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¿Por qué Random House paga un dineral por Ediciones B? El catálogo de una generación
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adquirida por 40 millones

¿Por qué Random House paga un dineral por Ediciones B? El catálogo de una generación

La clave de la operación que revoluciona el sector editorial español está en el legendario fondo de Bruguera, el mítico sello nacido en los cuarenta, con 'Mortadelo' y 'El capitán Trueno' como banderas

Foto: 'A sangre y fuego': primer número de 'El capitán Trueno'.
'A sangre y fuego': primer número de 'El capitán Trueno'.

Años cuarenta. Bruguera, una pequeña editorial vinculada a la izquierda anarquista y republicana, olfatea enseguida las posibilidades comerciales de los tebeos infantiles en una España de posguerra. Era el sello responsable de 'Las hermanas Gilda', 'Carpanta' y 'Mortadelo y Filemón', "y sus trabajadores estaban muy conectados con la izquierda —catalana sobre todo—; algunos estuvieron en campos de concentración y volvieron, o lucharon en la Guerra Civil en el bando republicano", como cuenta Pablo Vicente (Madrid, 1988), autor de 'Auge y caída de una historieta' (Editorial Léeme, 2016), en donde repasaba el devenir del tebeo español desde su época de esplendor en los años cuarenta, cincuenta y sesenta hasta su declive, ya en los años ochenta.

[Galería: Aquella infancia de 'El Capitán Trueno'...]

Es precisamente el fondo del mítico y extinto sello Bruguera, referencia indiscutible del cómic infantil español, lo que explica la generosa cifra de 40 millones de euros pagada por Penguin Random House para hacerse con Ediciones B, la joya de la corona del grupo Zeta.

Foto: Francisco Ibáñez, durante la presentación en 2016 de su última entrega de 'Mortadelo y Filemón', la serie estrella de cómics de Ediciones B. (EFE)

En 1915 se publicaba por primera vez 'Dominguín', "un pliego de 45x64 centímetros doblado por la mitad con una historia diferente y a color en cada una de las cuatro páginas", quizás el primer cómic español, que lamentablemente no logró pasar de las 20 entregas. Dos años después, sin embargo, aparecía la revista 'TBO', una publicación de ocho páginas con viñetas a dos tintas y textos al pie, que costaba cinco céntimos de peseta y que fue un absoluto éxito comercial. "En 1920, tenía una tirada de 39.000 ejemplares y en 1935 alcanzó los 220.000, en un país donde solo alrededor de la mitad de la población sabía leer".

En 1920, 'TBO' tenía una tirada de 39.000 ejemplares y en 1935 alcanzó los 220.000, en un país donde solo la mitad de la población sabía leer

El olfato de Juan Bruguera Teixidó, fundador en 1910 de la editorial El Gato Negro —que publicaba folletines de teatro, colecciones de chistes, divulgación y poesía—, le hizo volver la nariz hacia las revistas infantiles y en 1921 creó 'Pulgarcito', que con sus cómics, curiosidades, pasatiempos y concursos llegó a tener una tirada de hasta 50.000 ejemplares. Y aunque sus publicaciones estuviesen dirigidas mayoritariamente al público más joven, desde los comienzos se pudo entrever si Bruguera Teixidó cojeaba de la pierna derecha... o de la izquierda.

"Debido a que el dictador Miguel Primo de Rivera consideraba el separatismo como una de las mayores amenazas del país, en su primera semana en el poder ordenó la prohibición del uso de la lengua, himno y bandera de esta región en actos oficiales". Bruguera, en una aparente "respuesta a la represión que estaba llevando el nuevo Gobierno", "se embarcó en la publicación de 'Signoret' (1924-1928), que además de estar escrita en catalán, también reivindicaba la cultura catalana".

Pero en esta época turbulenta, hacer proselitismo, incluso —o sobre todo— en las publicaciones juveniles era el pan de cada día. Como ejemplo, "la agresividad panfletaria de las revistas 'Flechas' (1936-37), de orientación falangista; 'Pelayos' (1936-38), de orientación carlista, o la unión de estas dos, 'Flechas y Pelayos' (1939-49), [...] que exaltaban la violencia y el odio en unas historietas en las que los propios niños iban al frente a matar rojos, separatistas y antiespañoles. Ni en 'TBO' ni en EL Gato Negro llegarían a publicar bocadillos equivalentes a estos: '¿Para qué tendré que estudiar, si para matar rojos, que es lo que yo quiero, no se necesita?' [número 52 de 'Pelayos'] o 'Tengo sed de robar y asesinar. Por algo soy rojo' [número 25 de 'Pelayos']", relata Vicente en su libro.

Hay vida después de la guerra

En 1940, la editorial El Gato Negro se refunda como Bruguera; aunque había sido afín a la República, Francisco Bruguera —hijo de Juan— consigue permisos de publicación y redirige su contenido hacia el humor, retomando la cabecera de 'Pulgarcito'. "Las historietas intrascendentes dejaron paso a la caricatura costumbrista de la realidad de aquellos años, exagerada con episodios de violencia extrema (golpes y porrazos que se llevan al límite de la muerte) y un nuevo lenguaje alambicado, culto y añejo, que despertaba la sonrisa con palabras como prosapia, ebúrneo, apolíneo, defuncionarse o percebe", relata Vicente.

Bruguera se especializó en humor, porque cuando intentó hacer aventuras no le fue muy bien; su primer éxito fue 'El capitán Trueno'

"Yo diría que Rafael González [director artístico y coordinador del departamento de tebeos de Bruguera en su época de máximo esplendor] tenía una visión muy crítica de la sociedad, y seguramente esa mirada crítica suavizada con el humor, con los chistecitos, sorteaba la censura y conectaba muy bien con el gran público", prosigue. "Bruguera se especializó en humor, porque cuando intentó hacer aventuras no le fue muy bien; consiguen su primer éxito en este registro con 'El capitán Trueno', cuando la editorial ya tiene muchísimos años y la competencia le come el terreno con 'Roberto Alcázar y Pedrín' y 'El Guerrero del Antifaz', que tuvieron mucho éxito, pero para nada comparable al de 'Mortadelo".

En esta época dorada del cómic español, Bruguera supo captar talentos entre dibujantes con experiencia —como Josep Escobar, creador de 'Zipi y Zape' y de 'Carpanta'— y neófitos inexpertos, como Gustavo Martínez Gómez —más conocido como Martz-Schmidt, cabeza pensante de 'El profesor Tragacanto'—, Manuel Vázquez ('Heliodoro hipotenuso', 'Las hermanas Gilda'), "un autor divertido y carismático, rápido e inteligente, que podría haberse convertido en el dibujante más icónico de Bruguera si no se hubiese saboteado a sí mismo", o un barbilampiño Francisco Ibáñez, que empezó a dibujar con 21 años, y que —¿recuerdan 'El botones Sacarino'?— comenzó su andadura profesional como botones en un banco.

Bajo la aparente inocuidad de las viñetas juveniles de humor, dibujantes como Conti, Vázquez, José Escobar Saliente, Schmidt o Cifré retrataron de modo hiperbólico a una sociedad magullada y pobre recién salida de la Guerra Civil. "Hay que fijarse que, en los tebeos de los comienzos, el hambre no solo lo tiene Carpanta, que es el personaje que se ha mantenido, sino que casi todos los personajes de cómic de la posguerra pasaban penurias: Doña Urraca y Don Pío, por ejemplo, se quejaban siembre del hambre que tenían".

Una retranca que se mantiene en las décadas posteriores y que Francisco Ibáñez ha sabido explotar hasta hoy: su cómic 'El tesorero' (2015), que enfrenta a Mortadelo y Filemón con Bárcenas, fue un 'bombazo' editorial. "Un ejemplo genial es '13, rue del Percebe'; el tendero es un ejemplo buenísimo de cómo un tío que tiene un poco de poder sobre otra persona hace todo lo posible por fastidiar al comprador, que tiene que aceptar lo que hay. Es el fuerte el que hace todo lo posible por fastidiar al débil", explica Vicente. Y eso sin pasar por el moroso, el ladrón, la cotilla de turno y el inquilino jeta.

'El capitán Trueno' y el principio del fin

"Al principio iba a ser otro cuadernillo del montón, pero el cómic que marcaría la diferencia para Bruguera sería 'El capitán Trueno', [...] que llegaría a alcanzar los 350.000 ejemplares en un solo número", relata Vicent. "Un comunista y un maestro represaliado", Víctor Mora y Miguel Ambrosio 'Ambrós', serían los artífices de la magia. Dejando de lado el humor, Bruguera se metía de lleno en el género de aventuras. "La premisa del primer cuadernillo de 1956 no parecía nada del otro mundo: un caballero español, el capitán Trueno, luchaba en la cruzada del siglo XII junto a Ricardo Corazón de León para recuperar Palestina: con él viajaban dos leales compañeros, el hambriento [de nuevo] y forzudo Goliath y el adolescente Crispín". En vez de ponerse solemnes, Mora —que acabó inscrito en el PSUC y exiliado en Francia— y Ambrós decidieron construir un héroe "desenfadado y con sentido del humor, que trataba a sus compañeros no como siervos, sino como iguales".

En 1963, Mora abandonó España. "Era imposible para mí tener una actividad política en aquella situación de persecución y vigilancia constante", se quejaba. Según Vicente, "en los cuadernillos que escribía, si el capitán Trueno no se dedicaba a derrocar tiranos que habían arrebatado el poder a sus legítimos depositarios, entonces es que estaba desenmascarando a farsantes que se aprovechaban de las supersticiones de los más ingenuos".

Cinco años después se cancelaría 'El capitán Trueno' —dos años después de 'Jabato'—, aquejado de una infantilización que despojó al cómic de las tradicionales aventuras y, sobre todo, de sus lectores. Bruguera cambiaba de línea editorial, lo que supondría el principio de su fin. "Atrás quedaban el ácido retrato social del 'Pulgarcito' de 1946 y las luchas libertarias del capitán Trueno en 1956. Los 10 años que se interponían hasta la llegada de la democracia fueron los de una editorial tan enfocada en la producción que aceptó la domesticación del Régimen para no poner en peligro su estructura industrial".

En 1986, Bruguera cerraba sus puertas absorbida por Ediciones B, del Grupo Z, tras una transacción en la que se pagó un precio "simbólico"

En los comienzos de los años ochenta, la editorial ya se arrastraba moribunda. Una serie de malas decisiones empresariales, su alejamiento de la cultura popular y el descenso de su facturación pusieron a Bruguera en la picota. El 7 de junio de 1982, la editorial entraba en suspensión de pagos; acumulaba una deuda de 3.909 millones de pesetas. Comenzaron los despidos, las huelgas y las manifestaciones. OITEBSA, el sindicato mayoritario de la empresa, de raíces anarquistas, exigía la dimisión de Joaquín Miñano, el entonces director editorial.

En 1986, Bruguera cerraba sus puertas definitivamente, absorbida por Ediciones B, propiedad del Grupo Z, tras una transacción en la que se pagó un precio "que debió de ser simbólico". Y hoy Random House, propiedad de la multinacional alemana Bertelsmann, se ha hecho con ese goloso tesoro editorial que ocupa un lugar en el corazón de varias generaciones de españoles.

Años cuarenta. Bruguera, una pequeña editorial vinculada a la izquierda anarquista y republicana, olfatea enseguida las posibilidades comerciales de los tebeos infantiles en una España de posguerra. Era el sello responsable de 'Las hermanas Gilda', 'Carpanta' y 'Mortadelo y Filemón', "y sus trabajadores estaban muy conectados con la izquierda —catalana sobre todo—; algunos estuvieron en campos de concentración y volvieron, o lucharon en la Guerra Civil en el bando republicano", como cuenta Pablo Vicente (Madrid, 1988), autor de 'Auge y caída de una historieta' (Editorial Léeme, 2016), en donde repasaba el devenir del tebeo español desde su época de esplendor en los años cuarenta, cincuenta y sesenta hasta su declive, ya en los años ochenta.

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