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Los robots gigantes de Japón conquistan las pantallas occidentales
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'PACIFIC RIM' ES SOLO LA ÚLTIMA PELÍCULA DEL HISTÓRICO GÉNERO NIPÓN

Los robots gigantes de Japón conquistan las pantallas occidentales

'Pacific Rim' supone la consagración en Hollywood del género 'mecha' japonés, en el que grandes robots tripulados combaten a las fuerzas del mal

Foto: Imágenes de 'Gigantor' (1963), 'Bioman' (1985), 'Evangelion' (1995) y 'Pacific Rim' (2013).
Imágenes de 'Gigantor' (1963), 'Bioman' (1985), 'Evangelion' (1995) y 'Pacific Rim' (2013).

Lo sabe cualquiera que haya seguido de niño alguna serie Super Sentai en televisión, por cierto mucha más gente de lo que sugiere su exótico nombre: al final de cualquier capítulo de Power Rangers o de Bioman –y esto son las series Super Sentai, aquellas en la que un escuadrón de coloridos guerreros futuristas se enfrenta al mal– el monstruo enemigo crecía hasta convertirse en un gigante y a los guerreros no les quedaba otra que invocar a sus mechas, robots de proporciones titánicas que pilotaban ellos mismos desde su interior para rematar la pelea a puñetazo limpio.

Estos mechas son un clásico del tokusatsu, la ciencia ficción japonesa, aunque ahora el cineasta mexicano Guillermo del Toro se propone universalizarlos con Pacific Rim, una superproducción de ciencia ficción estrenada esta semana en España en la que los kaijus –monstruos gigantes– atacan la Tierra y un escuadrón de colosales jaegermechas– intentan frenar su invasión. Aunque sí parece la intentona más decidida desde el punto de vista comercial, por supuesto no es la primera vez que las pantallas europeas y americanas sufren el envite de los robots gigantes japoneses.

Pese a que los mechas son una invención japonesa –de hecho la palabra proviene a través del inglés de "meka", la abreviación japonesa de "mecánico"–, su precedente directo no lo es. Suele citarse La casa a vapor, una novela de Julio Verne publicada en 1880, como la primera ficción en incluir un mecha, aunque no antropomorfo. La casa que da a la novela su nombre, también llamada "el gigante de acero", era un vehículo rodante tirado por un elefante mecánico que funcionaba, claro, a vapor.

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De hecho, aunque las mayoría de mechas tengan la forma de un androide –es decir, un robot con forma humana–, no lo son: son vehículos, ya que no tienen autonomía y han de ser tripulados inevitablemente por seres humanos. Por esa razón, y aunque aparezcan en géneros y tradiciones desligadas del tokusatsu, algunos consideran también mechas a vehículos como los ATAT de La guerra de las galaxias o los AMPs de Avatar.

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Un arma de destrucción masiva para Japón

Los mechas propiamente dichos, en cambio, aquellos que alcanzan proporciones colosales y han sido expresamente creados para combatir las fuerzas del mal, son un ingenio genuinamente nipón que arrancó con Tetsujin 28-gō –que se traduce literalmente como "El hombre de hierro número 28"–, un manga creado por Mitsuteru Yokoyama en 1956 y adaptado en anime para televisión en 1963. Tetsujin 28-gō se distribuyó internacionalmente como Gigantor.

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El robot, sin embargo, no se construyó para combatir monstruos o alienígenas, sino a Estados Unidos, un detalle que habla con elocuencia de los resortes que movieron el éxito de estas fantasías entre los lectores y espectadores japoneses de los años 60. El cómic arranca en plena II Guerra Mundial, cuando un grupo científico japonés –el correlato nipón del Proyecto Manhattan, para entendernos– trabaja contrarreloj para desarrollar un arma definitiva que le permita evitar la derrota a manos de Estados Unidos. Lo consigue, pero solo poco después de que Japón sea víctima del bombardeo atómico en Hiroshima y Nagasaki, y el jefe científico muere de un ataque al corazón. Tetsujin 28-gō es legado a su hijo, un niño de 10 años, que desde entonces combate con su ayuda a los criminales y, por supuesto, a otros robots.

Mazinger Z

No es que los mechas funcionasen solo en Japón, sino que durante mucho tiempo, de hecho, fueron un producto invariablemente nacionalista. Baste recordar que Mazinger Z, seguramente el primero en triunfar internacionalmente, estaba construido con la aleación Z, un material derivado de un mineral ficticio que solo se podía extraer del monte Fuji y que se llamaba, reveladoramente, japanium.

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En Mazinger Z, en cambio, el poso histórico es ya más sutil, aunque de nuevo evidente. En la serie, creada como un manga por Gō Nagai en 1972 y adaptada rápidamente al anime, el robot –el primero acorazado y tripulado desde el interior– es construido para combatir al Doctor Hell. En el arranque de la historia este perverso villano –de origen alemán y que participó como médico en la II Guerra Mundial– se hace con unos autómatas gigantes desenterrados en un yacimiento arqueológico europeo y asola con ellos a la humanidad. Además de sentar las bases del género, Mazinger Z fue la primera producción en lanzar también una línea oficial de productos de merchandising.

Transformers

Porque el merchandising, de hecho, está inscrito en la misma naturaleza del género mecha. Los archiconocidos Transformers, por ejemplo, seguramente los mechas con más salud en las pantallas de hoy día –Michael Bay mediante–, no nacieron como una ficción, sino como una línea de juguetes coproducida por la compañía japonesa Takara Tomy y la americana Hasbro.

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Fueron estas jugueteras, asociadas con Bandai, quienes encargaron a la americana Marvel el cómic de Transformers en 1984. Aunque los números tuvieron diferentes firmas, es al autor Bob Budiansky, a la postre su editor, a quien se atribuye la concepción elemental de la historia, en la que dos razas de robos mecánicos alienígenas –los Autobots y sus enemigos, los perversos Decepticons– llegan al Sistema Solar para continuar con su guerra en suelo terrestre. Como en los juguetes originales, su característica distintiva es que pueden transformar su forma, convirtiéndose a voluntad en vehículos normales –coches, camiones o aviones– o en fieros robots de batalla.

En 1985 la intensa desregulación audiovisual que promovió la Federal Communications Commission de la administración de Ronald Reagan levantó la prohibición que pesaba sobre las jugueteras de promocionar sus productos mediante series y películas de ficción y The Transformers, escrita en Estados Unidos y animada en Japón y Corea del Sur, llegó a las pantallas, en las que se mantuvo –tras el reboot de 1993– hasta 1995. Producido por Steven Spielberg, en 2007 el director Michael Bay lanzó la primera entrega de la franquicia en el cine, cuya cuarta entrega se espera para 2014.

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El empujón de Parque Jurásico

Por más éxito que algunos títulos puntuales de tokusatsu hayan tenido fuera de Japón, sin embargo, ha sido un subgénero, el Super Sentai, el que ha contribuido de forma determinante a asentar los robots gigantes en la retina del espectador occidental.

Al escuadrón de guerreros –sentai, en japonés– característico de este género les acompaña invariablemente unos ingenios mecánicos gigantes con los que combaten a las fuerzas del mal, normalmente de origen extraterrestre o paranormal. Los primeros en hacerlo fueron los Gorangers de Himitsu Sentai Goranger, creados por Shōtarō Ishinomori en 1975, aunque desde entonces ha habido más de 40 diferentes franquicias que siguen las mismas premisas: cada guerrero se identifica con un color y cada uno a su vez con un concepto diferente –desde palos de la baraja a civilizaciones antiguas–. Que cada uno tripulase su propio mecha fue introducido por Battle Fever en 1979, un Super Sentai de cinco guerreros que representaban a Japón, la Unión Soviética, Francia, Kenia y Estados Unidos.

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Sin duda el Super Sentai más exitoso de todos fue el número 16, Kyōryū Sentai Jūrenjaa, el primero del género adaptado en Estados Unidos y retitulado como Power Rangers. Creado el mismo año que Parque Jurásico, los Power Rangers disponían cada uno de un mecha en forma de animal prehistórico –dos dinosaurios, un reptil volador y dos mamíferos prehistóricos– que, combinándose al uso de un Transformer, creaban un supermecha, el Megazord, de forma humana.

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Con el tiempo, los Power Rangers se han convertido en el correlato occidental del Super Sentai y se han producido casi 20 diferentes series sobre estos superhéroes consagrados a elementos tan diversos como los dinosaurios, las disciplinas marciales, las culturas del mundo o el espacio.

Evangelion

Seguramente ayudado por el éxito arrollador del Super Sentai otro título, este de anime y mucho menos comercial, acabó por confirmar la salud del género mecha recuperándolo para el anime cuando su derrotero natural parecía ser ya la estética digital. Shin Seiki Evangerion, conocido internacionalmente como Neon Genesis Evangelion, fue la serie creada por Hideaki Anno en 1995 que rompió el techo hasta entonces natural del mecha, al menos a efectos comerciales. Si el género constaba hasta entonces de producciones enfocadas primordialmente al público infantil y juvenil, Evangelion, desde su aparición una serie poco menos que de culto, demostró que los mechas servían también para crear elaboradas fantasías futuristas en las que abundaba la acción, pero también la filosofía y la preocupación estética.

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En Evangelion una organización paramilitar, NERV, protege a la Tierra de la ofensiva constante de unos monstruos gigantes –kaijus– que proceden de otra dimensión, recurriendo para ello a unos gigantescos mechas, los EVA, de teconología biomecánica y pilotados por adolescentes. Con toda seguridad esta serie es la fuente de la que bebe directamente la reciente Pacific Rim de Guillermo del Toro, que comparte con la serie algunos de sus puntos de partida: la acción transcurre en un futuro cercano, la segunda década del siglo XXI, y cinco años después del encuentro con el primer kaiju; el origen de los monstruos es alienígena, aunque fundamentalmente desconocido, y parte de una apertura interdimensional; y el protagonismo de la acción recae no en el propio mecha, sino en sus tripulantes.

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La película, eso sí, prescinde del desarrollo psicológico y filosófico que sí emprende Evangelion y se queda en la acción. Habrá que esperar a posteriores entregas, si las hay, para ver si Del Toro se aventura a conferirle más profundidad a su mundo apocalíptico.

Lo sabe cualquiera que haya seguido de niño alguna serie Super Sentai en televisión, por cierto mucha más gente de lo que sugiere su exótico nombre: al final de cualquier capítulo de Power Rangers o de Bioman –y esto son las series Super Sentai, aquellas en la que un escuadrón de coloridos guerreros futuristas se enfrenta al mal– el monstruo enemigo crecía hasta convertirse en un gigante y a los guerreros no les quedaba otra que invocar a sus mechas, robots de proporciones titánicas que pilotaban ellos mismos desde su interior para rematar la pelea a puñetazo limpio.

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