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El peor ensayo del año y las tres cosas valiosas que podemos aprender con él
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'pretenciosidad'

El peor ensayo del año y las tres cosas valiosas que podemos aprender con él

Por qué el aclamado nuevo libro de Dan Fox es arrogante e insustancial, aunque contenga tres lecciones importantes sobre cultura contemporánea

Foto: Asistentes al festival Sónar en Barcelona en 2016. (EFE)
Asistentes al festival Sónar en Barcelona en 2016. (EFE)

Atentos a este fragmento de la contraportada, tan extremo que no sabes si reírte o preocuparte por el autor: “Lo pretencioso ha demostrado ser una forma de expresión útil y necesaria. La tesis de Fox defiende que acusar a los demás de elitismo es el último refugio de los mediocres, que la igualación del talento va en contra del progreso, y que debería haber en nuestra cultura una defensa abierta de quienes, simplemente siendo diferentes y creyéndose especiales, hacen de nuestra sociedad un lugar mejor”.

Hablamos, claro, de 'Pretenciosidad'. Por qué es importante' (Alpha Decay), panfleto de moda escrito por Dan Fox, coeditor de la revista Frieze, colaborador de los museos más cool de Occidente y conferenciante en el Royal College of Art, la Tate Britain y la universidad de Cornell. A juzgar por el texto, estamos ante un esnob profesional, que no solo defiende su postura sino que aspira a hacer prosélitos y convertir su actitud en militancia.

Ensayista chic

Al terminar la lectura del texto, conciso y contundente, abro una página al azar en busca de subrayados. Aparece esto: “Lo que nos cuesta aceptar es que la cultura no tendría color si no fuera por la pretensión. Sería como el beis sin vida sin las tiendas Gap. Las puertas de la imaginación quedarían cerradas a cal y canto por miedo a encontrar tras ellas algo que quebrantase el consenso sobre qué es un acto creativo aceptable, qué es un bar aceptable al que ir a tomar una copa y cuáles son unos zapatos aceptables para ir a trabajar”. No me lo invento, de verdad, pueden encontrarlo en la página 136, en plena recta final del libro, dedicada a las conclusiones.

Si algún día a Fox le va mal como académico, puede reciclarse en columnista de Vanity Fair o en personal shopper de Imelda Marcos

Si algún día a Fox le va mal como académico especializado en estética moderna, siempre puede reciclarse en columnista de Vanity Fair o en personal shopper de Imelda Marcos. Pero, por extraño que parezca, este libro arrogante e insustancial contiene tres lecciones importantes sobre cultura contemporánea. Intentaré explicarlas incluyendo las respuestas de Fox, que concedió una entrevista a El Confidencial.

La cultura como cajero automático

Primera lección: el pensamiento dominante prefiere no articular demasiado su discurso, ya que así es más complicado de cuestionar. Lo comprobamos hace poco, cuando media España tuvo un ataque de risa (o de pánico) al leer las propuestas culturales de Susana Díaz durante las primaras. La líder andaluza concibe las artes como un cebo para atraer de turistas de alto standing. El problema fue su torpeza al expresarlo, ya que la inmensa mayoría de los proyectos actuales se basan en esas mismas premisas, desde la llamada “marca Barcelona” (Sónar, Macba, gentrificación de la zona del puerto…) hasta la disneyficación hípster de Málaga (Pompidou, Picasso, mural de Obey en el Soho de la ciudad), pasando por el célebre y exitoso “efecto Guggenheim”. Lo que proponía Susana Díaz es la norma hace décadas. Fox no defiende explícitamente la gentrificación, pero sí vertebra el discurso que la sostiene.

La pretenciosidad es el tono habitual de la prensa cultural, desde Carlos del Amor a la mayoría de los locutores de Radio 3, pasando por las conferencias de comisarios de museos (la izquierda posmoderna, pretenciosa a su manera, opta por estetizar los conflictos políticos, por medio de alianzas con museos 'cool', como bien saben en Lavapiés, entre otros lugares). Esta defensa del esnobismo es la norma también fuera de nuestras fronteras: por algo el libro de Fox ha recibido trato preferente en 'The Guardian', portada entusiasta en el suplemento “Culturas” de La Vanguardia y un puesto entre cien de mejores libros de 2016, según el 'New York Times'. Al más puro estilo Rajoy, el mensaje del texto es “sin complejos: somos unos putos estirados y no sentimos vergüenza ninguna, sino más bien orgullo”. Arriba los corazones.

Ignorar a los clásicos

Segunda lección: cuando tu tesis es la dominante en los medios de comunicación, no hace falta debatir con quienes mantienen posturas contrarias, por prestigiosas que sean. Basta con ignorar a tus adversarios. Dan Fox pasa olímpicamente de citar ‘Chavs: la demonización de la clase obrera’ (2011), un reciente superventas internacional que mantiene una postura incompatible con la suya, debatiendo conflictos similares. También ignora a gigantes de la crítica cultural antielitista como John Berger, Terry Eagleton y Eric Hobsbawm, que firmaron textos clásicos sobre este asunto. Fox sí cita dos libros esenciales y contrarios a su enfoque: ‘La conquista de lo cool’ (Thomas Frank) y ‘La distinción’ (Pierre Bourdieu), pero tan de pasada que ni siquiera entra a confrontar sus conclusiones.

Imaginen un directo de Nirvana donde no sonara 'Smells like teen spirit' o que Luis Fonsi decida no interpretar 'Despacito' este verano

¿Se puede escribir un ensayo pasando de todos los autores que han argumentado contra tus premisas? “No creo en las referencias políticamente correctas. Lo que me planteas es como salir de un concierto y quejarte de que no han tocado las canciones que te gustan”, replica. Aceptando su analogía, imaginen acudir a un directo de Nirvana donde no hubieran tocado 'Smells like teen spirit' o que Luis Fonsi decida no interprete 'Despacito' en el tour de este verano. La palabra “pretencioso” se quedaría corta. Hablando más en serio, es como si un marxista pretendiese hacer crítica del sistema político actual sin entrar a dialogar con textos de Milton Friedman, Karl Popper y Francis Fukuyama.

Una historia valiosa

Tercera lección: hasta la tesis más delirantes suele tener parte de razón. En las respuestas a la entrevista, así como en algunos pasajes del libro, Fox destaca historias que todos hemos presenciado en en nuestra vida cotidiana. “Una de las cartas más emotivas que recibí tras la publicación del libro fue la de un chico que creció en el sur de Londres, dentro de una modesta familia de migrantes caribeños. Hoy es ingeniero de telecomunicaciones y escribe poesía, pero no se atreve a hablar de su afición a hacer versos porque teme que sus compañeros de trabajo le acusen de pretencioso. Muchas veces, cuando a alguien le emociona el arte, preferimos hacer suposiciones y juicios despectivos sobre su vida antes que conocerla con detalle”, apunta. Totalmente de acuerdo. Desde mi punto de vista, este es el enfoque que da valor al texto, por lo demás un elogio de la vida hipster, la creatividad como justificación de la desigualdad económica y someternos a los valores estéticos de las élites culturales del siglo XXI.

David Bowie o barbarie

Incluso cuando Fox defiende posturas sensatas, que ocurre con frecuencia, nunca llega a convencer que ser pretencioso sea un ingrediente crucial para alcanzarlas. El sociólogo Richard Sennett, autor de ‘El artesano’ (2008), podría abogar por exactamente lo mismo basándose en la modestia, la constancia y la humildad. Resulta demencial dar más peso cultural a David Bowie que a la red de bibliotecas (cuyo “defecto”, supongo, radica en su falta de pretenciosidad). Fox tiene razón al señalar el desprestigio injustificado que sufre la cultura. En parte tiene que ver con la brutal desconexión entre el mundo artístico y los conflictos sociales (que su texto ignora), en parte también con el progresivo embrutecimiento de nuestro sistema social (que su texto señala). Por eso no carece totalmente de valor este arrogante panfleto pop de 172 páginas, casi todas bastante entretenidas.

Atentos a este fragmento de la contraportada, tan extremo que no sabes si reírte o preocuparte por el autor: “Lo pretencioso ha demostrado ser una forma de expresión útil y necesaria. La tesis de Fox defiende que acusar a los demás de elitismo es el último refugio de los mediocres, que la igualación del talento va en contra del progreso, y que debería haber en nuestra cultura una defensa abierta de quienes, simplemente siendo diferentes y creyéndose especiales, hacen de nuestra sociedad un lugar mejor”.

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