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'La La Land': la resurrección musical del Hollywood clásico
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'La La Land': la resurrección musical del Hollywood clásico

Respaldada por las siete estatuillas conseguidas en los últimos Globos de Oro, la última película de Damien Chazelle homenajea al cine de Minnelli, Fosse o Donen

Foto: Emma Stone y Ryan Gosling, en 'La La Land. La ciudad de las estrellas'.
Emma Stone y Ryan Gosling, en 'La La Land. La ciudad de las estrellas'.

El día que nació el cine moderno, murió la inocencia. Y consigo arrastró al musical. De repente, nos habíamos hecho demasiado mayores para jugar, demasiado descreídos; la suspensión de la incredulidad era cosa de niños y de viejos. La vida es dura, tío, ¿qué es eso de un final feliz? Fue en el ocaso de los sesenta, cuando el 'nuevo Hollywood' empezaba a hacerse fuerte y los grandes estudios intentaban parar la sangría de beneficios como pollos sin cabeza, sin oler de dónde había venido el hachazo e intentando taponar la herida con tiritas en la pata.

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La RKO, la Metro Goldwyn-Mayer (MGM) o Warner habían apostado durante décadas por las parejas de actores-barra-bailarines, los números coreografiados y las historias estereotipadas. Pero los sesenta habían pasado, al presidente de Estados Unidos le habían volado la tapa de los sesos, el Ejército había metido el cuezo en Vietnam y la juventud ya no creía en las promesas de siempre. Las grandes estrellas clásicas se habían apolillado y el musical olía tan rancio como ellas. La única forma de acercarse a la edad de oro del cine era con ojos críticos, como lo harían Scorsese o Bob Fosse.

Las grandes estrellas clásicas se habían apolillado y el musical olía tan rancio como ellas. La única forma de acercarse a la edad de oro del cine era con ojos críticos

Los Ángeles. La ciudad de los todoterrenos hipercontaminantes, de las tetas de silicona, los trapicheos y la malinterpretación hortera de la arquitectura de orden toscano. Pero también la ciudad de las estrellas, de los sueños cumplidos, la cuna y la meca del cine, ese artefacto de romanticismo y fantasmagoría, de ilusión, que remite a la imaginación infantil. Depende de la óptica del que mire. Y de esa tensión, de esa dicotomía, nace 'La La Land. La ciudad de las estrellas', de ese choque, tanto dentro como fuera de la pantalla, entre la realidad y la fantasía, de la capacidad, tanto del espectador como de los personajes, de resistir el tira y afloja entre la resistencia y el dejarse llevar.

placeholder Escena de apertura de 'La La Land'.
Escena de apertura de 'La La Land'.

Con 'La La Land. La ciudad de las estrellas', el director Damien Chazelle consigue hacer un homenaje —y no un pastiche— a una edad del cine vitalista, joven, que tenía todo un futuro de color por delante, pero con la lucidez de entender que el público puede conceder participar en la regresión, pero siempre consciente del artefacto. Una película con la que ha arrasado en los Globos de Oro, donde se ha llevado el premio gordo en las siete categorías en las que estaba nominada. Chazelle combina la vitalidad de las producciones de la RKO y la MGM de los años treinta, cuarenta y cincuenta —de Minnelli a Donen— con la reinterpretación posmoderna más madura y dramática que del musical hicieron Jacques Demy —indispensables 'Las señoritas de Rochefort' (1967) y 'Los paraguas de Cherburgo' (1964)— o Scorsese —con 'New York, New York' (1977)—.

Cuenta la leyenda que Billy Wilder, cansado de que se le olvidasen las buenas ideas que se le ocurrían mientras dormía, decidió una noche dejar sobre la mesilla un boli y un papel para apuntar. Por la noche, se levantó enfebrecido con la mejor idea de su vida, y la apuntó rápidamente para no olvidarla. A la mañana siguiente, se encontró que en el papel solo ponía "chico conoce a chica". Y esta idea, la médula espinal de cualquier película romántica, sigue en total vigencia hoy. Así de simple. Chico-conoce-chica. O al revés.

Desde la primera escena, Chazelle pone encima de la mesa su propuesta, sin trucos, sin lugar a la duda, y vuelca un despliegue de baile y color muy al estilo Demy

En 'La La Land', chica (Emma Stone) conoce chico (Ryan Gosling). Los dos viven en Los Ángeles, los dos son jóvenes y los dos son apasionados de sus pasiones. Para ella, el sueño de Hollywood, convertirse en una estrella de cine. Para él, el jazz más puro, mantener vivo un género agonizante. Ella es pizpireta, optimista y con un gran sentido del humor. Él es introvertido, quisquilloso, extremadamente talentoso pero también egocéntrico y engreído. Y desde su primer encuentro, Chazelle recurre a los clichés de la comedia clásica, al desencuentro y los equívocos que preceden la historia de amor entre opuestos, emulando a Katharine Hepburn y Cary Grant en 'La fiera de mi niña'. Y, además, refuerza esa contraposición a través de la colorimetría, construyendo el mundo de Stone con colores brillantes y alegres y el de Gosling a base de marrones y grises, con una clara ambientación retro del que vive añorando un pasado que nunca vivió.

Fred Astaire y Cyd Charisse, en 'Melodías de Broadway'

Desde la primera escena, Chazelle pone encima de la mesa su propuesta, sin trucos, sin lugar a la duda, y vuelca un despliegue de baile y color muy al estilo Demy: tonos chillones, coreografías colectivas, extras por doquier y una canción pegadiza. A partir de ahí, el director hará un repaso a la historia del musical, desde escenas acuáticas que —salvando las distancias, los efectos caleidoscópicos y la grandilocuencia— recuerdan a Busby Berkeley hasta bailes de pareja que evocan a Fred Astaire y Cyd Charisse bailando en el parque en 'Melodías de Broadway' (1953), personajes sacados de 'Ha nacido una estrella' (1954), o cielos púrpuras que toma prestados de 'Cantando bajo la lluvia' (1952).

Y 'La La Land', además de ser un derroche del talento, la osadía, la cinefilia y el romanticismo de Chazelle —que no hay que olvidar que tan solo tiene 31 años— es también una prueba de la versatilidad y la química —entre ellos y con la cámara— de Ryan Gosling y Emma Stone. Gosling canta, baila y actúa casi sin esfuerzo, de forma natural, incluso con el ligero toque de desgana de quien ha conseguido dominar plenamente una disciplina. Stone aporta ese espíritu naíf, jovial y bromista, esa ligereza tan agradecida y agradable.

placeholder Cartel de 'La La Land'.
Cartel de 'La La Land'.

Y esa combinación también está presente en la banda sonora de Justin Hurwitz —flamante ganador de dos estatuillas en los pasados Globos de Oro—, que combina temas tan nostálgicos como 'City of Stars' —el gran 'leitmotiv' de la película— con grandes éxitos ochenteros, el jazz más purista y la fusión con el pop de la mano de John Legend. Y, como todo en 'La La Land', está perfectamente amalgamado.

Además, Chazelle integra una reflexión sobre la propia creación, sobre el compromiso del artista con su pasión y los sacrificios que conlleva perseguir un sueño. Las posibilidades de fracasar o de traicionarse a uno mismo en el camino. El personaje de Ryan Gosling, en un momento de la película, advierte de que para llegar a la excelencia hay que volcarse plenamente en aquello en lo que se quiere trascender, y eso conlleva, aunque duela, dejar de lado otros afectos y aspectos de la vida. No hay luces sin sombras, tampoco en los sueños.

Foto: 'La tortuga roja'.
Foto: 'Le fils de Joseph'.

El día que nació el cine moderno, murió la inocencia. Y consigo arrastró al musical. De repente, nos habíamos hecho demasiado mayores para jugar, demasiado descreídos; la suspensión de la incredulidad era cosa de niños y de viejos. La vida es dura, tío, ¿qué es eso de un final feliz? Fue en el ocaso de los sesenta, cuando el 'nuevo Hollywood' empezaba a hacerse fuerte y los grandes estudios intentaban parar la sangría de beneficios como pollos sin cabeza, sin oler de dónde había venido el hachazo e intentando taponar la herida con tiritas en la pata.

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