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La derrota más dulce devuelve al Madrid a otra final y hurga en la herida del Atlético
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el 2-0 a los 16 minutos no fue suficiente

La derrota más dulce devuelve al Madrid a otra final y hurga en la herida del Atlético

El Atleti soñó con la remontada con un 2-0 en el primer cuarto de hora, pero luego dio un paso atrás. Antes del descanso, el gol de Isco, tras una gran jugada de Benzema, sentenció la semifinal

Foto: Isco y Ronaldo, con el portugués mandando a callar al Calderón, celebran el 2-1. (Reuters)
Isco y Ronaldo, con el portugués mandando a callar al Calderón, celebran el 2-1. (Reuters)

Diecinueve años después, Juventus-Real Madrid. La venganza de Ámsterdam en Cardiff. El Real Madrid sobrevivió al Calderón (2-1) con la paciencia y el tesón goleador que ha caracterizado al equipo de Zidane en toda su trayectoria en la Champions League. El Atlético de Madrid, una vez más, sintió que el fútbol le debe una que alguna vez se cobrará, pero todavía no, no en esta vida. Quince minutos de apoteosis rojiblanca no fueron suficientes para eliminar al máximo enemigo, para que el milagro fuera posible por una vez. La derrota del Real Madrid es la que mejor sabor ha dejado en la historia del club. Segunda final seguida, algo que no ocurría desde 1960.

En el fútbol, el término ‘orgullo’ se utiliza con suma facilidad. Hay aficionados que sienten orgullo por jugadores a los que les importa bastante poco lo que ellos piensen, que ni siquiera dan un duro por lo que está pasando en el césped mientras ellos mismos están sobre él. El colchonero está orgulloso de no ser como el de enfrente, pero ese es un lema pasajero que ha dado a luz únicamente como respuesta a lo que ellos consideraron erróneamente una ofensa. El que permanece es el cántico de siempre, ese que se oye cada día en el Calderón y lejos de ahí. “Orgullosos de nuestros jugadores”, grita a pleno pulmón el estadio que vio por última vez Europa. No es para menos, durante 42 minutos, miles de rojiblancos creyeron en que lo imposible no lo es tanto, y fue así porque los que vestían sus colores en el campo les miraron a la cara y les exclamaron: “¡Sí se puede!”.

En cambio, los de la otra vertiente de la capital creían únicamente en sí mismos. Lo único que pensaban los que vestían de espantoso negro era que ellos eran suficientemente buenos para que pasase lo que pasase, Cardiff fuera el destino final. Tanto fue así que les dio igual el primer cuarto de hora de partido. Les sobraba, directamente. ¿Para qué correr y luchar cada balón como si se quisiera hacer caso al entrenador con lo “queremos marcar y ganar” si sabían a ciencia cierta que haciendo lo de siempre, un gol, la cosa estaba resuelta? Durante 16 minutos se sentaron convencidos de que ese hecho se produciría naturalmente y ya con 2-0 se les ocurrió que quizá lo de ‘que viene el lobo’ iba a ser verdad esta vez.

Una semana y un día es más que suficiente para motivar a cualquiera. Al Atleti, en realidad, hace falta un minuto para obtener el montante de motivación deseado, y eso que era altísimo. No se contagia solo en la grada, sino que se traslada a los jugadores. En esos 16 minutos de aquelarre indio, el Atlético de Madrid hizo infinitamente más que en los 90 minutos de la ida. Diría más: el Atlético hizo en ese cuarto de hora más que en la ida y en los dos derbis de Liga juntos. Todas las ocasiones que no obtuvo en 270 minutos las concentró en ese ratito de ilusión. Al poco, Koke ya se encontró con Keylor Navas; en el 12, Saúl hizo su gol de partido grande para no perder la tradición; y en el 16, Griezmann no falló (esta vez no) desde el punto de penalti.

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El primer balón del partido fue un robo del Atlético. La primera ocasión fue rojiblanca. El primer gol también. Pero la final será blanca. Porque no vale con hacer en un cuarto de hora lo que debiste hacer en toda la eliminatoria, eso le sirvió al Barça una vez, no dos, como se vio contra la Juventus. Y los milagros pasan una vez cada tropecientos años. El Cholo Simeone demostró una vez más que su equipo puede jugar bien si quiere, que puede avasallar al contrario con un fútbol total basado en la intensidad, la presión y la calidad, porque el Atleti la tiene aunque se empeñe en esconderla más a menudo de lo que debería.

De la plantilla del Atleti ya no son tantos los que han vivido Lisboa y Milán. La última sí, son muchos, casi todos. Los que no conocieron de primera mano lo que ocurrió en Da Luz han sido puestos al día y entienden lo que fue aquello y la acumulación de dolor que fue San Siro. Ese luto sigue vigente en el Atlético y no se va a curar en décadas. Son cuatro temporadas seguidas cayendo ante el mismo rival en el camino hacia el sueño europeo. A partir del 2-0, el Real cogió el timón y no lo soltó hasta que Çakir puso fin al suplicio local. Kroos puso la luz y Benzema, la magia. Con esa pequeña mezcla de ingredientes, el Madrid hizo lo que tenía que hacer para obtener su billete a la final.

La jugada de Benzema en el gol es de una calidad que solo se encuentra en las mejores galerías de arte del planeta. Una obra suprema de un jugador que acumula en sus piernas tanta calidad como parsimonia en su cerebro. La constancia nunca ha sido amiga de Karim y por eso el Bernabéu a veces no le aguanta y le indica con vehemencia que no está contento. Pero apareció cuando debía. Eliminó con preciosismo a tres rivales sobre la línea de cal, los dejó sentados y la puso atrás para que Kroos hiciera un pase a la red evitado por una mano espectacular de Oblak. Pero esa jugada merecía un gol. Isco, el que fue titular en vez de Asensio y James, marcó su gol, otro más, otro que justifica el ruido que hay a su alrededor por su continuidad. Un gol que vale una final. Una derrota que sabe a gloria.

Ficha técnica

Diecinueve años después, Juventus-Real Madrid. La venganza de Ámsterdam en Cardiff. El Real Madrid sobrevivió al Calderón (2-1) con la paciencia y el tesón goleador que ha caracterizado al equipo de Zidane en toda su trayectoria en la Champions League. El Atlético de Madrid, una vez más, sintió que el fútbol le debe una que alguna vez se cobrará, pero todavía no, no en esta vida. Quince minutos de apoteosis rojiblanca no fueron suficientes para eliminar al máximo enemigo, para que el milagro fuera posible por una vez. La derrota del Real Madrid es la que mejor sabor ha dejado en la historia del club. Segunda final seguida, algo que no ocurría desde 1960.

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