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La paradoja del perreo: por qué pijos y pobres bailan mejor que la clase media
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La paradoja del perreo: por qué pijos y pobres bailan mejor que la clase media

¿Cómo es posible la grotesca disonancia cognitiva de cierto moderneo? Algunos oyentes conciben la música como fuente de disfrute físico y otros como base de estatus personal

Foto: Giorgio Moroder en acción. (EFE)
Giorgio Moroder en acción. (EFE)

Decenas de modernos madrileños abuchearon indignados al mítico Giorgio Moroder el pasado sábado. ¿Motivo de la ofensa? Se le había ocurrido pinchar 'Despacito' en su sesión del ciclo Las Noches del Botánico, donde se reúne el hipsterío de la capital para tomar el fresco y demostrar lo mucho que saben de “buena música”. Casi todos los comentarios de los detractores fueron lamentables. Pero hubo uno especialmente revelador: “Natural que le silbaran. Para poner 'Despacito' que se vaya a una discoteca”, espetó un treintañero.

Foto: Luis Fonsi. (Cordon Press)

Básicamente, es la frase más absurda de la historia del pop, ya que resulta imposible admirar a Moroder sin amar las discotecas. El alquimista sonoro italiano es el inventor de lo que cualquiera identificamos como sonido discotequero clásico, desde 'I Feel Love' (Donna Summer) hasta 'Call Me' (Blondie), pasando por el tema principal de 'Flashdance'. ¿Cómo es posible la grotesca disonancia cognitiva de cierto moderneo en pleno siglo XXI? La respuesta es que algunos oyentes conciben la música como fuente de disfrute físico y otros como base de estatus personal.

Clasismo pop

La mejor frase que he escuchado sobre este conflicto la dijo el veterano musicólogo Simon Firth, a quien tuve la suerte de entrevistar hace cuatro años: “El baile ha sido la puerta de entrada a la música para la mayoría de los seres humanos a lo largo de la historia. Todo el mundo quiere bailar, pero los supuestos especialistas en música estamos demasiado centrados en los discos y casi nada en los presuntos lugares de encuentro y relación. Seguramente el comienzo de este trágico malentendido está en los años setenta. Los defensores del rock, en un intento algo idiota de legitimación cultural, buscaron venderlo como ‘arte serio’, una experiencia que se disfruta sentado y en solitario. Esto es un disparate porque la mayor ventaja del rock y otras músicas populares es que están hechas para vivirlas en movimiento”.

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El Jueves

El razonamiento es cristalino, pero quien lo encuentre demasiado académico siempre puede recurrir a un reciente cómic de la revista El Jueves, titulado 'Seis motivos por los que tu odio al reguetón es cuñao' (aquí pueden leerla completa). Nunca me ha gustado la expresión “cuñao”, que denota superioridad cultural frente a quien la recibe, pero esta tira cómica me parece magistral, mucho más eficiente que la mayoría de análisis que hacemos los críticos musicales.

'Despacito' será crema

Si han leído la página de El Jueves, o al menos la viñeta que reproducimos, verán que algo tan inocente y natural como la música puede servir como pantalla donde proyectar un montón de sentimientos, muchas veces inconscientes: entre ellos, el clasismo, la represión sexual y la arrogancia colonial. Lo han demostrado, de manera muy sólida, intelectuales tan distintos como Edward Said y Raquel Z. Rivera, una de las coordinadoras del ensayo clásico 'Reggaetón' (Duke University Press, 2009), todavía no traducido al castellano. En realidad, cualquiera un poco avispado se puede dar cuenta de todo esto sin necesidad de leer el tercer año que sale de discotecas. Hay otro factor interesante: no es casualidad que la mayoría de términos que usamos para hablar de música popular sean tremendamente imprecisos.

No es casualidad que la mayoría de términos que usamos para hablar de música popular sean tremendamente imprecisos

Decimos que un grupo es “cool”, que una canción “mola” o que alguien hace “buena música”. El motivo de esta ambigüedad es que resulta muy cómoda para las élites culturales dominantes, los “enterados” de toda la vida. Nadie duda de que dentro de treinta años 'Despacito' será considerada una joya cultural para gourmets, como hoy lo son los mambos de Pérez Prado o 'El negro zumbón' de Xavier Cugat, temazos que en su tiempo fueron tan machacados y omnipresentes como lo es ahora Luis Fonsi. El problema es que los hipsters necesitan sentir que son ellos quienes escogen cuándo algo es “cool”, “trendy” o “procede” (otro palabro poco riguroso para legitimar contraseñas culturales). De hecho, la mayoría de “modernos” no había acudido al concierto por el poderío discotequero del sonido de Moroder, sino porque los endiosados Daft Punk le citan como influencia y han contribuido a convertirle en icono retrofuturista (enésimo término absurdo para darse pisto en ciertos círculos).

La paradoja del “perreo”

Uno de los momentos más divertidos de mi trayectoria profesional fue recibir una llamada de El País, diario donde casi nunca había colaborado, para encargarme un reportaje que nadie más quería escribir. Se trataba, nada menos, que de la portada del suplemento dominical, que habían decidido dedicar a la explosión del reguetón y el electrolatino. El director había agotado la lista de expertos musicales que tenía en la agenda y todos lo habían rechazado, unos por desconocimiento, otros por alergia a los ritmos bailables y otros por no mancharse con las “músicas vulgares”. ¿Por qué quería “El País” publicar un reportaje sobre algo que ninguna de sus firmas estaba dispuesta a escribir? “Bueno, ejem, es que hemos estado saliendo de noche por la terraza del hipódromo de la Zarzuela y nos ha flipado que los pijos estén bailando esta música todo el rato”, me confesó el director.

El reguetón, justamente, es un género que ha entrado por arriba y por abajo. Lo bailan los pobres que buscan divertirse a tope en el escaso tiempo libre que les queda después del duro tajo. También lo disfrutan a fondo los jóvenes ricos que no necesitan exhibir estatus porque ya lo hace su dinero por ellos. Quienes detestan el 'perreo', en realidad, son los que están en mitad de la escala social y tienen aspiraciones de ascender, temerosos de que alguien con capital cultural les señale como “paletos”, “cutres” o “chonis” .

Quienes detestan el 'perreo' son los que están en mitad de la escala social, con aspiraciones de ascender, y temen ser tachados de "paletos"

Todo esto ya ocurrió en los años setenta con la rumba de los barrios, que arrasaba igualmente en barrios humildes como Vallecas y en santuarios de ricachones como Puerto Banús. En realidad, la decisión de El País de analizar el reguetón fue un gesto muy valiente, que apenas ha seguido alguna revista cultural, musical o generalista. La lección que podemos extraer, en mi opinión, es que ya va siendo hora de dejarnos de chorradas culturetas para ponermos a bailar Maluma, J. Balvin y “Despacito” como si no hubiera un mañana, en vez de esperar a disfrutarlo en las residencias del Imserso de 2047, cuando nuestros nietos nos miren con envidia por haber tenido la suerte de vivir la época dorada del “perreo” latino.

Decenas de modernos madrileños abuchearon indignados al mítico Giorgio Moroder el pasado sábado. ¿Motivo de la ofensa? Se le había ocurrido pinchar 'Despacito' en su sesión del ciclo Las Noches del Botánico, donde se reúne el hipsterío de la capital para tomar el fresco y demostrar lo mucho que saben de “buena música”. Casi todos los comentarios de los detractores fueron lamentables. Pero hubo uno especialmente revelador: “Natural que le silbaran. Para poner 'Despacito' que se vaya a una discoteca”, espetó un treintañero.

Música Reggaeton
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