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La gran invasión: historia secreta del turismo en Barcelona
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ANTES DE LA INVASIÓN

La gran invasión: historia secreta del turismo en Barcelona

El turismo antes del turismo. Crónica cultural de la influencia de los viajeros sobre la capital catalana

Foto: Viajeros bohemios en Barcelona (Josep Maria de Sagarra)
Viajeros bohemios en Barcelona (Josep Maria de Sagarra)

Primero llegaron los japoneses, obsesionados por la Sagrada Familia. Pasaron los Juegos Olímpicos, y a diferencia del pensamiento generalizado, el fenómeno se mantuvo más o menos estable hasta la irrupción de los italianos, tan obsesionados que hasta ambientaron en la princesa del Mediterráneo algunas películas más que prescindibles. Al cabo de unos años, ya entrados en nuestra centuria, la invasión se consolidó hasta convertir la Rambla en un parque temático surrealista con guiris orgullosos de lucir sombreros mexicanos mientras se asombraban ante un 'streaker' desnudo con el culo tatuado de verde.

Ahora la cosa, seamos claros, se ha ido de madre, hasta el punto de ser la principal preocupación de los barceloneses según la última encuesta municipal. Los turistas expulsan a los ciudadanos de sus barrios, repletos de realquileres y una picaresca que parecía poco catalana mientras en los dominios del Pijoaparte los vecinos se defienden impidiendo botellones masivos en las baterías antiaéreas del turó de la Rovira, enclave ideal para selfis y fotos fugaces, no como esos dineros que llenan tantas arcas y siempre llevarán consigo la polémica.

El paseo de Gracia se ha convertido en la avenida del se mira pero no se toca y la Rambla, otra vez ella, es intransitable para el aborigen de una urbe pequeña que aguanta cómo puede un boom destinado a quedarse entre promociones, intereses del capital privado y un sinfín de intereses que hasta han despojado del centro sus característicos negocios locales, sustituidos por vendedores de fundas de móviles.

Hubo un momento en que Barcelona vivió tranquila sin señores ataviados con calcetines y sandalias, esa inigualable combinación. En 1840 uno de sus primeros ilustres visitantes, Washington Irving, se sorprendió por no encontrar en la Rambla flamencas y toreros entre esa multitud interclasista que hasta hace bien poco caracterizaba su ambiente. Veinte años más tarde Hans Christian Andersen se alojó en el Hotel Oriente mientras la capital catalana se inundaba, extasiándose con los toros del desaparecido Torín de la Barceloneta y contemplaba a lo lejos el incipiente Eixample, en pañales tras el derribo de las murallas aprobado en 1854.

Washington Irving, se sorprendió por no encontrar en la Rambla flamencas y toreros entre esa multitud interclasista que hasta hace bien poco caracterizaba su ambiente

No fue hasta 1888 cuando las autoridades empezaron a preocuparse por el turismo. Barcelona siempre aprovechó acontecimientos internacionales para dar grandes saltos urbanísticos. El primero llegó con la Exposición Universal instalada en la antigua fortaleza de la Ciutadella, convertida en parque por obra y gracia del General Prim. El evento atrajo a muchos visitantes extranjeros y para acogerlos se requería construir un hotel. Se convocó un concurso y lo ganó Lluís Domènech i Montaner, quien edificó el establecimiento en 53 días, lo que le valió grandes elogios de la prensa local, entusiasmada por esa velocidad norteamericana.

Ubicó su obra en el paseo Marítimo, bien cerca de las instalaciones del evento. El Gran Hotel Internacional tenía un estilo entre medieval e internacional para erigirse en precursor del inminente Modernismo y mimetizarse con las tendencias más cosmopolitas del momento. Durante los meses del evento llenó sus trescientas habitaciones, pero la gran paradoja es que al cerrarse los fastos se derribó al no tener sentido mantener un inmueble de esas características porque la ciudad no esperaba otra avalancha de forasteros.

Anarcos y viajeros

Tras ese suspiro de gloria pasaron unas décadas sin noticias de Gurb. La caída de las colonias impulsó el Catalanismo y la anexión en 1897 de los pueblos de las cercanías aceleró un crecimiento urbano que bajo la decoración burguesa del Modernismo se ocultaba toda la pólvora del Anarquismo, aún hoy en día olvidado en guías y placas del nomenclátor.

La Primera Guerra Mundial resucitó la ilusión del turismo. La ciudad condal se llenó de espías, muchos artistas parisinos transformaron la colina de Vallcarca en una colonia bohemia y el puerto recibió dones perversos como la mandanga, así llamaban a la cocaína, el jazz o las modernísimas máquinas expendedoras.

Ese período bélico fue el preludio de la revolución francesa del barrio chino. Para la literatura del Hexágono los libros del inimitable Paul Morand, Joseph Kessel, Francis Carco o René Bizet sobre el rebautizado Raval son un modesto pie de página en su Historia, pero para la de Barcelona son el acta notarial de nacimiento de una tradición literaria. Henry de Montherlant se admiraba porque al llegar a la estación le vendían periódicos y no agua fresca, como en el resto de España. Bizet decía que en sus calles no se podía encontrar la piel de toro porque su textura era diferente por su indudable aire moderno entre prostitutas, homosexuales, perversión y locales legendarios como la Criolla, donde Julien Duvivier llevó a Jean Gabin en una mítica adaptación de la novela La bandera de Pierre MacOrlan, quizá el mejor cronista de esos alocados años veinte en que los burgueses del Eixample practicaban el turismo local en el Distrito V, como atestiguó Josep María de Sagarra en 'Vida Privada'.

Esa estela francesa no se apagó ni con la República ni la Guerra Civil. Lo atestiguan Jean Genet con su 'Diario del ladrón' y Pyere de Mandiargues con 'Le marge', novela que merecería una reedición en castellano al ser uno de los mejores relatos sobre el barrio chino durante el Franquismo, que asimismo tiene varias muestras de lo extraña que era para la ciudad la presencia extranjera.

placeholder Plaza Real en 1960
Plaza Real en 1960

El episodio más clamoroso ocurrió en las gélidas navidades de 1956. El 8 de enero Mulhand Chanrai, multimillonario indio de nacionalidad británica apareció muerto en la habitación 523 del Hotel Ritz, tan importante que al hablar de la noticia la prensa omitió mencionar su nombre.

En la estancia los investigadores encontraron un abrigo beige. En 'Impostura', Enrique Vila-Matas recuerda la Barcelona de su infancia gris y de una petulancia simbolizada por eso de usted no sabe con quién está hablando. Más allá de las frases lo importante eran los atuendos. Los españoles de los cincuenta vestían de negro, por lo que una prenda de otro color apuntaba claramente a un extranjero, lo que resultó decisivo para resolver el crimen.

Los policías visitaron con meticulosidad todos los hoteles de la capital catalana abrigo en mano a la búsqueda del propietario y dieron con él al cabo de pocos días. Pertenecía al austríaco Rudolf Dobnig, antiguo piloto de la Lutwaffe compinchado con su compatriota Sigfrid Neumann, conchabados en la muerte para vengar el impago de una deuda de Chanrai, con quien tenían, eso dijeron, un negocio de contrabando de fruta y langostas.

La Sexta flota

No podemos terminar este recorrido por Barcelona antes de la explosión turística sin recordar otro hecho luctuoso. A partir de 1951 la Rambla se animó con la presencia temporal de la Sexta flota norteamericana. Muchos locales se las ingeniaron para tener una doble carta de menú, las prostitutas hicieron su agosto y el Chino y sus aledaños reverdecieron viejos laureles que aún se evocan en locales con nombres estadounidense, como el Kentucky.

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Marines en el Barrio Chino

También resucito el Jazz, con el Jamboree de emblema en la plaza Real. En 1962 un grupo de músicos, desertores y profesores de idiomas atendieron a la idea de la joven María del Pilar Alfaro Velasco y se cebaron con el pobre empresario Francisco Rovirosa. Primero lo atracaron en su coche mientras el vecino de la chica avispada se las prometía felices con su fin de semana romántico camino de Montserrat. Las diez mil pesetas que sonsacaron no les resultaron suficientes y optaron por ir directamente a su negocio de lámparas en la calle Aragón esquina con Villarroel. El encargado del atraco fue el desertor James Wagner, quien tras pronunciar Todo dinero, las únicas palabras que conocía en nuestro idioma, se vio obligado a cargarse a su oponente para quedarse con el botín. Iba ciego de centraminas, algo normal porque por aquel entonces España era el país donde era más sencillo adquirir anfetaminas en el boticario.

El crimen, que casi provoca un conflicto diplomático de Franco con su imprescindible aliado, se llamó el de los existencialistas por la ignorancia de antaño y supuso el adiós de Barcelona de la cantante Gloria Stewart, otra musa caída en el pozo del olvido, como lo serían todas estas historias en la actualidad, donde más que anécdota la proliferación de nacionalidades se ha vuelto una molestia para el día a día. Los guiris usan autobuses públicos como si fueran turísticos para acceder al Park Güell y la simpatía curiosa de otrora se ha vuelto quiebra de la normalidad que merece ser regulada por el Municipio y el Gobierno central, pues de nada sirve la queja sin soluciones, de nada vale ser ciudadano si no sientes la tierra que pisas como tuya.

Primero llegaron los japoneses, obsesionados por la Sagrada Familia. Pasaron los Juegos Olímpicos, y a diferencia del pensamiento generalizado, el fenómeno se mantuvo más o menos estable hasta la irrupción de los italianos, tan obsesionados que hasta ambientaron en la princesa del Mediterráneo algunas películas más que prescindibles. Al cabo de unos años, ya entrados en nuestra centuria, la invasión se consolidó hasta convertir la Rambla en un parque temático surrealista con guiris orgullosos de lucir sombreros mexicanos mientras se asombraban ante un 'streaker' desnudo con el culo tatuado de verde.

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