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'Ben-Hur': un 'remake' que 'ni chicha, ni limoná'
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'Ben-Hur': un 'remake' que 'ni chicha, ni limoná'

Timur Bekmambetov dirige esta nueva adaptación de la novela de Lewis Wallace que no consigue renovar el clásico de William Wyler

Foto: Fotograma de 'Ben-Hur' (2016).
Fotograma de 'Ben-Hur' (2016).

Como un altar sacramental de Ikea. Con sus vinajeras, su cáliz, su patena y su manutergio, todo de Ikea. Un altar sacramental de corte románico, de la serie HOJENFJORNER, que huele a conglomerado lacado, parece conglomerado lacado y es, indiscutiblemente, conglomerado lacado. Y que no pega ni con cola ni en la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda ni junto al sofá HAMDERSÖDER rojo de un piso compartido. Exactamente así es 'Ben-Hur' (2016), la nueva adaptación al cine del clásico escrito por Lewis Wallace en 1880 y que de la mano del director kazajo Timur Bekmambetov sucumbe bajo el peso de la veneración cinéfila despertada por sus antecesoras: el 'Ben Hur' de Fred Niblo de 1925 y el 'Ben-Hur' de William Wyler de 1959. Sobre todo el de William Wyler.

Tráiler de 'Ben-Hur' (2016)

Que en los créditos el de 2016 forme parte del título es ya toda una declaración de intenciones. Nuevo, moderno, actual, remozado. Títulos de crédito 'molones', que podrían ser, efectivamente, los de 'xXx', a base de diseño gráfico de última generación, mucho movimiento de cámara y música al ritmo de los trinos de una diva del R&B -aunque no de primera fila- como Andra Day, un híbrido entre Rihanna y Adele, que la discográfica de turno no puede esperar a vender como la futura reina del Spotify. Talento tiene.

Dos fuerzas contrarias que se anulan

Sin embargo, para renovar hay que ser audaz. Hay que echarle osadía y no quedarse en un terreno gris, en un sí, pero no, por si acaso. Y a Bekmambetov le han podido los remilgos. 'Ben-Hur' (2016) no es una buena película. Pero tampoco es la peor película jamás vista. El problema es que, para enfrentarse a un 'remake' de un clásico como el de Wyler, Charlton Heston y compañía, hay que tener más de un as en la manga y no quedarse en pareja de sietes. Bekmambetov apela al público joven a base de efectos especiales, un montaje rápido, planos a ras de suelo, muy angulares, al estilo Go-Pro y 'zooms in' y 'zooms out' que ya han acabado de dar el giro de 360º propio de las modas y de tan pasados se han convertido en un recurso de moderna transgresión.

Una película con pretensiones de 'blockbuster' no se puede permitir juntar pestañas ni separar maxilares

Y, sin embargo, el relato no logra arrancar con ritmo. Y una película con pretensiones de 'blockbuster' no se puede permitir juntar pestañas ni separar maxilares. El director de 'Abraham Lincoln: cazador de vampiros' (2012) recurre a los 'flashbacks' y al narrador de voz en 'off' para hilar la historia de Judá Ben-Hur y acaba ralentizando el comienzo. Una narrativa que choca frontalmente con las escenas de batalla, con cierto deje '300' (2006), como dos fuerzas contrapuestas que acaban anulándose. Además, durante toda la película, existe una sensación insalvable de encontrarse frente a una falsificación, como el bolso de imitación de un mantero. Desde el peinado del protagonista y la textura de los vestidos, a la factura de las escenas de acción, semejantes a aerografías, o algunos decorados que parecen de cartón piedra.

Y esa dualidad divergente reiterada en muchas de las propuestas de la película se postula como la mayor enemiga del filme. Es cuestión de maridaje. ¿Por qué no existe un cóctel de leche con cerveza? Y no, la 'bilk' no cuenta. Por la misma razón que 'Ben-Hur' (2016) no puede pretender ser una película espiritual -las apariciones de Jesucristo (Rodrigo Santoro), diálogos y escenas introspectivas, un mensaje místico- y que en ese aspecto se toma muy en serio, y utilizar los mismos códigos que la última versión 'millennial' de 'Vídeos de primera' que se emita en la MTV de turno. 

No puede pretender ser una película espiritual y utilizar los códigos de la última versión 'millennial' de 'Vídeos de primera' que se emita en la MTV de turno

Judá Ben-Hur (Jack Huston) pertenece a la nobleza de la ciudad de Judea, donde sus habitantes disfrutan del favor del Imperio Romano en tanto en cuanto les juren fidelidad. Judá, judío de Judea, pasa los días retando a su hermano adoptivo Messala (Toby Kebbell), huérfano romano, a carreras de caballos, o de fiesta en fiesta intentando conquistar el corazón de su sirvienta, Esther (Nazanin Boniadi). Sin embargo, tras una disputa familiar, Messala decide alistarse en la legión y participar en las campañas de expansión del Imperio. 

Años después de su marcha, Messala vuelve a Judea convertido en un alto cargo del ejército romano. Pero las cosas allí han cambiado: los judíos ven recortadas sus libertades y están empezando a aparecer los primeros grupos rebeldes que buscan acabar con el yugo romano, usando la violencia si es necesario: los zelotes. Tras un atentado contra Poncio Pilato (Pilou Asbaek), Messala tiene que elegir entre traicionar a la familia que le acogió cuando quedó huérfano o servir a Roma, donde además de sus raíces también le espera un futuro de gloria.

Messala acaba enviando a su propio hermano a las galeras del Mar Jónico, como esclavo remero, durante ocho años. Ocho años en los que Judá irá alimentando la ira y la necesidad de venganza contra Messala. Después de sobrevivir a un naufragio y de que un mercader africano, Ilderim (un Morgan Freeman con unas rastas algo baratas), le ayude a volver a su hogar, Judá intentará retar a su hermano a una carrera de cuádrigas en el nuevo circo romano de la ciudad, símbolo de la subyugación del pueblo judío al Imperio.

El resultado palidece frente al realismo de la película de Wyler -cromas y atropellos de peleles vestidos de romano aparte-, casi seis décadas después

Y es en la icónica carrera de cuádrigas donde Bekmambetov -y el modelo de producción actual de las superproducciones hollywoodienses- más visiblemente pierde frente al clásico de 1959. Porque aunque los planos son muy parecidos, el resultado del director kazajo palidece frente al realismo de la película de Wyler -cromas y atropellos de peleles vestidos de romano aparte-, casi seis décadas después. Un exceso de efectos digitales en pos de una mayor espectacularidad, de una especie de 'gore' soterrado -de nuevo un sí pero no- para todos los públicos, que acaban distanciando al espectador y haciendo que arquee la ceja.

placeholder Cartel de 'Ben-Hur'.
Cartel de 'Ben-Hur'.

A lo que hay que añadir que Huston tampoco es Heston. Y que Huston, al que le falta química con la pantalla, acaba deglutido por Kebbell, más colérico, más vibrante y más interesante que el protagonista, que peca de planicie y bidimensionalidad. 'Ben-Hur' (2016) probablemente esté predestinada al fracaso en taquilla, en parte por intentar medirse con los clásicos, en parte por un planteamiento desacertado y en parte por las ganas de repartir suspensos que ha despertado entre la crítica, que la ha querido matar antes incluso de haber sido engendrada y, desde luego, de haber nacido. Sin embargo, tampoco destaca por debajo de muchas otras superproducciones con ínfulas, de muchos otros proyectos que aspiraban a reventar taquillas y acabaron recibiendo collejas a diestro y siniestro. 'Ben-Hur' (2016) es una película que deja más indiferente que otra cosa. Que se queda entre medias, como su propuesta. Que ni blanco, ni negro. Que, como cantaba Víctor Jarani chicha ni 'limoná'.

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Como un altar sacramental de Ikea. Con sus vinajeras, su cáliz, su patena y su manutergio, todo de Ikea. Un altar sacramental de corte románico, de la serie HOJENFJORNER, que huele a conglomerado lacado, parece conglomerado lacado y es, indiscutiblemente, conglomerado lacado. Y que no pega ni con cola ni en la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda ni junto al sofá HAMDERSÖDER rojo de un piso compartido. Exactamente así es 'Ben-Hur' (2016), la nueva adaptación al cine del clásico escrito por Lewis Wallace en 1880 y que de la mano del director kazajo Timur Bekmambetov sucumbe bajo el peso de la veneración cinéfila despertada por sus antecesoras: el 'Ben Hur' de Fred Niblo de 1925 y el 'Ben-Hur' de William Wyler de 1959. Sobre todo el de William Wyler.

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