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Almodóvar se cae del poni con 'Julieta'
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Crítica de 'Julieta'

Almodóvar se cae del poni con 'Julieta'

Todas las bondades de la cinta, que las tiene, se desmoronan debido al evidente esfuerzo del director manchego, a ratos diría incluso que obsceno, por intelectualizar el todo

Foto: 'Julieta'.
'Julieta'.

En los primeros compases de 'Julieta', Almodóvar encuadra el rostro de Emma Suárez junto a uno de los autorretratos del pintor británico Lucian Freud, maestro del realismo más crudo. Es una declaración de intenciones en toda regla. Poco sutil, es cierto, como toda la película, pero ahí está, marcando el paso de un “nuevo Almodóvar”, lugar común al que está recurriendo el propio director en cada una de sus entrevistas con el objetivo de contextualizar su última obra en una nueva etapa de maduración.

Foto: Imagen de 'Julieta', de  Pedro Almodóvar de

El presunto 'nuevo Almodóvar' es un tipo que fabrica dramas áridos, desprovistos de humor, sin disfraces ni concesiones, en los que se analiza con predisposición de cirujano (por primera vez no plástico) cada vena, estría, poro, arruga o marca dejada por el paso del tiempo en el rostro de uno de sus retratados, al igual que hacía Lucian Freud, de ahí la analogía en forma de homenaje. No hay que ser muy listo para intuir tras ese plano que el personaje de Julieta va a ser arrastrado por el abismo durante algo más de 90 minutos, tiempo en el cual su creador nos va a mostrar todas y cada una de sus heridas. Dicho y hecho.

Tráiler de 'Julieta'

Me pregunto entonces si el personaje de mujer doliente, víctima a veces de los hombres pero sobre todo de sí misma, o del destino, no es un ítem propio desde hace tiempo de lo almodovariano. Recuerdo entonces a la Carmen Maura de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', a la Marisa Paredes de 'La flor de mi secreto' o a la Cecilia Roth de 'Todo sobre mi madre', por citar solo tres ejemplos, todas ellas tan diferentes y a la vez tan parecidas a 'Julieta'.

[Lea aquí: 'Almodóvar gestionó una sociedad 'offshore' tras sus primeros taquillazos']

Digámoslo ya, aunque quien más quien menos lo sabe o lo intuye: ese 'nuevo Almodóvar' es el mismo de siempre pero con una segunda capa de barniz esteta y algo autocomplaciente, secada ya la primera mano, que dieron a pachas unas señoras bien parecidas llamadas Bette Davis y Vivien Leigh, las respectivas protagonistas de 'Eva al desnudo' y 'Un tranvía llamado deseo', las dos películas homenajeadas en 'Todo sobre mi madre' (1999), primera cita del manchego con el Oscar.

Pura mercadotecnia

En esencia, ese cliché que deriva en una segunda etapa de depuración de lo almodovariano es pura mercadotecnia. La que necesita un director que huye de sus últimos fiascos y que busca (me temo que aún no lo ha encontrado, tampoco en 'Julieta') el lenguaje que le otorgue por fin una Palma de Oro. Almodóvar quiere parecer, ahora más que nunca, un chico formal, pero uno no puede negarse a sí mismo. Ni debe. Ahí están el personaje interpretado por Rossy de Palma o los cameos particularmente absurdos de Bimba Bosé o Elena Benarroch para demostrar que el Almodóvar más histriónico y estereotipado sigue vivo. Ojo, también el mejor. Claro que hay cosas buenas en la última cinta de Almodóvar. Queda demostrado, además, su genial manejo del primer plano, al que recurre en 'Julieta' más que nunca en su cine buscando la intimidad.

Ya que la cosa no nos da para Palma de Oro, hablémoslo en plata: Almodóvar se ha puesto en su última cinta más retórico e intenso que nunca en un intento descarado de dotar a su obra de la mayor complejidad posible

Y se podrá recordar con el tiempo ese breve fragmento con autonomía de cortometraje rodado dentro de un tren, sin duda la parte más estimulante de todo el metraje, la parte principal, que ha tomado prestada, por cierto, de los relatos firmados por la escritora Alice Munro, y que por momentos parece una especie de homenaje al concepto de incomunicación de Michelangelo Antonioni. Pero sobre todo hay que reconocerle a Almodóvar el absoluto dominio de una narración dentro de las coordenadas espaciotemporales. Su última película abarca tres décadas en la vida de su personaje principal con un concepto a ratos bergmaniano del paso del tiempo (especial atención al 'flashback' en la cancha de baloncesto) y con un más que eficiente juego de elipsis y fueras de campo, tan escrupulosos que hacen innecesarios cartelones que anuncien las nuevas coordenadas.

¿Qué hay de lo mío?

Pero ¿qué hay de lo mío?, que diría el sabio. Ya que la cosa no nos da para Palma de Oro, hablémoslo en plata: Almodóvar se ha puesto en su última cinta más retórico e intenso que nunca en un intento descarado de dotar a su obra de la mayor complejidad posible en el ámbito del subtexto. Y por eso le ha quitado a su guion cualquier gag surrealista que pudiera restarle credibilidad a la trama, pero esos momentos funcionaban muy bien en su cine, porque desinflaban el drama de unos personajes que a veces parecen sufrir más que nadie en el mundo. En su afán de quitarle cosas al drama, le ha quitado hasta el prefijo 'melo', y ahora sus personajes no lloran, se contienen. Se equivoca, en esencia, porque si algo ha sido Almodóvar a lo largo de su prolífica carrera es sin duda un gran maestro de lo intrascendente. Sus viajes siempre han sido de lo micro a lo macro y no al revés, como en esta ocasión. Por eso 'Julieta' es sin duda la menos ajustada de sus películas a las pretensiones de su director, por ser estas las más ambiciosas de toda su filmografía.

Almodóvar inicia su película anclando su contenido en el realismo crudo de Lucian Freud, pero acaba la misma haciendo migas con las teorías algo simplistas de otro Freud

Todas las bondades del filmE, antes enumeradas, se desmoronan debido al evidente esfuerzo de Almodóvar, a ratos diría incluso que obsceno, por intelectualizar su cinta. Eso nos lleva a presenciar secuencias sonrojantes, como aquella en la que Julieta se convierte por dos minutos en una profesora de literatura que explica a sus alumnos los avatares del destino de Ulises en la 'Odisea'. Almodóvar quiere dejarnos claro que sus personajes van a vivir un drama encapsulado en el concepto de la tragedia griega, pero eso ya lo sabíamos antes de semejante juego de redundancias, que nos llevarán en última instancia al encuentro de la joven con un novio pescador. Sorpresa. Tampoco hacía falta que un ciervo (por muy bella que resulte la imagen) recorriera a cámara lenta junto a la protagonista parte de su trayecto en tren, un pasaje onírico que vuelve a remarcar la predestinación de toda tragedia y que nos presenta por primera vez en el metraje al Sr. Sentimiento de Culpa, que volverá a aparecer de forma recurrente en este relato sobre la soledad y la pérdida.

Cuando llegue la parte final de 'Julieta', algunos espectadores se sentirán sin duda decepcionados por el desenlace. No porque se prescinda del habitual clímax, porque esta historia pedía a gritos morir en ausencia de él, sino más bien porque la resolución de algunas tramas no está a la altura de la complejidad prometida durante el resto de la narración. Almodóvar inicia su película anclando su contenido en el realismo crudo de Lucian Freud, pero acaba la misma haciendo migas con las teorías algo simplistas de otro Freud. El trauma infantil (o poni) como única explicación coherente del comportamiento de los adultos, tan recurrente en la historia del cine clásico, finalmente es la piedra angular de la psique almodovariana. Decepcionante cuanto menos. Quizá sea ese el 'nuevo Almodóvar', un discípulo de Freud. Sigmund, que no Lucian.

En los primeros compases de 'Julieta', Almodóvar encuadra el rostro de Emma Suárez junto a uno de los autorretratos del pintor británico Lucian Freud, maestro del realismo más crudo. Es una declaración de intenciones en toda regla. Poco sutil, es cierto, como toda la película, pero ahí está, marcando el paso de un “nuevo Almodóvar”, lugar común al que está recurriendo el propio director en cada una de sus entrevistas con el objetivo de contextualizar su última obra en una nueva etapa de maduración.

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