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'El bar': vuelve el mejor Álex de la Iglesia y lo revienta (con Blanca Suárez y Mario Casas)
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'El bar': vuelve el mejor Álex de la Iglesia y lo revienta (con Blanca Suárez y Mario Casas)

Un reparto coral encabezado por Mario Casas y Blanca Suárez protagoniza este 'thriller' trepidante y asfixiante en el que el director vasco demuestra que está en plena forma

Foto: 'El bar'.
'El bar'.

Si Velázquez era un maestro del retrato de lo visible y lo invisible dentro de la corte, Álex de la Iglesia ha conseguido dominar como pocos el arte de fotografiar ese patetismo tan bien concentrado en su habitual caterva de personajes repelentes y sórdidos que consiguen provocar en el espectador un sentimiento y su contrario, todo a la vez, de forma extrema y sin transición. Para que un espejo aberrante refleje algo, tiene que haber algo que reflejar, y si las películas de De la Iglesia son excesivas e hiperbólicas, también son certeras en el retrato de esas miserias humanas que son tan naturales como el comer, dormir, follar. Al final de una vida, ni el hombre más recto se libra de la mancha de la mezquindad. Aunque sea por un nanosegundo.

Foto: Secun de la Rosa, Mario Casas y Carmen Machi en un fotograma de 'El bar'

Hacía tiempo que al director bilbaíno no le salía una película redonda. Un esquema repetido, con mucha gasolina al principio y finales estirados como chicle rogando la eutanasia, por clemencia. Y, por fin, se enmienda con un filme trepidante de principio a fin, en un ejercicio heredero de 'La comunidad' pero con el más difícil todavía, porque 'El bar' transcurre en un espacio aún más reducido e incluso más castizo que el edificio que se las hizo pasar finas a Carmen Maura casi 20 años atrás, en la que probablemente sea la obra culmen del cineasta.

El bar, la taberna castiza de la caña y los panchitos, del currela que se acoda para el desayuno, de las dosis en miniatura de mermelada de fresa o de melocotón —mayor variedad sería vicio—, lugar de la comunión festiva y —más o menos— desclasada convertido en un experimento psico-sociológico al estilo Robber's Cave. Primero fue la codicia, luego los celos y la vanidad, y ahora De la Iglesia se rinde ante el poder del miedo como el perfecto percutor para disparar las bajezas humanas. Como dijo Yoda: "El miedo lleva al lado oscuro".

Poco importan las convenciones socialmente establecidas cuando se trata de la supervivencia más animal

Poco importan las convenciones socialmente establecidas cuando se trata de la supervivencia más animal, del solo puede quedar uno. Tampoco importan los vínculos casi familiares, ni el despacho en la quincuagésima planta de la Torre Espacio, ni un escote turgente y bonito, ni tener un primo ministro cuando se trata de enfrentarte al miedo de comer o ser comido. Añadiendo, además, la injusticia del azar ciego, porque yo no debería estar aquí, porque de la injusticia nacen las frustraciones y de las frustraciones, el odio, y del odio la violencia.

placeholder Los protagonistas de 'El bar'.
Los protagonistas de 'El bar'.

Un día cualquiera, a plena luz del día, un barrendero sale de tomarse su desayuno en un bareto del centro de Madrid. Todo parece normal hasta que alguien le vuela la cabeza. "Quizá solo ha sido una coincidencia", piensan el resto de clientes, parapetados tras la cristalera. Quizás estaba metido en un lío chungo. Quizá se lo merecía. Un segundo cliente sale a auxiliar a la víctima... y también le vuelan la cabeza. Es entonces, cuando los clientes del bar se dan cuenta de que el francotirador que está disparando es de lo más democrático, cuando cunde el pánico. Cualquiera puede ser el siguiente.

'A priori' no tienen nada en común, pero al final descubrirán que, despojados de todo lo accesorio, se parecen bastante

El director recurre a un reparto coral liderado por Mario Casas —que se ha convertido en su muso—, Blanca Suárez, Terele Pávez, Carmen Machi, Secun de la Rosa y Jaime Ordóñez, que interpretan ese amplio abanico de personajes prototípicos —e hipertróficos— de la sociedad española que tanto gustan al director. Dentro de la tasca se juntan la pija de Salamanca, el moderno de Malasaña, el viajante con maletín, el currito, la parada y el vagabundo, una serie de personas que 'a priori' no tienen nada en común pero que al final descubrirán que, despojados de todo lo accesorio, se parecen bastante.

placeholder Blanca Suárez, sufriendo en 'El bar'.
Blanca Suárez, sufriendo en 'El bar'.

De la Iglesia vuelve a demostrar que es el rey del terror del patetismo, donde los monstruos son monstruos porque son débiles. Cineasta del posmodernismo, ha conseguido amalgamar con habilidad a Buñuel, Bong Joon-ho —hay mucho de 'The host', pero también hay una conexión más allá del cine entre dos personas que comparten todas las similitudes que pueden compartir un tipo surcoreano y otro de Bilbao—, al Polanski de juventud y algún residuo del tándem Jeunet-Caro, cuando el cine de estos era más retorcido, más sensual e infinitamente más divertido. Y a eso hay que añadir una buena dosis de cosecha propia, no hay que restar méritos.

placeholder Cartel de 'El bar'.
Cartel de 'El bar'.

Los diálogos —en los que la firma De la Iglesia-Guerricaechevarría es siempre tan identificable— siguen siendo rápidos, ingeniosos y sardónicos. Las situaciones, grotescas y surrealistas. Los personajes, infinitamente abofeteables —aunque se acaba salvando quien se acaba salvando, y hasta aquí se puede leer—. Y la técnica, como siempre impecable e inconformista: muy destacable ese tramo final, con un Jaime Ordóñez en éxtasis, disparado hacia un clímax apocalíptico. Por fin, el director ha sabido medir y cortar.

Además, 'El bar' actúa como parábola necesaria —sobre todo en el momento actual— que advierte del peligro de dejarse arrastrar por el miedo y la desconfianza, de los males del individualismo moderno —donde un centro ciudad a pleno sol y repleto de gente no es sinónimo de lugar seguro en que tus convecinos te van a echar una mano— y de lo fácil que es dejarse llevar por la bajeza moral. Y hay que agradecer al cine de Álex de la Iglesia que, de vez en cuando, nos los recuerde.

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Eulàlia Iglesias

Si Velázquez era un maestro del retrato de lo visible y lo invisible dentro de la corte, Álex de la Iglesia ha conseguido dominar como pocos el arte de fotografiar ese patetismo tan bien concentrado en su habitual caterva de personajes repelentes y sórdidos que consiguen provocar en el espectador un sentimiento y su contrario, todo a la vez, de forma extrema y sin transición. Para que un espejo aberrante refleje algo, tiene que haber algo que reflejar, y si las películas de De la Iglesia son excesivas e hiperbólicas, también son certeras en el retrato de esas miserias humanas que son tan naturales como el comer, dormir, follar. Al final de una vida, ni el hombre más recto se libra de la mancha de la mezquindad. Aunque sea por un nanosegundo.

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