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"Lenin convirtió el sueño igualitario de la revolución rusa en una pesadilla"
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julián casanova publica 'la venganza de los siervos'

"Lenin convirtió el sueño igualitario de la revolución rusa en una pesadilla"

El historiador español recoge en su último libro las últimas investigaciones sobre la gran insurrección que acabó con los zares de Rusia en el centenario de los hechos de 1917

Foto: Lenin regresa del exilio a la Estación de Finlandia el 3 de abril de 1917: comienza la Revolución Rusa
Lenin regresa del exilio a la Estación de Finlandia el 3 de abril de 1917: comienza la Revolución Rusa

Si buscamos en el Diario de Luis XVI la anotación del 14 de julio de 1789, el día en que los parisinos tomaron la Bastilla desencadenando así el proceso que acabaría con la cabeza del monarca en un cesto, sólo encontramos una palabra: "Nada". Algo más de un siglo después, el 26 de febrero de 1917, Nicolás II, zar de todas las Rusias, escribía en una carta a la zarina Alejandra Fiódorovna -mientras los muertos se amontonaban en las calles de Petrogrado- que había ido a misa, tomado el té y jugado al dominó por la tarde. "He despachado ya aquí todos los asuntos importantes. Duerme bien". Una semana después, el 2 de marzo, tuvo que abdicar. Un año más tarde era ejecutado junto a toda su familia.

Foto: Imagen clásica del zar Nicolás II con su familia coloreada por la artista Olga Shirnina

Las revoluciones maridan bien con los gobernantes ineptos pero no son su ingrediente principal. En el caldo de la Revolución Rusa que este año celebra su centenario podemos apreciar también el sabor de la vanguardia oportuna, de la guerra y de siglos de servidumbre campesina. En realidad, y frente al dictamen de la historiografía clásica, no tuvo lugar una sola revolución rusa sino un "caleidoscopio de revoluciones". Es la tesis que defiende Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) en su último libro, 'La venganza de los siervos. Rusia 1917', una narración sintética y vibrante de aquellos días que estremecieron al mundo.

"Lo que yo hago", explica Casanova "es recoger el concepto de la revolución como caleidoscopio de revoluciones que se inicia en 1914 con la Primera Guerra Mundial. La revolución de febrero de 1917 no sólo acaba con el zar sino que provoca las primeras grandes protestas y movilizaciones campesinas, obreras, de soldados y marinos armados. Se desata un hervidero de poderes". El historiador incorpora a su obra los grandes debates de los últimos años sobre género, religión, cultura y no sólo ideología política. Una visión que no reniega de lo sustancial de la historiografía soviética pero la amplía porque, por sí sola, no sirve para explicar "aquel mundo complejo sin visiones en blanco y negro y con personajes con más aristas de las que nos pensamos. Pero el gran protagonista sin duda alguna es el campesinado".

PREGUNTA. Y de ahí supongo viene el título del libro, ‘La venganza de los siervos’, cita del príncipe Lvov, el que fuera jefe del primer gobierno provisional. Porque en realidad la servidumbre ya había sido abolida en 1881.

RESPUESTA. Sí, pero es que el concepto de siervo que utiliza Lvov es más amplio. Él es un terrateniente que reconoce en una reflexión majestuosa que sabe tanto de sus campesinos como del África Central. Y luego cuando se ve obligado a irse por el descontrol en el campo y le deja el gobierno a Kérenski afirma: “Esto es la venganza de los siervos”. Y es una venganza en dos partes: primero por lo injustos que los propietarios habían sido con los campesinos y después por no haber sabido ser como los “aristócratas británicos”, como se lamenta también Lvov. Que en el fondo alude a la pregunta fundamental: “¿por qué no hemos sido capaces de organizar una democracia a la occidental en Rusia?”

P. El centenario de la revolución ha desatado toda una oleada editorial. Casi cada semana llega a las librerías un nuevo libro sobre 1917.

R. Sí, como el de Richard Pipes, que es un libro publicado hace 26 años en el momento triunfal del liberalismo cuando la URSS se está ya hundiendo y lo que dice es: “hemos ganado”. El tiempo ya no es el mismo aunque a algunos les sigue valiendo. Usar a Pipes para el estudio de la Revolución Rusa es como quien para estudiar la Guerra Civil Española echa mano de Stanley Payne. El libro de Pipes estuvo hace tiempo bien considerado, pero en los últimos años él ha mantenido una actitud a la defensiva frente a la nueva historiografía, la ha despreciado… en fin, está mejor visto en los medios de comunicación que entre los historiadores. Es mucho más atractivo el de Orlando Figes. También el de Fitzpatrick. Y va a salir el de Rex A. Wade en octubre que sí que es una monografía de las nuevas aunque no hace lo que yo planteo.

P. Los campesinos forman las filas de la revolución pero su dirección es otra. En el relato de los precedentes me interesa especialmente lo que dice citando a Figes de la 'intelligentsia', esa élite intelectual minúscula y radicalizada que tuvo un papel crucial en los hechos de 1917, tan obsesionada a emular las ideas occidentales como desconectada de ellas. ¿La revolución rusa estuvo impulsada por una dinámica de secta?

R. Hay dos lecturas. La que hacen historiadores liberales como Pipes que dibuja una 'intelligentsia' ajena a todo, imbuida del marxismo revolucionario y maquiavélica que sólo piensa en el poder. Esa visión la comparten hoy los conservadores, si Rajoy leyera algo, la defendería. Y luego hay una interpretación más compleja. Efectivamente, no vamos a ser más tan ingenuos de pensar que todo explota con la guerra y negar así una preparación previa por parte de centristas y radicales. Pero esa 'intelligentsia' radical es una mezcla de muchas cosas. ¿Qué hubiera pasado de no mediar la guerra mundial?

P. ¿Sin guerra mundial hoy seguiría reinando un zar en el trono de Rusia?

R. Posiblemente no, no hubiera sido capaz de ensanchar la base política. Pero no se habría producido aquella quiebra total, aquella desacralización absoluta.

P. La figura del zar es tremenda. Desde el mismo arranque del libro relata cómo el monarca no se enteró de nada hasta casi el instante de su súbita abdicación. El esbozo que realiza de Nicolas II es dramático: ¿fue el gobernante más inepto posible en el peor momento posible?

R. Sin duda. Su mismo padre lo habría manejado mejor. El asunto no es tanto la ineficacia sino el desprecio, la incapacidad que demuestra para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo como podemos leer en las cartas que se intercambia con la zarina. La quiebra de autoridad necesita una falta de comprensión y eso es exactamente lo que le ocurre al monarca que, además, entró en la guerra de la menor manera posible. Lenin lo advierte bien cuando dice, en una cita que recojo en el libro: “me parece que esta guerra nos va a venir muy bien”.

El Lenin que conquista el poder después de darse cuenta de que hay que parar la guerra, es un Lenin que politiza la guerra y militariza la política

P. Lenin era un experto en el viejo arte del cuanto peor, mejor.

R. Sí, todo lo que sea agudizar las crisis ha sido tradicionalmente buscado por los movimientos revolucionarios. Ahora, el Lenin que conquista el poder después de darse cuenta de que hay que parar la guerra, es un Lenin que politiza la guerra y militariza la política.

P. ¿Esa es la clave del éxito de unos bolcheviques que, a fin de cuentas, representaban a una minoría de la revolución?

R. Esa es la clave del éxito inicial. Pero hay tres claves más. La primera es que después de la Asamblea Constituyente empieza una guerra civil y los bolcheviques cuentan con la ventaja de que los blancos son pocos y mal organizados. La segunda es que los que pueden oponerse desde dentro de la propia revolución, social revolucionarios o mencheviques que contaban con mayor base social, no se atreven a hacerlo para no ser confundidos con los blancos. Y tercero y muy importante es la causalidad: ganan la guerra Inglaterra y Francia. Si la hubiera ganado Alemania habrían invadido inmediatamente Rusia.

P. ¿La figura de Trotski es tan esencial en los acontecimientos como siempre se ha señalado?

R. Sí, en dos sentidos. La historia no la hacen los grandes hombres pero, en las coyunturas extraordinarias, es muy importante quién está ahí. El primer gran hallazgo de Trotski es darse cuenta de que el poder no debe tomarlo el partido bolchevique sino los soviets. Y el segundo es darse cuenta de que sin un ejército rojo no se podría triunfar. Y de que el ejército rojo había que organizarlo bien, haciéndose con los mejores oficiales del ejército del zar. Lo que desmitifica por cierto la visión del Ejército Rojo como un ejército popular, era un ejército levantado con los mejores profesionales a los que se les ofrecen los privilegios de un ascenso rápido.

El supuesto golpe de estado no existe porque el poder tampoco existe. Kérenski no tenía ni gente armada que lo defendiera

P. Se suele citar octubre del 17 como una revolución contra una autocracia cuando el zar había abdicado ya en febrero y Rusia vivía en una democracia por muy frágil que ésta fuera presidida por cierto por un socialista: Kérenski. ¿Aquello fue una revolución o un golpe de estado?

R. Lo que vienen a decir los historiadores de los últimos años es que el supuesto golpe de estado no existe porque el poder en ese momento sencillamente tampoco existe. Vaya, que Kérenski por no tener no tenía ni gente armada que lo defendiera. Sus cuatro cosacos ni siquiera pueden acceder al Palacio de Invierno en octubre. Pero es que además, que tenga lugar un golpe de estado como defiende Pipes no significa que todo estuviera prefigurado en la mente de alguien. La toma del Palacio de Invierno es sin lugar a dudas la toma del poder pero también la plasmación concreta de todo ese caleidoscopio de revoluciones. El verdadero golpe de mano llega después, cuando los bolcheviques deciden disolver la Asamblea y los compañeros de viaje… pues dejan de serlo. A partir de ahí se desarrolla un proceso lento y gradual dirigido por Lenin que liquida no sólo a los enemigos previstos sino también a los imprevistos. Y es esa necesidad de liquidar a los enemigos imprevistos, que son muchos y muy fuertes, lo que permite el tránsito de la violencia a lo que Hanna Arendt llama el Terror.

P. ¿Entonces la culpa del terror totalitario que asoló el país no sólo se le puede adjudicar a Stalin sino que estaba ya presente con Lenin?

R. Sí. Pero luego habrá un factor que lo radicalizará todo que será el ascenso del fascismo. También las democracias se radicalizaron y derechizaron con el fascismo. No podemos seguir beatificando a Lenin en cualquier caso, pensar que toda la culpa fue de una traición a la revolución por parte de Stalin. Esa es una visión tranquilizadora para los revolucionarios de izquierdas.

No podemos seguir beatificando a Lenin, pensar que toda la culpa fue de una traición a la revolución de Stalin. Esa es una visión tranquilizadora

P. ¿Qué opina de la admiración que han profesado públicamente hacia la revolución rusa actores de la llamada nueva política española como Pablo Iglesias y otros miembros de Podemos?

R. A los historiadores nos hacen preguntas a veces del tipo: ¿quién fue tu héroe? Mi héroe de la Revolución Rusa no sería Lenin. Lenin es un personaje que vive fuera de la realidad durante mucho tiempo y que, al mismo tiempo, la interpreta mucho mejor que el resto durante unos meses cruciales. Él está en el momento justo para consolidar el paso de un sueño igualitario a una pesadilla.

P. ¿Lo que ocurre en Estados Unidos y Europa en los últimos años, con el auge de movimientos extremistas, tiene un paralelismo en la Europa de Entreguerras?

R. Yo creo que hay ecos, rimas, pero el escenario es muy diferente. Ahora no hay paramilitarismo ni una sociedad civil tan débil como entonces. El sistema no se quiebra porque la gente discuta en el Parlamento.

Si buscamos en el Diario de Luis XVI la anotación del 14 de julio de 1789, el día en que los parisinos tomaron la Bastilla desencadenando así el proceso que acabaría con la cabeza del monarca en un cesto, sólo encontramos una palabra: "Nada". Algo más de un siglo después, el 26 de febrero de 1917, Nicolás II, zar de todas las Rusias, escribía en una carta a la zarina Alejandra Fiódorovna -mientras los muertos se amontonaban en las calles de Petrogrado- que había ido a misa, tomado el té y jugado al dominó por la tarde. "He despachado ya aquí todos los asuntos importantes. Duerme bien". Una semana después, el 2 de marzo, tuvo que abdicar. Un año más tarde era ejecutado junto a toda su familia.

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