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Asalto al Mera Peak, donde el majestuoso Everest te mira desafiante
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Escenas de una expedición al Himalaya (capítulo 1)

Asalto al Mera Peak, donde el majestuoso Everest te mira desafiante

Crónica de una aventura en el corazón del Himalaya con asalto final al Mera Peak, una cumbre desde la que se puede contemplar el majestuoso Everest en todo su esplendor

Foto: Relato en primera persona de una aventura en el corazón del Himalaya (FOTOS: Pedro Gil)
Relato en primera persona de una aventura en el corazón del Himalaya (FOTOS: Pedro Gil)

A las 5:20 de la madrugada la segunda planta del Sherpa Guest House se agitó violentamente. Al menos durante seis segundos un terremoto de magnitud 5,6 y epicentro a escasos ocho kilómetros, convulsionó las construcciones de piedra y madera de Kothe. Somnoliento, equivocando el cimbrear de la habitación con las recientes embestidas del viento en el campo de altura, la admiración por el suceso dejó paso a la conciencia de fragilidad: el aeropuerto de Lukla –punto de salida más cercano– estaba a dos duras jornadas de marcha. El relente del amanecer ayudó a recuperar el ánimo.

'The Himalayan Times' informaba del suceso y elevaba en dos décimas la magnitud de 5,4 establecida por el Servicio Geológico de los Estados Unidos. Lamentablemente, el sherpa Lakpa Thundu perdió la vida a consecuencia de una avalancha mientras daba apoyo a la británica Ciaran Hill, que resultó herida. El incidente ocurrió al abandonar el campo II y dirigirse al III del monte Amadablan (6.812 m.)

Habíamos llegado a Katmandú hacía dos semanas. Fernando Garrido nos esperaba en el hotel Yak & Yeti, él regresaba a España y debía ceder el botiquín y otros bártulos a David Lombas, un joven guía UIAGM –la máxima cualificación en el oficio- y la persona responsable de la expedición de Aragón Aventura que intentaría subir al Mera Peak (6.476 m.) Su saber hacer contribuyó a que aquellos que tuvimos el arrojo de atacar la cima –seis de los nueve miembros del grupo– lo lograran. Con la oscuridad, a las tres de la madrugada, partimos del campo de altura, a 5.780 metros, y a las 7:15 del último sábado de noviembre coronamos la cumbre. Frente a nosotros, solemne, el Everest parecía desafiarte: “Bien, lo conseguiste. Has pisado muy alto, ahora imagina que aún te quedan otros 2.500 metros para alcanzarme”. Algunas de estas emociones se desvanecieron cuando la tierra tembló.

Phaplu Airport

El Dornier (DO 228) matrícula 9N-AEV de Tara Air llegó a Phaplu a los cuarenta minutos de despegar en Katmandú. “Namaste”: con este buen deseo nos recibió la azafata que, solícitamente, repartía copos de algodón para amortiguar el ruido de los motores. El piloto, ceñido en su cazadora de combate, movió el parasol evitando la luminosidad de la mañana, ajustó sus Ray-Ban y el bimotor enfiló el patatal que un gran cartel anunciaba como Phaplu Airport. Aterrizó sin sobresaltos y seguro que no advirtió lo agradecidos que le quedábamos. Todas las líneas aéreas nepalís tienen prohibición de explotación en la Unión Europea por no cumplir las normas que determina la Agencia Europea de Seguridad Aérea. Tara Air, la compañía con la que volamos, tiene un preocupante historial: desde mayo de 2010 sesenta y seis fallecidos en tres accidentes; el último, en febrero de 2016, en el que perecieron los 23 ocupantes. En ninguno de ellos el avión implicado fue un Dornier. Un consuelo. No dejaremos de volver al Himalaya por estas y otras circunstancias, terremotos incluidos; aún así, es necesario conocer donde nos movemos.

En Phaplu, a 2.413 metros, comenzó la jornada que durante quince más nos llevaría al Mera Peak, retornando por Lukla a Katmandú. Caminatas que sumaron 144 kilómetros; acumulando 12.000 metros de subidas y otros tantos de bajadas; moviéndonos en altitudes superiores a los 3.000 metros. Tardaríamos diez días en alcanzar el Mera La, el collado sobre el glaciar que marca la huella que seguirás hasta la cima.

Las debilidades

Continuos ascensos y descensos, superando valles y traspasando los umbrales de los collados engalanados con banderolas de plegaria budistas. Después de casi 100 horas de llevar la Cerro Torre de Lowe Alpine pegada a la espalda, sientes por qué es una mochila de expedición legendaria.

El Mera Peak está al sureste del Everest, en la cabecera del valle del Hinku, en el Parque Nacional del Makalu Barun, una región alejada de las rutas más transitadas. Es una montaña sin dificultad técnica; con buena forma física es accesible y dependerá de cómo te aclimates y de todo lo disciplinado que seas: descansa –dormir es un proceso constructivo, anabólico, en el que se reajusta nuestro sistema biológico–; hidrátate correctamente –el alcohol deshidrata–, y no derroches ni un gramo de energía, no se recuperará. La aproximación desde Phaplu, si bien es muy larga, permite que el organismo se acostumbre a la altura sin brusquedad, algo que no sucede en la ruta que parte de Lukla. En cualquier caso, no olvides que el Himalaya es otra dimensión. Al alejarte de los lugares de entrada o salida –en esta zona las pistas de aterrizaje antes mencionadas–, has de saber que ya dependes de tu determinación, del conocimiento de tus debilidades y de tu fuerza. Se consciente que esta aumentará si se sostiene en la calma, en la negación de la ansiedad.

En las cumbres solo hay vacío…

Regresamos a España con seis horas de espera obligada por el tránsito en el aeropuerto de Doha. Intentando releer 'Los conquistadores de lo inútil', fije la atención en el pasaje donde Lionel Terray narra la reacción de su progenitor ante su afición al alpinismo: “Entregarse a un ejercicio tan fuerte, agotador, peligroso y discreto a mi padre le parecía el colmo de lo absurdo. Y le oí comentar muchas veces: debes ser completamente estúpido para reventarte subiendo una montaña, corriendo el riesgo de romperte la nuca, cuando en la cima no encuentras ni un billete de cien francos”.

Quizá tuviese razón el padre de Terray, cuando llegas arriba solo hay vacío, con una excepción, que no es menor: estas tú, y estas ahí porque has superado desalientos y temores. Estas tú y has vuelto a conquistar lo inútil. No hay sensación de mayor plenitud.

Té o café con galletas; tortita de pan y un huevo, habitualmente en tortilla, esta era la rutina del desayuno a las siete y media. Breve parada y té a las diez; la comida, entre la una y las dos y media, dependiendo del itinerario, consistía en un cuenco con sopa de fideos o verduras; té a las cinco –Nepal formó parte del Imperio Británico– y Dal Bhat en muchas cenas, en torno a las siete y media.

Este alimento está compuesto por sopa de lentejas servida en una escudilla y un plato de arroz cocido que suele ir acompañado de alguna verdura o patatas y, excepcionalmente, pequeños trozos de carne. Cenamos Dal Bhat antes de partir hacia la cumbre.

Ducha escocesa al modo nepalí

Concluían las cenas con pequeñas porciones de fruta en almíbar o dos manzanas cortada en finos gajos que debíamos compartir. La fruta es un lujo, al igual que el pescado. Una noche, el plato de arroz llevaba media sardina de lata en tomate, detalle que fue festejado. Las servilletas de papel son bienes escasos: la que te corresponde, adminístrala, no pidas más, no malgastes. El agua va a tu cuenta: 200 rupias (1,7 €) y un máximo de 400 (3,5 €) el litro, este último precio en los refugios a 5.000 metros. ¿Es caro? En muchas ocasiones la hipoxia hace que se pierda la perspectiva. Quizá se recupere recordando que un litro de agua en el aeropuerto de Barajas cuesta 6 €.

Comíamos lo que el cocinero preparaba. Ni el cocido de Carlos, el mesonero de Casa María en la Plaza Mayor de Madrid, es más sabroso que la sopa de fideos que preparó Ngatemba Sherpa al volver del Mera Peak. En su expresión ofreciéndola había afecto y reconocimiento por el esfuerzo.

Las propiedades terapéuticas del contraste entre frío y calor se incrementan notablemente en los Hot Shower de altitud nepalís. En ellos la rutina de la ducha escocesa tiene variaciones importantes. ¿Brutales? Aquí no hay agua caliente y fría: un balde con agua hirviendo, un cazo y un gélido habitáculo con paredes de chapa, provocan un choque tan radical que, si lo soportas y no sales pitando, tu organismo estará inmunizado frente a cualquier catarro, por muy persistente que sea.

A las 5:20 de la madrugada la segunda planta del Sherpa Guest House se agitó violentamente. Al menos durante seis segundos un terremoto de magnitud 5,6 y epicentro a escasos ocho kilómetros, convulsionó las construcciones de piedra y madera de Kothe. Somnoliento, equivocando el cimbrear de la habitación con las recientes embestidas del viento en el campo de altura, la admiración por el suceso dejó paso a la conciencia de fragilidad: el aeropuerto de Lukla –punto de salida más cercano– estaba a dos duras jornadas de marcha. El relente del amanecer ayudó a recuperar el ánimo.

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