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¿Qué pintan Red Hot Chili Peppers en Benicàssim? El Marina d'Or del indie
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la derrota artística del fib

¿Qué pintan Red Hot Chili Peppers en Benicàssim? El Marina d'Or del indie

Los californianos, a pesar de encontrarse en horas bajas, son cabeza de cartel de un festival que cada vez mira más por la recaudación y que parece un parque temático para guiris

Foto: Los Red Hot Chili Peppers en una actuación en 2016. (Reuters)
Los Red Hot Chili Peppers en una actuación en 2016. (Reuters)

En los años noventa, los indies españoles odiábamos profundamente a Red Hot Chili Peppers. Nos parecían el arquetipo de surferos californianos sobrados y abusones que se llevaban a todas las chicas y humillaban a los empollones en el colegio. El pelotazo 'Give It Away' (1991), con su tono nasal y su estribillo machacón, espantaba a casi todos los que se consideraban gourmets musicales. Además sonaban a todo trapo en Los 40 Principales. Por eso, en gran parte, el grupo de Flea y Anthony Kiedis eran la última banda que aspiraba a ofrecer el Festival Internacional de Benicàssim a aquellos que pagaran sus entradas en sus inicios. Eran demasiado caros, pero es que a nadie se le pasaba por la cabeza que pudieran entrar en el cartel del FIB.

Tampoco hubo nunca interés en artistas afines como Jane’s Addiction, Primus, Fishbone, Tool y similares. Esto era Benicàssim, un festival indie con aspiraciones cool, no Lollapalooza, emblema de los rockeros freaks alternativos. Veinte años después, Red Hot Chili Peppers son cabezas de cartel (el sábado a las 23.15) en su peor momento creativo. Es algo que intuye hasta el propio grupo, que ya empieza a avisar de que se agotan con tanta gira mundial. Lo que cuesta negar es que la presencia de Red Hot Chili Peppers señala que el Festival Internacional de Benicàssim ha perdido por completo su esencia estética para centrarse en hacer caja. Es el signo de los tiempos, pero también una derrota artística en toda regla para el encuentro de Castellón.

Racismo cultural

Mi anécdota favorita sobre Red Hot Chili Peppers es un comentario que les hizo George Clinton, pionero del funk y productor de su disco ‘Freaky Styley’ (1985). Charlando en el estudio, les soltó una frase gloriosa frase, que condensa todo el racismo cultural de Estados Unidos: "Vosotros ganaréis un Grammy antes que yo". Por supuesto, su profecía se cumplió, ya que cualquier artista blanco tiene más impacto en Estados Unidos que su equivalente negro, en este caso Funkadelic, tótem mayor del género.

Repasar la trayectoria del grupo californiano en 2017 resulta desolador, debido a la mediocridad de sus álbumes

Ocurrió con Elvis Presley y el rock and roll, con Eminem y el hip-hop y con el superventas Michael Bolton si lo comparamos con la inmensa mayoría de los cantantes de soul. También sucede en nuestra época, en la que los disc-jockeys de EDM ingresan las decenas de millones de dólares al año, mucho más de lo que nunca vieron —ni de lejos— los artistas afroamericanos que inventaron el house de Chicago y el techno de Detroit. Repasar la trayectoria del grupo californiano en 2017 resulta desolador, debido a la mediocridad de sus álbumes. Obviamente, es una valoración personal, pero no minoritaria. Todo lo que tenían que decir cabe en la mitad de su grandes éxitos.

Pocos artistas tan longevos tienen peor media de canciones. Trabajos recientes como el doble ‘Stadium Arcadium’ (2006) son monumentos a la autocomplacencia rockera. "El disco despliega virtuosismo instrumental, arreglos lustrosos y desarrollos imprevisibles, pero debajo de esa arquitectura sónica que quita el aliento todo suena extrañamente vacío", opinó The Guardian. Los siguientes ‘I’m With You’ (2011) y ‘The Getaway’( 2016), especialmente el primero, recibieron las peores reseñas de su carrera, confirmando que la fuente está ya casi seca, incluso para cubrir el expediente.

No es de extrañar que David Bowie rechazara varias veces la oferta de trabajar con ellos como productor

No es de extrañar, como ellos mismos reconocen, que David Bowie rechazara varias veces la oferta de trabajar con ellos como productor. O que resulte complicadísimo encontrar artistas de altura que hagan una versión suya (quitando a All Saints) o les citen como influencia. Lo mismo le pasa a Lenny Kravitz, un superventas de largo recorrido, a quien se considera rock para gente a la que no gusta el rock.

McDonalds musical

¿Qué pintan Red Hot Chili Peppers en Benicàssim? Vender entradas. Eso y los intereses económicos del cuasimonopolio global Live Nation, dueño de la mayoría de las acciones del festival. Todo son facilidades para contratar a los grupos de su escudería. Los criterios empresariales se imponen a los artísticos. Las estructuras de la música en directo, especialmente en temporada de festivales, cada vez se acercan más a la lógica de los McDonalds. Lo importante es que circulen las bandas de moda anglosajonas y recaudar billetes. Resulta revelador que, tras más de dos décadas de festival, apenas hayan surgido bandas de pop-rock en Benicàssim y alrededores. Estamos ante un festival-espectáculo, totalmente desconectado de las escenas locales. De hecho, Low Cost y Arenal Sound han comido claramente la tostada a Benicàssim porque se han mostrado más atentos a grupos indies nacionales emergentes y más sensibles a las estrecheces económicas del público joven español.

Por contra, Benicàssim se enfocó claramente a atender las demandas de los cachorros de la clase media británica, mucho más solventes y con ganas de sol. Hace tiempo que, más que un festival, el FIB parece un parque temático de Benidorm o Marina D’ Or pensado para los fans de la revista popera cool New Musical Express. Tampoco sería justo echarle toda la culpa a Benicàssim de estas mutaciones. El festival solo es un síntoma, no la causa. El problema de fondo es la voracidad empresarial. También el espejismo de una "generación alternativa" que quería renovar el rock y terminó convertida en simple rueda de repuesto.

El festival solo es un síntoma, no la causa. El problema de fondo es la voracidad empresarial

Radiohead son una versión milennial del rock progresivo de Pink Floyd, Muse unos Queen góticos sin sentido del humor y The Killers unos Eagles del siglo XXI. El indie y el rock alternativo comenzaron como una expresión de malestar juvenil y terminaron siendo una versión descafeinada del rock de radiofórmula de los años setenta. ¿Cuáles son las consecuencias? Un festival a medida de guiris de vacaciones, bajo mando de los contables de Live Nation y que trata de manera lamentable a su personal, como explicamos en un reportaje el año pasado. ¿Qué queda aquí de indie, de alternativo?

En los años noventa, los indies españoles odiábamos profundamente a Red Hot Chili Peppers. Nos parecían el arquetipo de surferos californianos sobrados y abusones que se llevaban a todas las chicas y humillaban a los empollones en el colegio. El pelotazo 'Give It Away' (1991), con su tono nasal y su estribillo machacón, espantaba a casi todos los que se consideraban gourmets musicales. Además sonaban a todo trapo en Los 40 Principales. Por eso, en gran parte, el grupo de Flea y Anthony Kiedis eran la última banda que aspiraba a ofrecer el Festival Internacional de Benicàssim a aquellos que pagaran sus entradas en sus inicios. Eran demasiado caros, pero es que a nadie se le pasaba por la cabeza que pudieran entrar en el cartel del FIB.

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