Es noticia
Y la cultura quedó fuera de la ley en 2014
  1. Cultura
  2. Cine
el año acaba con el fracaso de reformas legales

Y la cultura quedó fuera de la ley en 2014

En 2014, la cultura perdió el miedo a la política y volvió a la calle con sus reivindicaciones, con una unidad inédita, en respuesta al trío Montoro, Wert y Lassalle

Foto: El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, delante del cartón para tapiz del 'Juego de la gallina ciega', de Goya. (EFE)
El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, delante del cartón para tapiz del 'Juego de la gallina ciega', de Goya. (EFE)

La escena que resume un año de política cultural es demasiado bochornosa para ser de Billy Wilder, pero podría incluirse en la lista de los grandes éxitos de Blake Edwards, que habría titulado la película La tómbola. Rebobinamos hasta el 22 de julio, Congreso de los Diputados: la Comisión de Cultura vota uno de los grandes proyectos reformistas del Gobierno de Mariano Rajoy. Se aprueba la Ley de Propiedad Intelectual, que mañana entra en vigor, y se hace de la manera más vergonzosa.

“Esto es muy complicado”. “Si votamos ahora perdemos la votación”, afirmaba el presidente, Juan Manuel Albendea, que se mostró absolutamente superado durante las votaciones de las 203 enmiendas (el PP no tuvo presente ninguna) y el letrado de la mesa tampoco ayudó a hacer de aquel espectáculo de la incapacidad una jornada distinta. Todo quedó en el caos de una tómbola que trataba de resolver una ley esencial en la protección de los creadores y en el desarrollo de las industrias del conocimiento, que recibió el rechazo en bloque de la oposición y la hostilidad de la cultura.

Por eso este año que acaba será recordado como el que la cultura perdió el miedo a la política y volvió a la calle con sus reivindicaciones, con unidad inédita, en respuesta a la gestión de José María Lassalle, secretario de Estado de Cultura, que abanderó esta reforma prometiendo consenso y diálogo. Desde la barrera, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, se ha mantenido a la espera del fracaso de su enemigo y compañero. Observaba cómo, primero, el Consejo de Estado dejaba al aire las vergüenzas de esta reforma, y, luego, el Tribunal Supremo cuestionaba la compatibilidad de la nueva ley con la directiva europea, en el sistema de compensación por copia privada.

El colmo del viaje de la norma es la letra pequeña incluida por el Gobierno en el último momento, durante el trámite del Senado: en la disposición final cuarta se indica que la reforma tiene un año por delante para “preparar una reforma integral de la LPI”. Es decir, que lo que se ha aprobado no lo es. ¿Y entonces qué es? Papel mojado, una patata caliente para el que venga tras las elecciones generales. Desacreditada desde su nacimiento por sus propios promotores, que no son los hermanos Marx.

El ministro ha aprovechado el revuelo de la LPI para abandonar por completo la actividad cultural de su cartera compartida desde el polémico viaje a Londres, el fin de semana de los Goya. A pesar de los desplantes y el público divorcio entre la política y la cultura, todas las reivindicaciones de esta han quedado en nada. El ataque a los intereses del sector por parte de este Gobierno lo despacha el tridente más nocivo que ha padecido la cultura española en las últimas cuatro décadas: Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, Wert y Lassalle.

Durante dos años, Lassalle se ha querido mostrar como el verso libre que prometía defender los intereses del sector al que representa políticamente. Y cuando llegó el tercero se desfondó. Quedó sin aliento, recapituló y, sin haber hecho los deberes que él mismo había prometido, se desveló como un trampantojo barroco. En 2014, José María Lassalle ha pasado de representar la esperanza a una estrepitosa decepción. Ha viajado desde la pelea a la sumisión y ha perdido todas las batallas, dentro y fuera de su partido.

Además del fracaso de la Ley de Propiedad Intelectual, el más sonado batacazo ha sido la reforma de la Ley de Mecenazgo. Otra bandera a la que se abrazó desde su primera comparecencia ante medios, en 2012, cuando explicó que su principal proyecto para la legislatura era definir el desarrollo de un modelo de transición que acabase con las artes sustentadas por las Administraciones Públicas. “Uno con mayor implicación de la sociedad civil”, uno con mayores exenciones fiscales para las empresas que inviertan en cultura (entre otras cosas).

Explicó que la política cultural que se ha mantenido “ha generado una dependencia insostenible”, que tiene “una ineficiente planificación” y carece de “visión estratégica”. Y se comprometió ante todos los periodistas a tener el anteproyecto de la norma acabado antes de aquel verano de 2012. Han pasado dos años y las críticas a esa política cultural desfasada han terminado definiendo la suya.

El apóstol del final de la subvención, que proclamaba el apocalipsis de la ayuda estatal y el desbordamiento del maná del capital privado, ha naufragado con todo el equipo. “La Ley ha muerto y no tiene retorno. Hemos fracasado”, contaba sin rodeos Leopoldo Rodés, presidente de la Fundación Arte y Mecenazgo, de La Caixa, una de las empresas más comprometidas e interesadas en que la reforma saliera adelante… Hasta en su casa hubo quien, como Miguel Ángel Recio (fulminado por ello como director del INAEM), reconoció con atrevimiento que la ley se había ahogado. De prometer desgravaciones del 75% en el IRPF, a no pasar del micromecenazgo. Un político micro para micropolíticas.

El cine ya subvenciona al Estado gracias a un IVA disparatado y un año de recaudación de récord. Hacienda se forra con El Niño, y a pesar de eso, el Gobierno acabará el año sin saldar las deudas con el cine que contrajo con las ayudas a la amortización de películas estrenadas en 2012. El proceso de búsqueda de los casi 42 millones de compromiso ha sido igualmente vergonzoso.

En septiembre, Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta, sacaba pecho por la inyección de 30 millones de euros: “Hay Gobiernos que gastan y Gobiernos que pagan. El nuestro es de los que paga”. Lo más honesto habría sido reconocer que es de los que gastan y no hacen frente a los atrasos, porque todavía faltaban 12 millones para saldar lo que Wert prometió resolver en octubre de 2013.

El descrédito se le ha acumulado al equipo de Cultura, que se presentaba en las reuniones con la industria cinematográfica con la promesa de Montoro de una subida histórica de las deducciones a la producción, de hasta el 30%. Pero el sadismo del ministro de Hacienda no conoce límites y, cuando llegó la hora de anunciar la reforma fiscal, lo dejó en la cifra de siempre: 18%. Una cantidad con la que España no puede convertirse, según los productores, en el plató de Europa.

Por supuesto, el compromiso por tener rematada una reforma de la Ley del Cine que aclarase las nuevas fórmulas de financiación de la industria es otro naufragio más. En el camino se ha quedado Susana de la Sierra, exdirectora del ICAA, harta de la inoperancia de sus responsables. Además de esta dimisión, Lassalle tuvo que tragarse la de Jesús Prieto, exdirector general de Bellas Artes, que abandonó su puesto para no tener que firmar la futura orden que acabe con la protección del barrio del Cabanyal, en Valencia. Rita Barberá asegura tener un pacto con Wert para la destrucción del patrimonio modernista.

¿Algo más? Sí: la pésima gestión de apertura de la reforma del Museo Arqueológico Nacional, sin vigilantes (y sin fondos para contratar un responsable de la importante biblioteca); la pelea entre Patrimonio Nacional y el Museo Nacional del Prado por los cuadros cedidos en 1936, en la que Wert dice que está todo arreglado, mientras las instituciones mantienen la riña; unos Presupuestos Generales para Cultura que descartan conservar y proteger el patrimonio el año que viene; la lamentable situación a la que el ministro y su equipo han empujado a nuestros museos; el asfixiante IVA cultural con el que el Gobierno castiga sin explicaciones al sector, el español, el mayor capital del país, sin recursos para expandirse en el extranjero; la jibarización de la cultura y de sus referentes, pasados por la trituradora del negocio hasta dejar al Quijote en una broma de mal gusto. Y en 2015...

La escena que resume un año de política cultural es demasiado bochornosa para ser de Billy Wilder, pero podría incluirse en la lista de los grandes éxitos de Blake Edwards, que habría titulado la película La tómbola. Rebobinamos hasta el 22 de julio, Congreso de los Diputados: la Comisión de Cultura vota uno de los grandes proyectos reformistas del Gobierno de Mariano Rajoy. Se aprueba la Ley de Propiedad Intelectual, que mañana entra en vigor, y se hace de la manera más vergonzosa.

Mariano Rajoy Libros Tribunal Supremo José María Lassalle Propiedad intelectual
El redactor recomienda