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En el tetris de un Tour sin calorías, Kittel es la barra que salva siempre el juego
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cinco triunfos que lo lanzan a la historia

En el tetris de un Tour sin calorías, Kittel es la barra que salva siempre el juego

Mientras el aficionado espera con ansia y un punto de desesperación la emoción prometida en la montaña, el mejor velocista del pelotón restante gana todas las partidas que tiene por delante

Foto: Kittel celebró su triunfo con mucha suficiencia. (EFE)
Kittel celebró su triunfo con mucha suficiencia. (EFE)

Muchos de los deportes que hoy en día conocemos provienen de la herencia que juegos infantiles fueron dejando en la memoria de las sucesivas generaciones. Los pasatiempos a los que la infancia dedicaba su tiempo fueron adquieriendo con el paso de las décadas unas reglamentaciones y una estructura competitiva que nos llevaron a dejar de llamarlos juegos y pasar a llamarlos deportes. No hay mayor ejemplo que el ajedrez. El fútbol fue un día 'jugar a la pelota' hasta que a los ingleses les dio por ponerle líneas al campo.

Foto: Kittel se acerca a su primer maillot verde. (EFE)

Puede que a nadie se le ocurriera llamar 'juego' al ciclismo. No tiene características propias del entretenimiento inocente. Qué sabremos nosotros si el mejor sprinter que resta en el pelotón del Tour lo ve así, como uno de los más clásicos juegos que birlaron centenares de horas en los hogares y salones recreativos de todo el globo terráqueo. Marcel Kittel se divierte sobre la bici. Sufre durante cientos de kilómetros con la esperanza de una realización perfecta del plan a seguir establecido por su equipo que le lleve hacia el único y apresurado instante en el que disfruta de su pasión. La velocidad le define y le da forma. A él, en particular, de barra.

"Para mí el sprint es como un tetris, sabemos dónde se deben situar las piezas en el lugar indicado y en el momento preciso. Cuando hacemos eso bien todo es más fácil. Es la impresión que tengo", decía Kittel en la meta de Pau, sin los jadeos de otros días apurados en los que solo la perfección técnica que facilita el progreso le permitió levantar los brazos en señal de victoria.

La barra en el Tetris solucionaba todos esos problemas en los que te metían las que tenían forma de 'Z', de 'S' y de 'L' y 'J'. Daba igual cuánto hubieras fallado, que la barra te hacía descender unos cuantos cuadraditos para alejarte de la superficie mortal. El resto de poliedros que son su equipo, el Quick Step, siempre se lo pone fácil, pero cuando toca sufrir para echar abajo una fuga infatigable como la de Maciej Bodnar, la barra lo soluciona todo. En la ciudad del Pirineo Atlántico, Kittel se supo ganador varios metros antes de cruzar la raya. Entró con tanta soltura y confianza que Boasson Hagen cerca estuvo de dejarle la cara a Kittel como se le quedó a Barguil en Chambéry.

Cómo no lo va a ver cómo un juego. Un gigante alemán que todavía está lejos de la treintena y ya acumula más triunfos en la gran ronda francesa que la referencia sobre la que todo sprinter alemán se moldea, Erik Zabel. Las victorias de Zabel vestido de verde en el Tour recuerdan una era en la que Alemania entera todavía confiaba en la verdad del ciclismo. La ignorancia sobre lo oculto en las venas de algunos corredores daba al país otrora teutón la fiabilidad sobre un deporte querido y admirado, idolatrado a veces, pero manchado de muerte durante una década en la que el bochorno estaba más presente que la gloria eterna tan propia de esta disciplina. La nueva generación de corredores alemanes, encabezada por el líder de la regularidad del Tour, crea nuevas esperanzas en aquel país.

Mientras sueña con superar la montaña con la mayor dignidad que su estilo le permite, Kittel se recuesta cada noche sobre su maillot verde, el mismo que ni un solo día pudo llegar a vestir el poseedor por imposición natural del mismo, Peter Sagan. La pureza aparente del Tour no le permitía aceptar que una imagen potencialmente turbia ensuciara todo el recorrido y en pos de ser ejemplarizante, expulsó a uno de sus principales atractivos por haber sido el responsable del abandono de otro de esos que vuelan sobre la bicicleta. Sin Sagan ni Cavendish, Kittel encuentra en Francia la carretera hacia la gloria eterna, en un Tour todavía sin calorías ni emociones fuertes que, esperemos, nos dé la alta montaña de la cordillera pirenaica. "Evidentemente también hacen falta buenas piernas, pero estoy en gran momento de forma y las tengo en el Tour de Francia, lo que me hace sentir muy contento. Eso no pasa todos los días". No pasa nunca, más bien.

Muchos de los deportes que hoy en día conocemos provienen de la herencia que juegos infantiles fueron dejando en la memoria de las sucesivas generaciones. Los pasatiempos a los que la infancia dedicaba su tiempo fueron adquieriendo con el paso de las décadas unas reglamentaciones y una estructura competitiva que nos llevaron a dejar de llamarlos juegos y pasar a llamarlos deportes. No hay mayor ejemplo que el ajedrez. El fútbol fue un día 'jugar a la pelota' hasta que a los ingleses les dio por ponerle líneas al campo.

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