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La última oportunidad del Monaco de enamorar a su millonario dueño Rybolovlev
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su ambición monetaria sólo duró dos años

La última oportunidad del Monaco de enamorar a su millonario dueño Rybolovlev

El multimillonario ruso compró el Monaco cuando estaba en la Ligue 2 y lo reflotó. Pero a los dos años, ya vendió a James y cedió a Falcao. Ahora, su equipo está a dos goles de las semis de Champions

Foto: Rybolovlev y el Príncipe Alberto celebran la clasificación del Monaco a cuartos contra el Arsenal (Cordon Press).
Rybolovlev y el Príncipe Alberto celebran la clasificación del Monaco a cuartos contra el Arsenal (Cordon Press).

Cuando alguien tiene dinero y tiempo para invertirlo, busca en su interior una pasión irrefrenable que le impulse a cometer ciertas tonterías de las cuales probablemente a la postre se arrepienta, pero que en el momento de llevarlas a cabo le supieron a gloria. Es como en una noche de borrachera: no hay montaña lo suficientemente alta que frene un deseo, aunque luego las consecuencias no merezcan la pena. Un día, Dmitry Evgenevich Rybolovlev hizo una llamada a Alberto de Mónaco y otra a Étienne Franzi y de repente se había convertido en propietario de un club de la Ligue 2. Eso sí, era un equipo de segunda, pero no era un club de segunda. Era el Monaco.

Hubo un tiempo para nada lejano en que el grande de Francia era el Monaco. Curioso detalle ese, que un equipo extranjero fuera el que mandase en el país de la egalité. Pero así era, al fin y al cabo. Era un habitual en la Champions League, uno de esos rivales que a cualquiera que le tocase le aseguraba un cruce en extremo complicado. Entre sus glorias pretéritas siempre quedarán dos victorias antológicas en el Louis II: un escandaloso 8-3 al Superdépor y el 3-1 al Madrid de los Galácticos que eliminaba a éstos de la Champions. Henry, Trezeguet, Márquez, Barthez, Gallardo, Abidal, Giuly, Morientes, Adebayor… Muchas estrellas vistieron el blanco y rojo diagonal que diseñara Grace Kelly. Y poco después ese equipo se hundió.

Como el que no quiere la cosa, el Monaco pasó de ser uno más en la Ligue 2, en la que parecía tremendamente atascado y de la que le costaría un mundo salir, a uno de los clubes más ricos del mundo y con la alta expectativa de volver a ser un grande europeo a corto o medio plazo. Una inyección monetaria tal que cualquier jugador, por muy bueno que fuese, estaba dispuesto a ayudar a la reconstrucción del equipo del Principado. Una de las mayores promesas del fútbol argentino (aunque por ahora no haya explotado de manera definitiva), Lucas Ocampos, decidió dejar River Plate para jugar en el Monaco en la segunda categoría.

Pero ese fue sólo el primer paso, la primera de muchas piedras preciosas que completarían una gran colección tan brillante como efímera. Quién sabe si movido por los aires de revancha o por simple cuestión de gusto, Rybolovlev centró su gigantesco potencial económico en jugadores que estaban o habían estado en el Oporto, el equipo que le ganó al Monaco la final de Copa de Europa más rara de la historia reciente. Se jutaron en Montecarlo Radamel Falcao, João Moutinho, James Rodríguez y Ricardo Carvalho, todos ex del Dragão. 125 millones gastó en esos cuatro futbolistas, a los que convenció de que merecía la pena la buena vida de Mónaco y los millones, más incluso que jugar la Champions. Pero algo fallaba: no había un entrenador del máximo nivel. Ranieri no ha triunfado en su vida y por supuesto no lo hizo en el Monaco. YLeonardo Jardim... pues tampoco.

Sin embargo, la ambición del gran empresario ruso se desvaneció cuando no pudo ni competir la Ligue 1 con el Paris Saint-Germain, el otro nuevo rico de Francia. No le valía el hecho de ser segundo nada más ascender. Había puesto mucho dinero para ganar, no para ser segundo. Y sus dos mejores jugadores decidieron que con un año en el Monaco tenían más que suficiente y se marcharon. James fue el traspaso más caro del fútbol francés y Falcao, que lo había sido junto con Cavani, se marchaba cedido. Cedido un jugador que había sido el mejor delantero centro del planeta. Y después, Ocampos también se iba.

Y cuando nadie daba un duro ya por el Monaco en ninguna competición, está a seis puntos del PSG en la Ligue 1 (a falta de 15 por disputar, 18 le quedan a los parisinos, que tienen un partido menos) y en cuartos de final de la Champions. Esto era lo que quería Rybolovlev: ver a su propiedad entre los mejores del mundo. Por supuesto se le consideraba la cenicienta de los cuartos, pero la Juventus tampoco es un enemigo demasiado temible, y el 1-0 de la ida en Turín puede resultar algo escaso. Estaba al borde de tirar la toalla, de volver a hacer sus negocios en Rusia y olvidarse de Mónaco, del Monaco y de todo ello. Pero meterse en semis de Champions puede hacer que Rybolovlev se enamore de nuevo del afanoso proyecto que él mismo ha construido.

Cuando alguien tiene dinero y tiempo para invertirlo, busca en su interior una pasión irrefrenable que le impulse a cometer ciertas tonterías de las cuales probablemente a la postre se arrepienta, pero que en el momento de llevarlas a cabo le supieron a gloria. Es como en una noche de borrachera: no hay montaña lo suficientemente alta que frene un deseo, aunque luego las consecuencias no merezcan la pena. Un día, Dmitry Evgenevich Rybolovlev hizo una llamada a Alberto de Mónaco y otra a Étienne Franzi y de repente se había convertido en propietario de un club de la Ligue 2. Eso sí, era un equipo de segunda, pero no era un club de segunda. Era el Monaco.

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