurocopa que, como esta, no se distinguió por su fútbol de salón. Aquella competición fue el primer grito de CR7, el golpe en la mesa para que se le considerase en el panorama europeo, un mundo que fue poco a poco conquistando hasta hacerse con tres balones de oro.

Llegaron los anuncios en televisión, el éxito en el United, el traspaso récord al Real Madrid. Es tres veces campeón de Europa con sus equipos, sus cifras goleadoras son de otra galaxia. Pero ganar con Portugal significaba más que todo eso. En el club blanco, como en el Manchester previamente, la excelencia se supone. Si no es Cristiano, será otro el que les catapulte a competir con los mejores y, de vez en cuando, a ganar. Son dos de los tres equipos más poderosos del mundo del fútbol. Con la selección es otra cosa, los éxitos escasean y no hay fichajes que valgan.

La selección portuguesa era una colección de buenos físicos, de jugadores ya veteranos con lo mejor del fútbol a sus espaldas y algunos jóvenes por descubrirse aún como Renato Sanches. En medio de todo eso, en una posición que solo Bale puede reclamar en su selección, estaba Cristiano Ronaldo. Desde aquella final de Lisboa en 2004, la selección portuguesa ha sido semifinalista en un Mundial, en otra Eurocopa y, finalmente, y contra todo pronóstico, campeona. Es decir, el tiempo de Cristiano es, con mucho, el más productivo de la historia del país. Y si se repasan sus compañeros, se puede ver que el potencial de sus equipos era, cuanto menos, limitado.

Cristiano ya era un jugador para la historia. Los últimos 10 años están marcados por su rivalidad con Messi, por su hambre voraz y sus centenares de goles. Ahora, sin embargo, el análisis tiene que cambiar, debe actualizarse. No solo ha sido una estrella rodeado de los mejores jugadores del mundo, también ha conseguido, aun sin estar presente en la final, hacer a Portugal campeona de Europa. Y eso, más que cualquier otro título, le dimensiona. Por eso sonreía, emocionado, cuando tocó el frío metal del trofeo. Hace grande a Portugal y enorme a Cristiano Ronaldo.

No habían pasado ni 20 minutos cuando Payet chocó con Cristiano. La entrada era dura, pero sin intención, no era siquiera falta y así lo consideró el árbitro. El astro portugués se retorcía sobre el césped. Los médicos corrieron alarmados, con toda la razón. Sacaron los 'sprays' analgésicos para tratar de curar el dolor de su rodilla izquierda, se lo llevaron a la banda, probaron un vendaje. Volvió al campo, pero a la primera carrera se dio cuenta de que no, que esta final tampoco iba a ser la suya. Miró al banquillo, levantó la mano y pidió el cambio. Lloró de impotencia, de dolor y de miedo. Dos horas después, lo hacía de alegría.

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