"En un 'cross' iba la primera y un espectador me dijo algo de las tetas. Yo siempre he tenido mucho pecho. Me ponía el sujetador, una camiseta prieta y luego otra grande, para disimular. Y este tipo se metió conmigo, así que me paré, le pegué una torta y seguí corriendo”. Lourdes Gabarain es la primera mujer española que se atrevió a enfrentarse a los duros 42 kilómetros y las reticencias de muchos hombres de finales de los 70.
Después de aquello se operó del pecho -”me quitaron dos kilos y pico”- porque le molestaba para trotar y siguió haciendo lo que más le gustaba: correr. “Siempre me han llamado 'marichico' pero nunca me ha importado. Creo que había buen respeto, y estaba a gusto, sino no te lo diría”.
"Siempre me han llamado 'marichico' pero nunca me ha importado"
Gabarain tenía 19 años cuando en 1977 cruzó la frontera para disputar la maratón de Burdeos (Francia). Hasta ese momento, ninguna mujer 'amateur' se había calzado las zapatillas para recorrer tantos kilómetros; tampoco los hombres. Hasta 1978 no empezaron a organizarse los maratones populares. Esta vecina de Tolosa (Guipúzcoa) terminó su primera prueba en 4h 51' 32''.
Apenas hay bibliografía de la incursión de las mujeres en la maratón y es impensable hablar de homenajes. Nada que ver con las alabanzas de EEUU hacia Kathrine Switzer. La pionera de la maratón sigue viviendo en Tolosa (Guipuzcoa), donde nació, entrenó y desde hace ocho años vende castañas a sus vecinos. “Me gustaba correr, me gustaban las carreras y me gustaba ganar”. Esa es su justificación de por qué comenzó tan joven en esta disciplina.
Tiene una voz grave y un acento vasco muy marcado. Recuerda entre risas que la primera vez que fue a entrenar pensaba que ya iba a disputar una carrera. Y nunca se le debió quitar esa idea porque odiaba entrenar. Su vida ha dado tantas vueltas que sacarle los detalles de aquellos años es tarea ardua. No sabe si había más atletas femeninas en Burdeos o a qué edad dejó de practicar deporte. Ella corría porque le gustaba; los detalles son de los espectadores.
Disputó un total de cinco maratones. En España, el primero fue en Oviedo. “Tuve que enseñarles el diploma de Burdeos para que me dejaran. Vino hasta la Federación Española y me miró como un bicho raro”. A diferencia de otras atletas que siguieron mejorando sus tiempos, Lourdes prefirió pasarse a otros deportes. Hizo esquí de fondo y triatlón, donde disputó una de estas pruebas en Niza, “la más grande que tengo hecha, ocho horas y media”. También corrió bajo el Montblanc, quizá su mejor recuerdo. “Fue preciosa, pero también durísimo, con tales pendientes que había que ir andando”.
"Tengo la cadera hecha polvo, artrosis, artritis... tengo de todo"
Dejó de correr por problemas con el tendón de Aquiles que nunca se llegó a operar, por eso y porque con 58 años ya tiene achaques por la falta de preparación. “Tengo la cadera hecha polvo, artrosis, artritis... tengo de todo”. Y es que entonces el entrenamiento no era tan serio; tampoco la organización de las carreras. Eran las primeras y todavía estaba todo por escribir. Miguel Villaseñor, miembro de la Asociación Española de Estadísticos del Atletismo, cuenta que en la primera edición de Madrid (1978) en el avituallamiento había “hasta bocadillos”. La ropa y zapatillas de los corredores no eran adecuadas y menos el entrenamiento. “Ese año hubo muchos abandonos. De 7.500 participantes, más de 3.000 no acabaron”. Ni siquiera había edad mínima para inscribirse. Villaseñor llegó a ver a niños de 10 años cruzar la meta.
A finales de los 70 las carreras tampoco daban para comer, solo en sus últimos años Lourdes recibía algo de dinero si quedaba entre las primeras. Había que pagarse la ropa, las zapatillas, los desplazamientos… Por eso tuvo un gimnasio, un bar, una sidrería, otro gimnasio, trabajó como gruísta en la construcción durante años y cuando se acabó la burbuja inmobiliaria se sacó un curso para cuidar a personas mayores. Es castañera desde hace ocho años y tiene un huerto en el que planta alubias. Todo con dos hijos y un secuestro de ETA a las espaldas.
En 1981, el vecino de Tolosa Juan Costas fue asesinado por la banda terrorista y la joven que le acompañaba, Lourdes, fue encerrada durante horas en el maletero del coche. Este episodio rompe su jovialidad. Han pasado 35 años y todavía no ha cerrado la herida. “Me cortó la vida. Mi hija es fruto de la relación con Juan. Conseguí exhumar el cadáver y que mi hija fuera considerada víctima de ETA”, narra entre sollozos. “Pero a mí no me aceptan como víctima. No lo entiendo”. Ese es su verdadero talón de Aquiles.