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Drama y épica en estado puro en el embarrado adoquín del Tour de Francia
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Froome se retira y Nibali dinamita la carrera

Drama y épica en estado puro en el embarrado adoquín del Tour de Francia

Las imágenes de televisión rememoraron épocas pasadas, la del ciclismo de héroes y hazañas y no éste de ordenador y cautela de los últimos años

La etapa cinco del Tour de Francia estaba marcada a fuego en el libro de ruta de todos los ciclistas. Al pavés se le temía más que a cualquier coloso de montaña de los Alpes o los Pirineos, y tras lo visto no era para menos. Todos los favoritos habían inspeccionado a conciencia los nueve tramos de pavés que a se iban a encontrar a partir del kilómetro 87 de recorrido. Los equipos habían sido confeccionados con guardaespaldas veteranos en las clásicas del empedrado y quien más quien menos había pedido consejos y hasta visionado vídeos de cómo afrontar los temidos sectores adoquinados.

Sin embargo, un factor con quien pocos contaban se sumó a la batalla: la lluvia. “La etapa va a ser una lotería”, anunciaba Alberto Contador en la previa. El día amaneció gris y los corredores presionaron a la organización de carrera para anular algunos tramos por lo impracticable de los mismos. Como suele ocurrir en estos casos, la división en el pelotón fue más que evidente. Por un bando los que sí, por otro los que no. Nadie de acuerdo y al final la presión de los poderosos que volvía a surtir efecto. Los tramos cinco y siete de los nueve a afrontar quedaban cancelados.

El peligro en días como este no está sólo en el embarrado pavés, sino en los kilómetros previos a cada sector, donde el gran grupo viaja a velocidades de vértigo. De hecho, la primera hora de carrera se cubrió a casi 50 km/h de media. Y en esos primeros kilómetros comenzó la escabechina. Chris Froome, el gran favorito junto a Contador en la salida de Leeds, se iba al suelo una primera vez. Cuentan desde su equipo que en la caída del día anterior el británico se fracturó la muñeca izquierda, pero que había que jugar al teatro ante una etapa tan dantesca como la que les esperaba camino de Arenberg y confiar en un milagro. Froome se rehízo y con la ayuda de su equipo se reenganchó al grupo de favoritos. Sin embargo, la fatalidad se volvió a cruzar en su camino y –a tres kilómetros del primer sector de adoquines– volvía a besar el suelo, y esta vez para no reemprender la marcha. El líder del Sky no tardó en darse cuenta de que no podía continuar y se subió al coche de su equipo para decir adiós al Tour que estaba llamado a ser el del gran duelo con Alberto Contador. El drama se expandió por el Tour, que perdía al soldado más deseado.

Con el número uno fuera de combate, la situación por delante comenzó a complicarse. Alejandro Valverde era derribado –una vez más la mala suerte en el camino del murciano– y se vio obligado a coger la bici de su compañero José Joaquín Rojas, más pequeña que la suya, para cubrir los últimos 60 kilómetros de etapa. La carrera llegaba a los tramos de pavés y el drama daba pasó a la épica, a una de las etapas más apasionantes de los últimos años. El gran grupo saltaba en mil pedazos al contacto con la primera piedra. Nibali y Astana, señalados como los más débiles para esta etapa, comenzaron una exhibición que se recordará durante años. Valverde sufriendo para enlazar; Contador, atenazado por el miedo y la prudencia, comenzaba a perder contacto con sus rivales. El de Pinto prefería no arriesgar. “Mejor perder tiempo que no el Tour”, señalaban desde su entorno.

La lluvia embarraba los caminos de piedras. Las imágenes de televisión rememoraban épocas pasadas, la del ciclismo de héroes y hazañas y no este de ordenador y cautela de los últimos años. Las caídas y las averías salpicaban la batalla por los mismos campos donde hace 100 años se libraron cruentos combates en la Primera Guerra Mundial. El Tour no podía homenajear de mejor manera a los caídos en la Gran Guerra.

Lars Boom, un holandés que fue campeón del mundo de ciclocross en todas las categorías, fue uno de los dos grandes beneficiados del día al ganar la etapa –gran exhibición la suya también–. El otro, Nibali, que asestó un duro golpe a todos sus rivales, tanto en tiempo como moral. “No esperaba sacar tanto tiempo”, dijo. En meta era el momento de hacer recuento de los daños. Contador, medio apajarado y con problemas mecánicos, se dejó tiempo con sus rivales, pero se marchaba contento por haber salvado el día sin caídas. “Etapa salvada, ahora a esperar a las montañas para recuperar lo perdido”, señaló el de Pinto, que también mandó un mensaje de ánimo a su gran rival Chris Froome. El resto de ciclistas, que cruzaron la meta exhaustos y con el rostro impregnado en barro, coincidían en su valoración. “He sobrevivido”, escribieron Gerrans, Mollema, Gallopin, Joaquín Rodríguez… en sus redes sociales cuando recuperaron el aliento.

En los autobuses, camino del hotel, el silencio fue la nota predominante. El agotamiento se apoderó de los héroes de las piedras que brindaron todos, desde Boom –el ganador– hasta Chen Ji –el último en cruzar la meta–, un espectáculo inolvidable, recuperando ese ciclismo de drama y épica que enamoró a los aficionados y no tan aficionados al mundo de la bici. Confiemos en que el espíritu de Arenberg siga presidiendo una carrera que se prevé apasionante cuando llegue el turno de la montaña, porque este Tour, pese a lo que aparente la clasificación, sólo acaba de comenzar. Hay muchas batallas que dirimir.

La etapa cinco del Tour de Francia estaba marcada a fuego en el libro de ruta de todos los ciclistas. Al pavés se le temía más que a cualquier coloso de montaña de los Alpes o los Pirineos, y tras lo visto no era para menos. Todos los favoritos habían inspeccionado a conciencia los nueve tramos de pavés que a se iban a encontrar a partir del kilómetro 87 de recorrido. Los equipos habían sido confeccionados con guardaespaldas veteranos en las clásicas del empedrado y quien más quien menos había pedido consejos y hasta visionado vídeos de cómo afrontar los temidos sectores adoquinados.

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