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Pioneros del timo. Los músicos militares que se forraron con la SGAE
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Pioneros del timo. Los músicos militares que se forraron con la SGAE

En 1977 la SGAE expulsó a la sección musical, conocida como los tupamaros, por falsear las hojas de registro con canciones falsas o cuyos autores eran familiares. La historia se repite

Foto: La sede de la SGAE durante los registros en 2011 de la operación Saga (Efe)
La sede de la SGAE durante los registros en 2011 de la operación Saga (Efe)

En 100 millones de euros ha cifrado el juez de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, el fraude de la rueda de las televisiones de la SGAE. Una práctica conocida dentro de la sociedad, especialmente desde que en 2013 Antón Reixa la denunciara y señalara a 11 implicados y su modus operandi, y culpable de buena parte de sus enconadas guerras internas. Pero la rueda no es algo nuevo en la SGAE. Echar la vista a su historia (y a la hemeroteca) es un auténtico dèjá vu porque la rueda del siglo XXI no es más que una copia 2.0 de la original de los años setenta. Músicos militares, hojas de registro falsas, autores que no existen y un grupo selecto de personas que se hace de oro. ¿Les suena?

Lo que seguro no les suena es una canción llamada 'El grillo amarillo' y quiénes eran los tupamaros. España está estrenando democracia y en la SGAE, aún heredera de los privilegios intocables concedidos por el franquismo, muchos de los que hoy sigue disfrutando, las trifulcas internas están a la orden del día. En 1977 se convoca una Junta General extraordinaria para aprobar unos nuevos estatutos que renueven la entidad y acabar con una práctica corrupta llamada la rueda que al menos llevaba una década operando. "Se destituyó a toda la sección musical responsable de la estafa de la rueda y convocó elecciones urgentemente", recuerdan Ainara LeGardón y David García Aristegui en el imprescindible 'SGAE: El monopolio en decadencia' (Consonni). Curiosidad: en esas elecciones entró por primera vez ostentando un cargo Eduardo 'Teddy' Bautista.

En 200 millones de pesetas anuales se tasó esta estafa inspiradora de la que hoy copa las portadas. En esa época, al grupo de músicos que mandaban en la SGAE se les conocía como los tupamaros. Antón Reixa en su carta 'Viva la música' (de 2013) recuerdaba que gran parte de ellos eran músicos militares que combinaban su trabajo con actuaciones en orquestas y verbenas. 'El grillo amarillo' era la canción que más recaudaba en esos años pero, escribía el entonces presidente de la sociedad, "no se conoce musicólogo ni incluso oído humano que puedan acreditar las virtudes de tal obra. Muy fácil. 'El grillo amarillo' era un título más de los cientos que los “tupamaros” manejaban en una perversa “rueda” de hojas programa cruzadas como declaración de obras “ejecutadas” (sic) por las múltiples orquestas de las que formaban parte. Por supuesto, estas piezas musicales no eran realmente interpretadas y esa recaudación así atribuida restaba (incluso podía anular) ingresos de derechos de autor que, en justicia, corresponderían al reconocible repertorio de música popular española que engrosa el imaginario colectivo de aquel tiempo".

Foto: Tarot nocturno televisivo.

Misma mecánica cinco décadas antes. Los derechos de ejecución (por tocar o reproducir una obra) se cobraban acorde a una hoja de registro (que hoy se conoce como de variedades) en las que se apuntaban los títulos y autores de las canciones que sonaban cada día en un concierto o en una discoteca. Todo era tan fácil como colocar un disco 'random' con esas canciones de grillos amarillos, firmadas por los mismos autores o incluso sus familiares, en la cabina de un DJ, apuntarlas tras una actuación/sesión y empezar a cobrar. Así lo explicaba 'El País' en 1977 en una noticia que informaba de la apertura de una inspección del Ministerio de Educación por el caso:

"Una de las formas de conseguir ese falseamiento consiste en la grabación y prensaje particular de un tema propio (por lo general muy deficiente y que en ningún caso puede ser éxito, ya que no está a la venta). Con su disco debajo del brazo, se presentan en la discoteca y le preguntan al disc-jockey si le permite colocarlo en sus estanterías, a lo cual éste raramente se niega (le da lo mismo, no lo va a programar en ningún caso). A la hora de rellenar la hoja de programación, el hombre se ofrece gentilmente a tomar sobre sí ese trabajo, y sin más incluye en ella no sólo las canciones que realmente suenan, sino también las suyas. El tinglado es casi perfecto y estos señores, a los que se les puede discutir su creatividad, pero no su ingenio, se embolsan sin mayor dificultad esos doscientos millones de pesetas".

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Y señalaba a los propios estatutos de la entidad como los posibilitadores de esta práctica dado que, igual que ahora, en la SGAE a mayor recaudación, más votos y más poder en los órganos de gobierno. "La respuesta se encierra en los mismos estatutos de la SGAE. Según ellos, por cada 500.000 pesetas que ingresa un autor, este recibe un voto en su sección hasta un total de 25. Para conseguir más votos, lo único que hace falta es poner canciones a nombre de la mujer, hijos, primos y tíos, algo también permitido en dichos estatutos. De esta forma se llegan a dominar las juntas generales de la sección e incluso de la SGAE, hecho favorecido por el absentismo de casi todos los compositores".

Cuando explota este caso, con la inspección estatal de por medio, la sociedad echa a todo este colectivo agrupado en la sección musical. "Los recientes estatutos definieron una nueva forma de gestión colectiva y sentaron las bases del futuro de la entidad. Se produjo también el primer intento serio de lavado de imagen", dicen los autores del ensayo, pero a la vista está que no sirvió de mucho.

Lo decía el entonces director de la SGAE, Emilio Martinez, a 'El País' en 1983. "Nosotros estamos totalmente tranquilos [habla de una denuncia en el Senado por una presuntamente irregular distribución de los derechos de autor] porque hemos logrado terminar con la corrupción y que casos como aquel se vuelvan a repetir. Las audiciones en discotecas son controladas por el instituto Gallup, por medio de una muestra de sondeo que se realiza en las discotecas de las grandes ciudades. Antes había que fiarse de unas hojas de papel firmadas por los propios beneficiarios, de forma que, al final, gente totalmente desconocida cobraba más dinero que los cantantes más famosos e importantes, tanto españoles como extranjeros".

Si antes ese grupo que se lucró gracias a la rueda ostentaba buena parte del poder, ahora la televisión es la mayor fuente de recaudación de la entidad. La historia en la SGAE se repite prácticamente calcada y hasta, ironías de la vida, con el mismo nombre. Como explican LeGardón y García Aristegui en su ensayo "es escalofriante que las luchas internas, la falta de democracia y las corruptelas en el seno de la entidad sigan indicando que sin una profunda reforma estructural SGAE no será capaz de limpiar su imagen y superar este momento de su historia (una vez más)".

En 100 millones de euros ha cifrado el juez de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, el fraude de la rueda de las televisiones de la SGAE. Una práctica conocida dentro de la sociedad, especialmente desde que en 2013 Antón Reixa la denunciara y señalara a 11 implicados y su modus operandi, y culpable de buena parte de sus enconadas guerras internas. Pero la rueda no es algo nuevo en la SGAE. Echar la vista a su historia (y a la hemeroteca) es un auténtico dèjá vu porque la rueda del siglo XXI no es más que una copia 2.0 de la original de los años setenta. Músicos militares, hojas de registro falsas, autores que no existen y un grupo selecto de personas que se hace de oro. ¿Les suena?

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