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San Marino 89: El último piloto que pudo morir abrasado en la Fórmula 1
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LA RÁPIDA ACCIÓN DE LOS COMISARIOS SALVÓ SU VIDA

San Marino 89: El último piloto que pudo morir abrasado en la Fórmula 1

Gerhard Berger sufrió un violento accidente en la curva de Tamburello de Imola, que reventó su Ferrari primero para luego arder. Hoy, el fuego ha dejado de ser un peligro en la Fórmula 1

Gran Premio de Bélgica de 1966. Jackie Stewart se había salido de la pista bajo una lluvia infernal y su BRM acabó volcado. El tablero de instrumentación salió por los aires y la bomba de gasolina seguía bombeando combustible en el habitáculo y sobre el piloto. Como volante no podía sacarse, Stewart era incapaz de salir del coche por sus propios medios. Graham Hill se acercó a ayudarle y antes paró la bomba. Con otro piloto, Bob Bondurant intentaron sacarle. Tardaron 25 minutos… Una chispa cualquiera hubiera convertido a coche y piloto en una inmensa llamarada.

Esta semana se cumplió el primer aniverario del accidente de Jules Bianchi, la última víctima en el deporte. Aunque el impacto fue desgraciado, los niveles de seguridad actuales están en otra dimensión a aquel accidente de Stewart. Entre muchos factores, porque entonces el fuego era un peligro omnipresente y uno de los mayores terrores para un piloto. El brutal golpe de Gerhard Berger en el Gran Premio de San Marino de 1989, en Imola, fue el último donde las llamas fruto de un accidente pudieron terminar con la vida de un piloto.

Hasta los tifosi tenían que saltar

Cuarta vuelta. Gerhard Berger pilotaba agresivamente por encima de los pianos para adelantar a Ricardo Patrese por la cuarta posición. Llegó entonces a la curva de Tamburello y siguió recto. “Intenté girar, nada, intenté frenar…Nada. Me dije “Mierda, encógete para el impacto y reza…” El austríaco se estampó en seco contra el muro con una fuerza que dejó anonadados incluso a los comisarios.

Tras varios golpes, el chasis se partió por la parte derecha y se desintegró. Sin el carenado, el cuerpo del piloto quedó visible. 190 litros fueron derramados y, nada más detenerse, el Ferrari comenzó a arder de forma brutal. Las llamas alcanzaban tal altura que los tifosi subidos a lo alto de una valla publicitaria adyacente tuvieron que saltar al río Santerno, pegado al muro por detrás.

En solo catorce segundos después del impacto

Entraron en juego tres de los héroes del día. Eran bomberos voluntarios del CEA, sistema de seguridad de la carrera, Paolo Verdi, Bruno Miniati y Gabriele Vivoli. Uno tras otro salieron corriendo hacia el lugar del impacto nada más ver al Ferrari golpeando contra el muro, "cuando el coche aún no había empezado a arder". Su velocidad de reflejos y entrenamiento fueron cruciales.

“Podía ver cómo se estaban formando burbujas en su casco” explicaba Vivoli, el primero en llegar. Había recorrido los casi noventa metros desde su puesto hasta el lugar del accidente con un extintor de ocho kilos. Exactamente catorce segundos después del impacto empezó a vaciarlo sobre la bola de fuego. Con los tres extintores lograron apagar las llamas. CEA había pedido a la Fórmula 1 pruebas del combustible para conocer mejor los agentes químicos a tratar en caso de incendio. Pero quedaba ver cómo estaba el piloto.

Inmediatamente llegó el doctor Sid Watkins con su equipo en el coche de seguridad. Había que sacar Berger del coche porque las altas temperaturas del amasijo de hierros aún le podían 'cocer'. El piloto había perdido la consciencia durante tres minutos tras el impacto. “Lo primero que recordaba era un dolor por todas partes, y a Sid sentado en mis hombros intentando meterme un tubo por la boca”, explicaría posteriormente el austríaco, que sufrió un ataque de pánico al recobrar la consciencia. Fue por ello por lo que Watkins necesitó subirse encima de él.

"Una sola vuelta y abandonas..."

“No sabía dónde estaba, me dolía todo, y olía a combustible por todas partes”. Berger fue sedado y llevado al hospital. Mientras tanto, en el seno del equipo la situación era extrema. Al temor por su estado de salud se sumaba la sospecha de que un fallo mecánico hubiera provocado el accidente. Cesare Fiorio, el director deportivo de Ferrari, tenía que decidir si retiraba o no de la carrera a Nigel Mansell, tercero en ese momento. Con la responsabilidad de estar en Italia, repetirse el fallo en coche del británico….

Fiorio se fue al centro médico y vio al austríaco con quemaduras en las manos, pero en relativo buen estado. A continuación se dirigió a la parrilla y le dijo a Mansell: “Vas a comenzar la carrera, das una sola vuelta, levantas el brazo, y te metes en boxes…” Mansell le mandó a freir espárragos. Fiorio tuvo que ponerse serio con el británico.

Una vez relanzada la prueba, Mansell se retiró, sí, pero veintitrés vueltas después. También había jugado con fuego. El equipo llevó a cabo una investigación posterior y descubrió un posible fallo mecánico en el origen del accidente. La agresividad del austríaco al pasar por los pianos había acentuado un error de diseño en los alerones, que el equipo corregiría posteriormente. Mansell sufrió una salida de pista en Francia dos semanas después por la misma causa.

"Todos acabamos emborrachados"

Berger solo estuvo ausente en un gran premio antes de volver a competir. “Desde entonces supe dónde estaban los límites y dónde sabía que debía respetarlos más. El factor de riesgo se hizo mucho más visible para mí como piloto después del accidente de Imola y escuché el aviso que me dieron”.

Los tres comisarios italianos fueron condecorados y recibieron sus medallas antes de un partido de fútbol entre el Bolonia y el Inter de Milán. Tiempo más tarde, una televisión austríaca reunió al piloto austríaco con quienes le salvaron de morir abrasado. Después del programa, lo celebraron y “todos acabamos emborrachados”, explicaría uno de ellos.

Aquella maldita curva de Tamburello fue modificada. Pero antes, su amigo Ayrton Senna murió en el mismo sitio, cuatro años más tarde.

Gran Premio de Bélgica de 1966. Jackie Stewart se había salido de la pista bajo una lluvia infernal y su BRM acabó volcado. El tablero de instrumentación salió por los aires y la bomba de gasolina seguía bombeando combustible en el habitáculo y sobre el piloto. Como volante no podía sacarse, Stewart era incapaz de salir del coche por sus propios medios. Graham Hill se acercó a ayudarle y antes paró la bomba. Con otro piloto, Bob Bondurant intentaron sacarle. Tardaron 25 minutos… Una chispa cualquiera hubiera convertido a coche y piloto en una inmensa llamarada.

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