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¿Pobre niña rica? Patty Hearst, la hija del magnate que se convirtió en terrorista
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¿Pobre niña rica? Patty Hearst, la hija del magnate que se convirtió en terrorista

La escritora Lola Lafon analiza la compleja figura de la nieta del magnate americano Randolph Hearst para comprender su paso de niña rica a guerrillera revolucionaria

Foto: Foto: Patricia Hearst en 1974, tras unirse al SLA.
Foto: Patricia Hearst en 1974, tras unirse al SLA.

Cuando en 1973, Jan Erik Olsson intentó asaltar un Banco de Crédito en Suecia, no sospechaba que inventaría el síndrome de Estocolmo. Tras el cautiverio, varias de sus rehenes aseguraron que no habían sentido miedo en ningún momento y que incluso deseaban viajar por el mundo con sus raptores, una reacción psicológica tan fascinante que daría lugar a muchas películas y novelas de ficción posteriores.

Solo un poco después, el caso fue aún más impactante. Corría el año 74 y en el imperio de William Randolph Hearst aún no se ponía el sol, a pesar de todo. Habían pasado muchos años desde que ese ciudadano Kane real promoviera una guerra gracias a la propaganda; también había creado el amarillismo tal y como lo conocemos: si no había noticia no pasaba nada, ya se inventaría. El predecesor del clickbait ya había muerto, sí, pero también había dejado tras de sí una prole de herederos millonarios y despreocupados que representaban el ‘savoir faire’ más absoluto, como solo los ricos pueden hacerlo.

Lo que los Hearst no imaginaban por aquel entonces era que Patricia, nieta del magnate, acabaría acaparando portadas de todo el mundo por dos motivos: un rapto y un posterior robo. Sucedió un 4 de septiembre de 1974. América no pasaba por su mejor momento con la Guerra de Vietnam, la lucha por los Derechos Civiles, la pobreza y la recesión económica. Entre toda aquella amalgama de conceptos históricos había surgido el Ejercito Simbiótico de Liberación (SLA), un grupo de guerrilla urbana que luchaba por implantar la revolución socialista a nivel mundial. Sin duda se trata de uno de los grupos armados más singulares del siglo pasado, y quizá parte de su fama también tenga que ver con el rapto de Patricia, en un intento de extorsionar a Randolph Apperson Hearst, en otras palabras, su padre.

¿Quién era Patricia?¿una millonaria aburrida? ¿Una marxista peligrosa? ¿Una víctima del recientemente descubierto Síndrome de Estocolmo?

Los Hearst probablemente no esperaban que su querida hija acabara convirtiéndose en un miembro más del SLA. “Mamá, papá, estoy bien”, fueron las palabras registradas en el primer mensaje que les mandó. La familia no solo había donado una cuantiosa cantidad a los pobres, como el SLA les había ordenado, sino que la madre de Patricia ya se había puesto el traje de luto en memoria a la hija, solo por si acaso no la entregaban con vida. La sorpresa, como es natural, fue mayúscula cuando descubrieron que su pobre niña rica no solo estaba viva sino que también quería combatir en las filas del SLA por un mundo más justo. Ese mismo mundo que no entendía muy bien quién era o en qué se había convertido, ¿una millonaria aburrida que jugaba a terrorista? ¿Una marxista peligrosa? ¿Una víctima del recientemente descubierto Síndrome de Estocolmo? ¿Todo y nada a la vez?

De eso justamente habla la novela ‘Mercy, Mary, Patty’ de la escritora Lola Lafon y editada por La Caja Books, que ahonda en el complejo carácter y la apasionante figura de Patricia, que, como el fénix que renace, cambiaría posteriormente su nombre al de Tania. La pregunta se queda en el aire, y flota durante toda el libro ante los ojos del lector. ¿Tiene algo que ver el hecho de que la nieta de los Hearst, esa Paris Hilton convertida en revolucionaria libertadora, fuera mujer, blanca y rica, y por lo tanto presumiblemente frívola y apolítica, lo que llevó a todo el mundo a prejuzgar que había sido sometida a un lavado de cerebro?

Pobre niña rica

Lafon, sin decirlo en ningún momento explícitamente, nos lo susurra. De manera indirecta trata de hacernos entender que desde nuestro pobre esquema moral, basado en estamentos propios del medievo, creemos que los ricos solamente por serlo no pueden interesarse por los pobres. No es normal, definitivamente -pensamos- que una persona con todas las necesidades cubiertas decida que sus captores tienen la razón, frente a su familia. Menos aún que piense que merece la pena luchar o perder la vida por conseguir un mundo mejor. Otra cuestión, entonces, se alza por encima de la primera mientras pasamos las páginas del libro: ¿Y si los zombis manipulados somos nosotros, los enclaustrados en el sistema capitalista? ¿Los que no nos atrevemos a luchar por nada?

Lafon señala que el hecho de que Patricia fuera mujer, blanca y rica llevó a la gente a prejuzgar que había sido sometida a un lavado de cerebro

“Me gustaría empezar precisando que yo misma he escrito lo que voy a decir. Es lo que siento. Nunca me han obligado a decir nada en las cintas. No me han hecho ningún lavado de cerebro, no me han drogado, ni torturado, ni hipnotizado (…) he aprendido qué es el amor incondicional por aquellos y aquellas que me rodean, el amor que viene de la certeza de que nadie será libre hasta que todos seamos libres”. Es normal que Lafon, conocida por su activismo político en defensa del feminismo y del antifascismo, reivindique la figura de Patricia/Tania de la mano de dos personajes ficticios (Neveva, fuerte y dura, y Violaine, que se rebela contra su entorno al más puro estilo Amélie Nothomb en ‘Biografía del hambre’, mediante la anorexia) que defienden la capacidad de razocinio y de elección de la joven, frente a lo que, por aquel entonces, aseguraban los hombres de su vida. “Patricia es guapa, es razonablemente inteligente aunque no brillante, es una chica muy simple, sin opiniones políticas”, diría Steve, el que fue su novio en un programa de la televisión al que fue invitado, insistiendo en el hecho de que había sido sometida y convencida.

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Es Patricia, Patty, Tania, la luchadora que con rifle de asalto en la mano fue fotografiada durante un atraco a una de las sucursales del banco Hibernia. La que posteriormente, en el 76, sería sometida a juicio y enviada a prisión hasta el 79. La que citaba al Ché Guevara con su ‘Patria o muerte’ cuando se despedía de sus padres en las cartas, prometiéndoles que estaba bien. Es ella, igual que antes, en los siglos XVII y XVIII, también conmocionaron Mercy Short y Mary Jemison al separarse de sus familias blancas y abrazar a los nativos amerindios. Fueron ellas y nadie más. Mercy, Mary, Paty.

En la actualidad, Patricia Hearst tiene 61 años y hace unos años volvió a acaparar titulares al proclamarse vencedora en la exposición canina del Westminster Kennel Club en Nueva York, mostrando con orgullo a Rocket, un perro de raza Shih Tzu. Nada especialmente extravagante para una rica heredera que perteneció a un grupo terrorista y que también llegó a trabajar en películas de John Waters. Antes había sido heroína, guerrillera y quizá víctima del síndrome de Estocolmo pero siempre libre en sus elecciones, incluso estando presa. Sobre todo libre.

Cuando en 1973, Jan Erik Olsson intentó asaltar un Banco de Crédito en Suecia, no sospechaba que inventaría el síndrome de Estocolmo. Tras el cautiverio, varias de sus rehenes aseguraron que no habían sentido miedo en ningún momento y que incluso deseaban viajar por el mundo con sus raptores, una reacción psicológica tan fascinante que daría lugar a muchas películas y novelas de ficción posteriores.

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