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Los partidos de vuelta de la Copa del Rey generan un 65% de absentismo en las gradas
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paupérrima imagen de todas las tribunas

Los partidos de vuelta de la Copa del Rey generan un 65% de absentismo en las gradas

5.000 personas vieron el empate del Atlético contra el L'Hospitalet, el porcentaje más bajo de asistencia. Otra demostración de la lamentable organización

Foto: El Almería superó al Betis con las gradas casi vacías (EFE).
El Almería superó al Betis con las gradas casi vacías (EFE).

En las frías tardes de diciembre, el simple y tradicional hecho de levantarse del sofá, salir allí donde no hay calefacción y sentarse en un frío estadio es un acto de valentía. Pero en esto del fútbol hay miles de gallardos aficionados que no temen al vaho ni al helado rocío y no dudan en repetir lo mismo que hacen cuando el tiempo acompaña, aunque las bufandas no vuelen sino abriguen. Sin embargo, este hecho no sucede en la Copa del Rey española. No ha sucedido en los últimos años, ni iba a pasar en esta edición. Acudir a helarse hasta los huesos para ver un partido sin una pizca de emoción no llama la atención a nadie. Y más cuando todo se puede ver calentito por televisión.

El formato jerárquico y anticuado de nuestra Copa genera extrañas situaciones en los campos de fútbol, como que un jugador despistado eche un vistazo a la grada y vea muchos más asientos que personas. A veces pasa eso incluso en Liga, en Getafe, para ser más exactos. Pero la abominación de este torneo está llegando a unos límites insospechados, en los que las primeras rondas pasan desapercibidas, en ambientes inhóspitos y fríos, sin tensión competitiva en muchos casos. Y lo peor: no parece que haya intención real de variar el concepto de la competición.

Esta semana, las tribunas de los estadios implicados en este torneo, todos de Primera, claro, presentaban un aspecto paupérrimo por varios motivos: el primero, la poca emoción restante en la mayoría de eliminatorias; el segundo, los horarios, que como dijo David Moyes, “son terribles” y “alejan a los jóvenes” de los estadios. Evidentemente, que un partido de fútbol se juegue a las diez de la noche a quien beneficia es a la televisión, algo que también remarcó el técnico escocés de la Real Sociedad, pero se olvida de los “periodistas y aficionados”. Anoeta, de hecho, registró la peor entrada de su historia para recibir al Real Oviedo. Unas 9.000 personas presenciaron la victoria txuri-urdin.

Ni siquiera diez mil espectadores en un partido que tenía emoción, puesto que se llegaba a la vuelta con el 0-0 de la ida. Si casi nadie va a los encuentros con algo en juego, ¿cómo va a ir alguien a un choque con absolutamente todo decidido? Hubo 2.600 personas en Ipurua para ver un sentenciado Eibar-Getafe, y unas 6.000 en el frío Levante-Albacete, las mismas que en el invisible Córdoba-Granada. No se llegó a esa cifra en Cornellà-El Prat para ver el Espanyol-Alavés ni en el Almería-Real Betis. Y menos de 8.000 hubo en el Villarreal-Cádiz. En siete partidos no se alcanzaron los 10.000. 11.300 en Balaídos, récord de los partidos en teoría menores.

Sumando todos esos números se superan por muy poco los 44.500 del Camp Nou para el 8-1 del Barça al Huesca. Es decir, que entre este partido y los otros ocho, se podría llegar a llenar el estadio azulgrana. Porque la cifra del Camp Nou parece muy elevada, sobre todo si se compara con las otras, pero lo cierto es que no es ni la mitad del aforo de las gradas del templo culé. En Mestalla, en cambio, se superaron los 25.000, que tampoco llega a la mitad de lo que da el campo del Valencia. Algo más de media entrada hubo en el Bernabéu, con 41.000 contra el Cornellà, pero más dura es la imagen del Pizjuán ante el Sabadell (15.000), del Martínez Valero (9.000), pero el Calderón se lleva la palma: 5.000 personas en un estadio de 55.000 localidades. Algo más de lustre le dieron a la Copa San Mamés, con unos 20.000 aficionados, y La Rosaleda, con otros 23.000.

Entre todos los estadios que han acogido la vuelta de los dieciseisavos de final de la Copa del Rey sumamos, aproximadamente, 650.000 localidades. Entre ese más de medio millón de potenciales espectadores, ¿cuántas butacas vacías calculan que podría haber habido? Es complicado acercarse: un 35%, o lo que es lo mismo, un absentismo del 65%. En total, poco más de 230.000 personas vieron estos encuentros de vuelta. Un desastre de imagen para el exterior, esa de la que tanto se presume en las instituciones gobernantes del fútbol español, y un mal negocio económico, puesto que los clubes se quedan sin recibir un montante importante en taquillas.

A partir de ahora, en octavos, algo más de emoción habrá, por narices. Más que nada, porque se enfrentan equipos únicamente de Primera División y por tanto, los partidos se presuponen más igualados, tanto los de ida como los de vuelta. Los que mandan estarán encantados por eso de tener un derbi madrileño y porque al menos un grande casi seguro alcanzará la final. Se acabó el sueño de cualquier equipo pequeño de conseguir una machada…

En las frías tardes de diciembre, el simple y tradicional hecho de levantarse del sofá, salir allí donde no hay calefacción y sentarse en un frío estadio es un acto de valentía. Pero en esto del fútbol hay miles de gallardos aficionados que no temen al vaho ni al helado rocío y no dudan en repetir lo mismo que hacen cuando el tiempo acompaña, aunque las bufandas no vuelen sino abriguen. Sin embargo, este hecho no sucede en la Copa del Rey española. No ha sucedido en los últimos años, ni iba a pasar en esta edición. Acudir a helarse hasta los huesos para ver un partido sin una pizca de emoción no llama la atención a nadie. Y más cuando todo se puede ver calentito por televisión.

Vicente Calderón Santiago Bernabéu
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