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El apreskí más goloso de España: vino y chuletón a 2.000 metros
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LA GLERA, EN FORMIGAL, es UN RESTAURANTE IDÍLICO

El apreskí más goloso de España: vino y chuletón a 2.000 metros

La Glera es una cabaña situada a 2.000 metros en Formigal, cuya ubicación es especial. Antiguo refugio de pastores, ahora se ha convertido en un restaurante idílico para los esquiadores

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Y en el debate interno sobre si guardar o no los esquís tras unos días de marzo de altas temperaturas, con el manto nivoso caliente ya sobre las pistas y peligrosos enganchones, irrumpe una borrasca cargada de nieve que vuelve a dejar las estaciones con color de invierno, permite descensos sobre ‘rufles’ y despeja dudas: las tablas vuelven a la montaña. Queda esquí por delante y la temporada se abrochará al final de la Semana Santa de forma espectacular. La noche del miércoles volvió a pintar de blanco muchos pueblos del Pirineo aragonés, las estaciones han recuperado espesores y, sobre todo, mejora la calidad. Sobre esto, no obstante, hay un aforismo apócrifo: ‘No hay buena o mala nieve, hay buenos o malos esquiadores’.

Con esta ventana de buen tiempo para el mundo del esquí nada mejor que aprovecharlo y dirigirnos a uno de esos espacios que te alejan del bullicio y siguen sorprendiendo al esquiador. En la estación aragonesa de Formigal destaca la zona de la cabaña de La Glera a la que solo hay dos formas de acceso: o esquís de travesía o empujado por una retrack para lo que hay que llegar desde la silla de Espelunciecha. De la máquina pisa pistas ‘cuelgan’ dos cables para transportar a los esquiadores a uno de los rincones más demandados del centro invernal.

Mínimo 8 y máximo 14

El transporte es cómodo, se requiere de una cierta habilidad para evitar una caída durante el trayecto y siempre está al quite alguno de los maquinistas –en este caso Daniel Bonis- para dar las instrucciones antes de partir o acudir en auxilio si fuera necesario. Salvado el trayecto, al esquiador se le abre un abanico de pistas negras de esas que sirven para quitar a la estación cierta fama de centro sencillo. Las pistas Cueva, Infierno y Losa –tipificadas como negras- hay que descenderlas como todas las de este color: con cariño, cuidado y atención. Si estamos en una edad donde las pistas de dificultad castigan, pero gusta la exclusividad, no queda otra que coger el descenso sencillo de Pipos –clasificada como roja- que te deja en la cabaña de La Glera. Recuperada por los rectores de la estación, pequeña, y transformada en un coqueto restaurante es uno de esos sitios donde degustar un buen vino o comer un chuletón cobra otra dimensión.

Claudia Grochocka, natural del sur de Polonia a 200 kilómetros de la zona montañosa de Zakopane, es responsable de La Glera. “A 2.000 metros de altitud estamos en un sitio especial. Estamos en una antigua cabaña de altura donde antes se refugiaban los pastores. Ofrecemos buenas carnes, verduritas, ensaladas, buenos vinos… Estamos para un cliente exigente, que busca cosas especiales y que tiene un buen gusto”, explica. Y también hay posibilidad de cenar para lo que hay un menú cerrado -100 euros por persona, 40 los niños- con cuatro entrantes más segundos. Eso sí, las reservas son para un mínimo de 8 personas y un máximo de 14. Todo es muy bucólico, pero cuando la montaña se cierra, el espectáculo es sensiblemente distinto.

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La salida de la cabaña es por la pista roja de Pipos que, si bien tiene esa clasificación tampoco presenta problema alguno para conectarse con el resto de la estación y, en particular, con uno de sus pulmones: el área de Anayet. Este mes de marzo, el centro invernal mantiene su pujanza con más de 120 kilómetros y nieve de calidad polvo gracias a las últimas precipitaciones. Que aumenten las horas de sol también se traduce en un mejor ambiente apreski y allí es Marchica, la reina del lugar. Ubicado en la zona de Sextas, la almendra del centro invernal, es uno de los referentes de diversión de la zona al ritmo del Sweet Caroline.

Y en el debate interno sobre si guardar o no los esquís tras unos días de marzo de altas temperaturas, con el manto nivoso caliente ya sobre las pistas y peligrosos enganchones, irrumpe una borrasca cargada de nieve que vuelve a dejar las estaciones con color de invierno, permite descensos sobre ‘rufles’ y despeja dudas: las tablas vuelven a la montaña. Queda esquí por delante y la temporada se abrochará al final de la Semana Santa de forma espectacular. La noche del miércoles volvió a pintar de blanco muchos pueblos del Pirineo aragonés, las estaciones han recuperado espesores y, sobre todo, mejora la calidad. Sobre esto, no obstante, hay un aforismo apócrifo: ‘No hay buena o mala nieve, hay buenos o malos esquiadores’.

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