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Roberto Canessa: "No sobrevivimos solo por comernos a los muertos"
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La verdadera historia de '¡viven!'

Roberto Canessa: "No sobrevivimos solo por comernos a los muertos"

Salió vivo de uno de los más celebres accidentes de la historia de la aviación para convertirse en un respetado cardiólogo. Ahora lo cuenta en un libro

Foto: Roberto Canessa, en los Andes tras el accidente.
Roberto Canessa, en los Andes tras el accidente.

Usted, como todo el mundo, cree conocer esta historia, una historia trágica y heroica, dramática y esperanzadora, de muerte y vida, a vida o muerte. Pero, como uno de sus principales protagonistas advierte, no es cierto. Le contaron hace ya mucho la increíble peripecia de aquellos chavales de un equipo de rugby uruguayo cuyo avión se estrelló en los Andes y ha visto probablemente una superproducción cinematográfica en la que se muestra cómo lograron sobrevivir en la nieve comiéndose a sus compañeros muertos. Pero esa es solo la capa más superficial de la historia. Lo importante es lo que pensaron aquellos chicos, lo que verdaderamente sintieron abandonados en un lugar tremendamente hostil durante más de dos meses, qué azar los decidió a jugársela y salvarse atravesando una de las cordilleras más salvajes del mundo sin medios, como nadie había hecho antes. Y cómo todo aquello condicionó radicalmente el resto de sus vidas.

Roberto Canessa es uno de los 16 supervivientes del Fairchild 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que chocó contra la cordillera andina el 13 de octubre de 1972 con su pasaje formado por jugadores e hinchas del club de rugby Old Christians. Sobrevivió a un alud devastador y él y su amigo Fernando Parrado fueron precisamente los que se aventuraron en la montaña sin ningún tipo de equipo y en condiciones climáticas imposibles y lograron contactar con aquellos que ya los daban por muertos. Canessa se convertiría más tarde en uno de los mejores cardiólogos del mundo, especializado en detectar, y curar, terribles cardiopatías en niños nonatos y recién nacidos. Él cree que de alguna forma una cosa le llevó a la otra y así lo cuenta en su libro 'Tenía que sobrevivir' (Alrevés, 2017), firmado junto al escritor Pablo Vierci.

Cuando me encuentro con Canessa y Vierci en un hotel de Madrid, me cuentan cómo han trabajado este libro durante 10 largos años, sosteniendo un diálogo lento y profundo a modo de psicoterapia en el que los recuerdos y emociones menos evidentes de Roberto, y también los de sus familiares y pacientes, se desprendieron de la pátina del tiempo y afloraron a la superficice. "La biografía es el pretexto para contar una gran historia que conectaba lo ocurrido con la experiencia profesional posterior de Roberto", explica Vierci.

Y prosigue Canessa: "Todos conocíamos la narrativa de los hechos pero no teníamos una elaboración de cada uno de los supervivientes entendidos como un estudio sobre nuestro comportamiento, un experimento único, más allá de la pasión y de las tristezas en el que 16 personas diferentes sobreviven con 16 maneras diferentes de sobrevivir. Eso te programa mentalmente en una manera de vivir la vida. Y te va condicionando. Yo llego a mi casa y en la casa de al lado mi amigo ya no está porque murió a mi lado. El mundo sigue y mis hijos irán al colegio con los sobrinos de los que murieron. Y eso también te condiciona en la manera de trabajar. Te hace entender que trabajar con la vida y la muerte puede ser una manera de vivir. Y así acabé curando a niños que estaban tan desvalidos como yo en la cordillera y que necesitaban que los ayudasen a sobrevivir. Y ayudar también a sus madres para que sus hijos sobreviviesen. Y hay muchas similitudes entre la actitud que yo tenía en la montaña y la actitud que pueden tener esas madres respecto a sus hijos.

PREGUNTA. Arranca el libro relatando cómo examina el corazón dañado de un bebé nonato y, al momento siguiente, está mirando a través de la ventana del fuselaje del avión que el 13 de octubre de 1972 se estrenó en el Valle de las Lágrimas de los Andes con 45 pasajeros. Usted entonces tenía 19 años y en su libro da a entender que aquella experiencia le cambió la vida y le obligó como médico a no resignarse ante las cardiopatías aparentemente más insalvables. ¿Pero sobrevivir a aquel accidente cambió su forma de ser o, más bien, gracias a su forma de ser sobrevivió a aquel accidente?

RESPUESTA. Yo creo que afirmó mi forma de ser, de ver los problemas y buscar unas soluciones que a veces no son las que la comunidad acepta sino más personales. Cuando le decía de niño a mi madre que quería ir a la luna, ella me respondía: “¿Pero qué ropa vas a llevar?”. Y eso es lo mismo que sucede en el libro. Que te rebelas ante un niño aún vivo que en otros lugares sobrevive pero no en tu país, y en lugar de discutir con la política y pretender que el mundo cambie, al igual que esperábamos cuando estábamos en el avión que llegaran helicópteros a rescatarnos, tratas de rescatarte a ti mismo. El ser humano tiene que cambiar su actitud y, en lugar de quejarse, buscar qué puede él cambiar en la sociedad. Porque si espera a que lo hagan los políticos… A los políticos no les interesa cambiar nada sino que los voten.

El accidente afirmó mi forma de ser, de ver los problemas y buscar unas soluciones que a veces no son las que la comunidad acepta

P. Describe sus dudas a la hora de emprender aquella caminata imposible que le llevó a atravesar los Andes y que a la postre salvaría a aquel puñado de supervivientes. Se trataba de su última oportunidad y había que iniciarla en el momento justo. ¿Pero fue su habilidad o más bien la suerte lo que le salvó la vida?

R. Hay una máxima que dice “cuanto más practico, más suerte tengo”. A la suerte se la acompaña. Yo he buscado siempre más bien la intuición, esa mezcla de conocimiento y de pasión que te permite de pronto saber: “Este es el momento de salir a caminar por la nieve, este es el momento de operar al niño”. Salimos a la nieve en un punto de inflexión, el tiempo estaba mejor, ya no había tantas tormentas de nieve como las que habían hecho fracasar las primeras expediciones. Y además teníamos más fuerzas después de empezar a comernos a nuestros compañeros muertos.

P. Relata cómo a su hijo Hilario se le acercaron cuando tenía cuatro años unos compañeros y le dijeron: “¿Sabías que tu padre se comió a sus amigos?”. Y él les respondió con total naturalidad: “Sí, vengan y les cuento cómo fue”. Usted explica que es un simplismo decir: "Ustedes fueron los que se salvaron porque se comieron a los muertos”.

R. Es un simplismo porque si solo nos hubiéramos comido a los muertos, los muertos habríamos sido nosotros cuando los muertos se hubieran acabado. Gracias a comernos a los muertos pudimos esperar, pudimos recobrar energías para andar, pero si no nos hubiéramos echado a andar a través de los Andes, no hubiera servido de nada.

Es verdad que comernos a nuestros amigos generó asombro cuando se supo, pero fue el mismo asombro que sentimos nosotros al hacerlo

P. Por cierto que afirma que rompieron un tabú y relaciona ese manejo del cuerpo muerto con los trasplantes...

R. Sí, es lo que llamo la muerte productiva o lo que Pablo Vierci llama en el libro, más poéticamente, la muerte generosa. Como cuando un niño muere y sus órganos pueden salvar la vida de otra persona y así la familia del fallecido, de alguna forma, lo mantiene con vida en otra persona. Y algunos padres de los compañeros que murieron en los Andes me dijeron algo parecido: "Mi hijo no está, pero algo de él queda en ti". Es verdad que lo que hicimos generó asombro cuando se supo, pero era el mismo asombro que nosotros habíamos sentido al hacerlo. Era un tabú que había que vencer.

P. Además, eran todos muy religiosos...

R. Bueno, la religión es la principal proclamadora de la antropofagia: "Tomad y comed porque este es mi cuerpo y esta es mi sangre".

P. Antes citaba el experimento sociológico que supuso encontrarse en una situación tan crítica como la que vivieron. ¿Qué aprendió de la naturaleza humana en aquella montaña?

R. El ser humano en la adversidad se purifica y mejora, y en la fortuna se perturba y empobrece. El lujo de pelearse podemos tenerlo ahora, pero no en la montaña: porque después de pelearte con alguien tenías que dormir abrazado a esa persona. En aquella empresa no podías echar a nadie porque no tenías reposición... Y los insumos eran los propios operarios. Aquel proyecto de vida había que llevarlo a cabo con quienes estaban allí, vivos o muertos.

El lujo de pelearse podemos tenerlo ahora, pero no en la montaña: porque después de pelearte con alguien tenías que dormir abrazado a él

P. Pero desasosiega un poco pensar que solo sacamos lo mejor de nosotros mismos en momentos desagradables, ¿no? Nos obligaría a desconfiar de nuestras sociedades opulentas...

R. ¿Desconfiar? ¡Son terribles!

P. ¿Sí? Pero vivimos también muchos más años y mucho más sanos. Usted, por ejemplo, salva gracias a la ciencia y la técnica a niños que antaño no se habrían podido salvar.

R. Sí, pero nos quejamos mucho y tenemos que ser mucho más agradecidos, que no se te caiga el avión para darte cuenta, como bien dices, de todo lo que tenemos. Sin duda la humanidad no tiene más camino que crecer... si entre medias no terminamos matándonos entre nosotros por no tener un enemigo común que nos una.

P. De hecho, los llamados populismos actuales parecen buscar exactamente eso, enemigos comunes imaginarios que nos unan, como los refugiados, etc.

R. Yo más que populista creo que este es un momento de tensión 'opulista', porque ya tenemos para comer y para dormir.

P. Su historia ha sido contada ya muchas veces e inspiró '¡Viven!', una película de éxito. ¿Qué le pareció? ¿Qué cree que retrata mejor y cuál su error más garrafal?

R. ¡Es una película muy graciosa! Reacción 1: se salvaron porque se comieron a los muertos. Reacción 2: ¿fue tan terrible o está un poco exagerado lo que les pasó a ustedes? Y yo contesto: ¡es Disney! La gente cree que sabe todo lo que ocurrió por haber visto la película. Pero no puedes saber lo que pasó en el 'Titanic' porque viste una película, y con esto pasa igual.

P. Trabaja como cardiólogo que trata las más violentas cardiopatías en niños muy pequeños. Usted es el ejemplo extremo de una situación pesimista, dice en el libro su hija. Cuando la gente normal dice "no, esto es imposible", Canessa responde "sí, es posible". ¿En ocasiones la medicina se muestra demasiado acomodada?

R. Sí, se ha acomodado, dice "este niño no puede vivir" sin intentar otras cosas. ¿No puede vivir? ¿Por qué no? Ayúdalo a vivir y que decida él. Y cuando lo logre, ese niño con medio corazón demostrará tener más corazón que un adulto que lo tiene completo. Es el 'antibullying' más poderoso que hay.

P. Pero sabe que hay críticos que advierten de que cuando hacemos eso damos falsas esperanzas para problemas que tienen muy pocas posibilidades de solución.

R. Yo les digo a los padres: su hijo tiene el 99% de posibilidades de morirse y un 1% de posibilidades de vivir. Y yo estoy del lado de ese 1%.

Usted, como todo el mundo, cree conocer esta historia, una historia trágica y heroica, dramática y esperanzadora, de muerte y vida, a vida o muerte. Pero, como uno de sus principales protagonistas advierte, no es cierto. Le contaron hace ya mucho la increíble peripecia de aquellos chavales de un equipo de rugby uruguayo cuyo avión se estrelló en los Andes y ha visto probablemente una superproducción cinematográfica en la que se muestra cómo lograron sobrevivir en la nieve comiéndose a sus compañeros muertos. Pero esa es solo la capa más superficial de la historia. Lo importante es lo que pensaron aquellos chicos, lo que verdaderamente sintieron abandonados en un lugar tremendamente hostil durante más de dos meses, qué azar los decidió a jugársela y salvarse atravesando una de las cordilleras más salvajes del mundo sin medios, como nadie había hecho antes. Y cómo todo aquello condicionó radicalmente el resto de sus vidas.

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