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La 'bella zarina' cuenta las últimas horas de su imperio
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ISINBÁYEVA SE DESPIDE HOY INTENTANDO EL ORO

La 'bella zarina' cuenta las últimas horas de su imperio

Yelena Isinbayeva se sentirá como un ángel por última vez. El estadio Luzhnikí será testigo del último salto de la mejor pertiguista de la historia

Foto: Yelena Isinbayeva bate un nuevo récord mundial en el Mitin de Zúrich (Reuters).
Yelena Isinbayeva bate un nuevo récord mundial en el Mitin de Zúrich (Reuters).

Poco importan las supersticiones en este martes y 13. Es más, ayudarán a recordar el día en el que Yelena Isinbáyeva (31) se sentirá como un ángel por última vez. A partir de las 19:35 el estadio Luzhnikí será testigo del último salto de la mejor pertiguista de la historia. La rusa se despide del atletismo en el país que la vio nacer. No parte como favorita pero sus 28 records mundiales la hacen temible. Ha saboreado la gloria, se ha sentido invencible y también ha mordido el polvo. Sus pértigas de colores no sólo la elevaron al olimpo de los mejores deportistas, también le dieron repercusión fuera del atletismo donde su belleza le ha llevado a coquetear con el mundo de la moda y la televisión.

“Voy a ser la mejor del mundo. Y campeona olímpica”. La pequeña Yelena lo tenía muy claro y así se lo dijo a su madre, Natalia Petrovna, cuando aún era una niña. En sus inicios, Isinbáyeva se encaminó hacia la gimnasia hasta que su altura (1’75) fue un obstáculo. Alexandr Lisovói, su entrenador, le presentó a uno de sus colegas: Evgeny Trofimov, entrenador de Sergey Bubka. En aquel momento la rusa al escuchar el nombre del mejor pertiguista de la historia pensó que le hablaban de una mujer. No tardó en anotar en su mente el nombre del ucraniano y el número de records mundiales que había roto: 35.

Con la gracilidad de sus años como gimnastas, Isinbáyeva no esperó para destacar. Tenía muy claro lo que quería: “Nunca he tenido ídolos. Desde niña, siempre quise ser yo la famosa. Siempre quise ser el ídolo de alguien”. La primera medalla llegó en 2002 cuando tenía 22 años: se colgó la plata en el Campeonato de Europa celebrado en Múnich. Dos años y dos metales (una plata y un bronce) después, Isinbáyeva supo lo que se siente al subir al peldaño más alto del podio. El primer oro llegó en el Campeonato del Mundo Indoor de Budapest: desde entonces ha repetido en diez ocasiones entre citas olímpicas, mundiales al aire libre y de pista cubierta.

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“Intento demostrar que nadie me puede ganar”

Era la época de oro de La Zarina en la que rompía una y otra vez sus plusmarcas mundiales: “Me encanta sentirme sola en la cumbre por eso espero mantener esta posición el máximo tiempo posible. Intento demostrar que nadie me puede ganar”. Y así lo hizo. Hubo una época en la que las marcas de la rusa sólo podían ser superadas por ella misma, se rodeó de un halo de imbatibilidad y actuó con inteligencia. Sabía hasta dónde podía llegar y administró su potencial para sacar la máxima rentabilidad posible. Los reconocimientos llegaron solos: fue elegida por la IAAF mejor atleta del año en 2004, 2005 y 2008, se llevó el Laureus a la mejor deportista del año en 2007 y 2009, el mismo año en el que ganó el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes.

El ascenso de Isinbáyeva sólo tenía como límite el cielo pero no todo iba a ser un camino de rosas. Su progreso se estancó y tuvo una crisis de resultados que le llevaron a cambiar de entrenador en 2005. Bajo las órdenes de Vasili Petrov superó, por primera vez, la barrera de los cinco metros con una marca de 5’01 en los Mundiales de Helsinki. Todavía faltaban dos records mundiales por llegar superando esa cifra: los Juegos de Pekín 2008 (5’05) y el Mitin de Zúrich de 2009 (5’06). Isinbáyeva se había convertido en el gran atractivo de las citas marcadas en el calendario de atletismo. Había hecho del salto de pértiga un auténtico espectáculo gracias a sus constantes récords y a sus peculiares tácticas: el primer salto servía calentamiento, el segundo para lograr la victoria y el tercero tenía como objetivo marcar un récord. La pértiga, extensión de sus brazos, también tenía su toque personal: para la altura inicial escogía el rosa, para ganar, el azul y para el récord, el dorado.

Dos años en el lado de las sombras

Cambió Rusia por Montecarlo y recuperó a su primer entrenador, Evgeny Trofimov. En su carrera por batir los 35 records mundiales de Bubka se cruzaron las lesiones, los malos resultados, los cambios de técnica y el paréntesis que se tomó en 2010 para que su cuerpo se recuperase. De la misma forma que rozó el cielo con cada uno de sus saltos, Isinbáyeva descendió y la caída dolió. En los Mundiales de Daegu 2011 fue sexta y en la cita de Berlín no logró hacer ni un solo salto válido en la final. Era la primera vez que se quedaba fuera del podio. El año pasado vivió la cara y la cruz de la moneda: el oro de los Mundiales en pista cubierta de Estambul y el bronce de Londres.

Diez años de absoluto dominio de la pértiga y seis desde su último título en unos Mundiales al aire libre. El imperio de La Zarina vive sus últimas horas. La eterna sonrisa, los profundos ojos azules y la gracilidad de Yelena Isinbáyeva para volar se despiden del atletismo. Lo hará en su casa, con más o menos brillo, pero cumpliendo la meta que se marcó cuando era una niña: ser la mejor pertiguista de la historia.

Poco importan las supersticiones en este martes y 13. Es más, ayudarán a recordar el día en el que Yelena Isinbáyeva (31) se sentirá como un ángel por última vez. A partir de las 19:35 el estadio Luzhnikí será testigo del último salto de la mejor pertiguista de la historia. La rusa se despide del atletismo en el país que la vio nacer. No parte como favorita pero sus 28 records mundiales la hacen temible. Ha saboreado la gloria, se ha sentido invencible y también ha mordido el polvo. Sus pértigas de colores no sólo la elevaron al olimpo de los mejores deportistas, también le dieron repercusión fuera del atletismo donde su belleza le ha llevado a coquetear con el mundo de la moda y la televisión.

Yelena Isinbáyeva
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