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La victoria de José Cristóbal, el ciclista que aprendió a ser parapléjico
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NUEVO CAMPEÓN DE ESPAÑA DE DUATLÓN

La victoria de José Cristóbal, el ciclista que aprendió a ser parapléjico

El actual campeón de España de paratriatlón quedó en silla de ruedas hace tan sólo tres años cuando su bicicleta lo lanzó sobre el asfalto

Foto: Cristóbal entrenando en su máquina (Foto: Samuel Ruiz).
Cristóbal entrenando en su máquina (Foto: Samuel Ruiz).

José Cristóbal Ramos Jiménez no se alza a más de medio metro del suelo. Su vehículo termina en un mástil con un una bandera de España y un trozo de tela naranja, como su chaleco. Crucial en su supervivencia. Acelera. Es una bicicleta tres ruedas: una que persigue y dos que lo persiguen. Cuatro centímetros por cada una de las letras de Alejandra y Aroa. Son los nombres de sus hijas impresas a cada lado de la carrocería negra. Recorre el último kilómetro del entrenamiento en su handbike. Es campeón de España de paratriatlón y, desde este fin de semana, también de duatlón(modalidad PTHC, lesionados medulares). Una caída con la bicicleta lo dejó en silla de ruedas.

Es 9 de junio de 2013 y el frío no se ha ido de Villanueva del Rosario (Málaga). “Cuando yo venga estarás aún en la cama”, le dice a su mujer, Tamara, embarazada de gemelas. Poco después, ya pedalea sobre su Orbea negra y blanca: “La máquina que me tiró al suelo”. Era su día: enfundado en un maillot de la legión fue uno de los primeros en coronar una cordillera desde la que sólo se apreciaban pinos. Y comenzó el descenso. Pero la bicicleta tan sólo silbó durante 100 metros. Una curva a la derecha y una piedra fue la causa. Plaf. Cristóbal logró desengancharse de la bicicleta y comenzó una exhibición artística de la que nunca saldría andando: “Di dos volteretas”. El ciclista vio tierra y volvió a ver cielo. Escuchó a su Orbea ladera abajo, “se destrozará”, lamentó en ese momento. Volvió a ver tierra. Cielo, hasta caer al suelo: “Sabía que me había hecho daño”.

Rubén estaba dormido cuando su madre, entre lágrimas, lo llamó. El segundo hijo de Rafaela iba en busca de Cristóbal. El helicóptero, los bomberos y la Guardia Civil ya estaban allí. Cristóbal descendía por el mismo camino. Pero sobre cuatro ruedas: en camilla. “No me pasa nada”, repetía Cristóbal mientras una médica probaba la sensibilidad de sus piernas. Las hélices comenzaron a soplar.

“Es muy probable que su hijo no vuelva a andar”

Cristóbal tenía un arañazo en el brazo derecho y otro en la pierna. Sólo sentía uno de ellos. “Yo tocaba mis piernas, pero era como tocar algo ajeno a mi cuerpo”. Justo después del aterrizaje lo metieron en la sala de radiografías. La noticia ya estaba en la rotativa. En ese momento, las rodillas comenzaron a dolerle… pero no era más que un oasis en el desierto: el último reflejo de su tren inferior.

Dos horas hasta que una médica disparó ante sus padres: “Es muy probable que su hijo no vuelva a andar”. Rafaela se fundió junto a su marido y Cristóbal germinaba su heroica superación: “Claro que voy a volver a andar, lo que tenéis que hacer es operarme cuanto antes”. Tres horas después de que Cristóbal cabalgase sobre su máquina negra y blanca… conocía que, con 28 años, nunca más volvería a andar.

Estallido de médula

Dos días después baja al quirófano del Hospital de Antequera y comienza su primera carrera: 420 minutos. Allí, los médicos optan por un injerto óseo de la cresta ilíaca, parte superior de la pelvis. Una cicatriz de 14 centímetros en la parte inferior de su espalda, la columna completamente recta y la reconstrucción de la vértebra son los resultados. Pero cuando la anestesia desaparece del cuerpo de Cristóbal, pulsa una y otra vez el mecanismo que acciona los analgésicos, pero el circuito sólo se activa cada tres horas.

Tiene la médula rota tras una fractura en estallido. No podrá controlar los músculos desde la cintura. Ni los órganos. Su esfínter y vejiga, inactivos: comienza a conocer lo que es ser un parapléjico. Aprendizaje que no se efectuará en Antequera, debe ser trasladado a un hospital especializado y Granada es la ciudad elegida.

Granada: aprender a ser parapléjico

Las paredes de la segunda planta del Hospital de Traumatología de Granada son celestes, pero el tiempo las ha erosionado: parece nublado, como aquel día. Cristóbal debe sondarse cada cuatro horas y voltear cada tres. Hacia un lado, hacia otro. Su cuerpo comenzó a perder peso.

Tamara, sin aceptar la realidad, también aprende a diario. “Incluso me cabreé cuando me dijeron que tenía que adaptar la casa”, el ciclista estaba convencido de que despertaría de su pesadilla. Mientras, su hermano espera el paso del tiempo. Pero no pasa nada. Toca asumirlo: tendrá que adaptar su casa.

Un mes después, Cristóbal se incorpora por primera vez. Su cama cruje mientras un motor eleva el colchón. Su espalda comienza a curvarse. Sólo su espalda. Cristóbal se desmayó. Cuando despertó advirtió que no intentaría sentarse, que cuando saliese de allí, lo haría andando. Una semana después lo consigue: logra incorporarse sobre una silla, pero por tan sólo 15 minutos: había completado el primer kilómetro de la carrera.

El 14 de agosto, Tamara se ausenta en su visita diaria a Granada. Un día después Alejandra y Aroa conocen el mundo, el parto se adelantó. Con siete meses y medio de gestación, las gemelas querían conocer a su padre. El Hospital Regional Universitario de Málaga acogió la cita. En dos horas, Cristóbal estaba con sus hijas. Meses más tarde las tendría tatuadas en cada uno de sus brazos. Las máquinas con las que compite.

Juan Carlos, su mejor psicólogo

De carne y hueso. Su filosofía positiva también tuvo sus picos de recesión. “Te ves con 28 años en silla de ruedas y…”. Juan Carlos fue su salvación. “Ese hombre me dio una lección de vida”. Le había dado un ictus y no podía mover la mitad de su cuerpo. Sin embargo, su sonrisa fue la que iluminó el camino de Cristóbal. Por aquel entonces, la habitación era más azul que nunca, se convirtió en la más alegre del hospital.

Superarse era la mejor opción para combatir la rutina. Los médicos le daban rehabilitación a diario. Y forjó su competitividad: “Nos ponían en una máquina que te ponía en pie y competíamos a ver quién aguantaba más sin desmayarse”. Cristóbal hizo 21 segundos. El mismo tiempo que tardó en comunicarles a sus padres que, cuando saliese de allí, pedalearía de nuevo. Pero esta vez… con las manos.

Su primera bicicleta adaptada se llamaba batec, aunque con ella no podría competir. La bicicleta le iba a devolver lo que le había quitado. Tampoco renunció a su otro hobbie: la cacería. Con un quad sigue acompañando a su padre. La casa tampoco importó. Con su experiencia en la herrería hizo un montacargas. Así, Cristóbal recibió el alta el 12 de diciembre de 2013. Era el primer regalo de Navidad para sus hijas.

Camino a la gloria

Volar era lo más parecido que había visto en la salida de la Media Maratón de los Palacios (Sevilla). Su batec no agarró rueda de ninguno de sus contrincantes. Sin duda, conoció lo que era una handbike. En enero de 2015 ya conducía una y su presente estaba tumbado a siete centímetros del suelo. 15 días después se enfundó el mismo casco que lo vio caer ladera abajo. Un segundo puesto fue su trofeo, en Jerez sólo uno pedaleó mejor que él: Javier Rejas, paraolímpico español.

En ciclismo compite en la llamada MH4 (los parapléjicos de cintura hacia abajo). Fue quinto en el Campeonato de Ciclismo de España y tercero en la Copa nacional. Para Rubén, Despeñaperros era como Finisterre. Pero en la aventura no estarían solos: ‘Sobre Dos Ruedas Bike’ sería su club y Manuel en su inseparable entrenador. En Cártama, Tamara vivió como Cristóbal se proclamaba segundo de Andalucía.

Y aparece el triatlón

El brazo derecho es su preferido para comenzar la brazada. Alza la cabeza. Localiza. El ciclista aplica la fuerza sobre el líquido elemento. Cristóbal nada en aguas abiertas. En cada brazada deja ver su tercer tatuaje en el hombro izquierdo: “Rueda para volar, vuela para vivir”. La fuerza de su tren superior y el neopreno lo estabiliza. Aroa y Alejandra se alternan. Tres años después, el triatlón se convierte en su nueva disciplina. La silla de atletismo completa el trío: apoyado sobre sus rodillas golpea, con sus manos protegidas por unos guantes, las dos ruedas traseras. La delantera, con un volante, dirige a proa. En Jumilla (Murcia), la puerta del cuarto de baño era insuficientemente ancha, pero eso ya no era un obstáculo para él. Allí disputó su primera prueba de triatlón en la que compite en la categoría PT1 (lesiones medulares y amputados).

Entrena cada día con un plan adaptado sus condiciones ya que su vida la realiza al completo con los brazos. Aunque su entrenador insiste en que la mentalidad y la competitividad de Cristóbal son tres valiosos puntos. A partir de ahí: plata en el Campeonato de Andalucía de paratriatlón, pero sin premio en metálico.

Como Froome persiguiendo a Nairo

Hasta que el reloj se para en el Campeonato de España en Bañolas (Gerona). Rubén y Manuel ayudan a Cristóbal a hacer las transiciones de un vehículo a otro. La primero: le espera un lago. Está oscuro. Siente la mitad. Nada. Los brazos le fallan. Va último. Le queda una bala: 20 km de bicicleta. La inestabilidad del agua comienza a irse. El marco del vehículo no está adaptado al recorrido de su brazo, pero comienza a adelantar. En la ascensión del puerto ve. Olfatea y localiza su caza. Como si de un leopardo en la sabana, enfila a su presa. El ciclismo le devolvería lo que le quitó: comienza la emboscada. Su rival bracea: está cansado. Escala todo el puerto a rueda. Como Froome persiguiendo a Nairo. Y en el descenso, logra adelantarlo. Últimos 10 kilómetros en la silla. Mirada al frente. Semblante serio. Va en cabeza. “Siempre había soñado con levantar la cinta de ganador, como lo hace Gómez Noya”, Cristóbal, tres años después de quedar en silla de ruedas, se proclama campeón de España de Paratriatlón: “La cogí y la alcé con todas mis fuerzas”.

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Ahora, disfruta de la autonomía de su handbike. Su entrenamiento de hoy es de 60 kilómetros combinados en dos modalidades: handbike y silla de atletismo. Da un golpe por segundo al rail que hace rodar las ruedas. Hasta que le cede el turno a la handbike, su leopardo particular. El campeón de España de paratriatlón sigue su camino abrigado, en cada pedaleo, por Alejandra y Aroa con un objetivo fijo: Tokio 2020.

José Cristóbal Ramos Jiménez no se alza a más de medio metro del suelo. Su vehículo termina en un mástil con un una bandera de España y un trozo de tela naranja, como su chaleco. Crucial en su supervivencia. Acelera. Es una bicicleta tres ruedas: una que persigue y dos que lo persiguen. Cuatro centímetros por cada una de las letras de Alejandra y Aroa. Son los nombres de sus hijas impresas a cada lado de la carrocería negra. Recorre el último kilómetro del entrenamiento en su handbike. Es campeón de España de paratriatlón y, desde este fin de semana, también de duatlón(modalidad PTHC, lesionados medulares). Una caída con la bicicleta lo dejó en silla de ruedas.

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