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El 'best seller' sorpresa sobre la tarea más 'tediosa' del mundo: ver crecer la hierba
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entrevista a hope jahren

El 'best seller' sorpresa sobre la tarea más 'tediosa' del mundo: ver crecer la hierba

La geobióloga estadounidense, una de las 100 personas más influyentes según ‘Time’, analiza las claves de sus memorias en el festival Kosmopolis

Foto: Hope Jahren (Erica Morrow/Paidós)
Hope Jahren (Erica Morrow/Paidós)

Frase típica para describir una actividad tediosa: es más aburrido que ver crecer la hierba. Y ahora una duda: ¿será buena idea pronunciar dicha frase delante de geobióloga Hope Jahren? ... Y es que, Jahren (Austin, Texas, 1969) se ha convertido en una heroína de la divulgación científica con un ensayo -‘La memoria secreta de las hojas’ (Paidós, 2017)- dedicado a desmentir dicha afirmación: ver crecer la hierba es algo apasionante, encerrarse días y noches en una laboratorio para analizar los secretos profundos de un cactus es lo más de lo más, denunciar el atropello humano contra la vida vegetal es justo y necesario, viene a decir Jahren en este inesperado ‘best seller’ internacional en el que mezcla con soltura (periodística) biografía, ensayo y empatía, en otra nueva demostración de lo mucho que se ha sofisticado la divulgación ensayística en los últimos años.

“Solo con los tablones [de madera] empleados en EEUU a lo largo de las últimas dos décadas se podría construir un puente desde la Tierra hasta Marte”, escribe Jahren, que pinta un panorama ecológico negro si no viramos el rumbo en algún momento: “Nuestro mundo se está desmoronando en silencio. La civilización humana ha reducido las plantas -una forma de vida de 400 millones de años- a tres cosas: alimento, medicina y madera. En nuestra implacable y cada vez más intensa obsesión por obtener más volumen, potencia y variedad de esas tres cosas, hemos devastado los sistemas ecológicos vegetales hasta un extremo que millones de años de desastres naturales no pudieron alcanzar. Las carreteras se han multiplicado como un hongo desenfrenado., y los interminables kilómetros de cunetas que las flanquean sirven de apresurada tumba a tal vez millones de especies de plantas extinguidas en nombre del progreso… Si continuamos talando árboles a este ritmo, en menos de seiscientos años habrá quedado reducido a un tocón hasta el último árbol del planeta. Mi trabajo va de asegurarse de que quede alguna prueba de que a alguien le preocupaba la gran tragedia que tenía lugar en nuestra era”.

Jahren, una de las 100 personas más influyentes del mundo según ‘Time’ y ganadora de tres premios Fulbright en geobiología, está en Barcelona para participar en Kosmopolis, festival literario organizado por el CCCB. Hablamos con ella de ciencia, vida... y Donald Trump.

PREGUNTA. En el libro mezcla dos objetos de estudio: la naturaleza y usted misma. ¿Qué aprendió sobre su vida que no supiera mientras estudiaba las plantas?

RESPUESTA. Escribí el libro para dar sentido a mi vida. Había pasado por muchos trabajos, laboratorios y ciudades diferentes, hasta había formado una familia, pero treinta años después nada parecía tener sentido... hasta que me puse a escribir sobre una parte de mi experiencia que merecía la pena compartir. Lo hice de un modo honesto y sencillo, aunque buscaba explicar asuntos complejos. El resultado del libro es que mi vida ya no es un caos porque por fin tiene una introducción, un nudo y un desenlace.

Consejo: todo el mundo debería escribir la historia de su vida porque ayuda a entender quién eres y todas las cosas que nos pasan y cuyo significado tardamos mucho tiempo en comprender. Dicho lo cual: ni en mis mejores sueños hubiera podido imaginar que el libro iba a interesar a tanta gente en tantos países diferentes.

P. “Es más aburrido que ver crecer la hierba”. Presumo que no debe sentirse muy identificada con esta popular frase hecha...

R. No, presume bien (risas). En efecto, hay mucha gente que no quiere pasar su vida viendo crecer la hierba. Querer hacerlo es algo que se lleva dentro. He pasado veinte años viendo las plantas crecer; por algún motivo, es algo que no solo me parece tolerable, sino que me encanta. Pero mi trabajo no es lograr que la gente vea crecer la hierba, sino compartir mis conocimientos. Durante la mayor parte de mi vida me dediqué a observar, ahora me dedico a compartir.

P. Ha criticado con dureza los recortes de Donald Trump. Dice que son un “ataque a la cultura del compartir, la cultura de la curiosidad y la cultura de los cuidados”. ¿Por qué?

Los recortes de Trump en ciencia, educación y cultura buscan que perdamos la esperanza

R. Si analizamos las partidas en las que se ha recortado -ciencia, artes, legislación medioambiental...- vemos que son una parte pequeña del pastel, muy lejos de las cantidades gastadas en defensa o infraestructuras, como si Trump estuviera mandando un mensaje a los críticos con el gasto público; en plan: me tomo el tema de gastar menos en serio y estoy cambiando todo de arriba abajo, aunque no sea así en realidad.

Se recorta en partidas que, por un lado, reflejan nuestra identidad como país: enviamos gente a la Luna, nos interesan las artes, damos de desayunar a los niños en los colegios, etc; y en las que, por otro lado, nunca hemos invertido demasiado, entonces, ¿por qué recortar donde ya se gastaba poco? Quizá porque lo poco que se gastaba hasta ahora era una promesa de futuro, la esperanza de que algún día se invirtiera en serio en ciencia, en educación o en sanidad gratuita. Así que liquidar esta semilla de futuro tiene un alto significado simbólico, como si Trump quisiera que perdamos la esperanza y nos rindamos, lo que sería algo terrible y peligroso.

P. El año pasado escribió un artículo en el ‘New York Times’ sobre discriminación y acoso sexual en el mundo científico que dio mucho que hablar. ¿Le hace falta una sacudida feminista a la ciencia?

R. Muchas veces no somos conscientes de que los científicos son humanos. Yo escribo sobre cómo la ciencia puede ayudarte a realizarte como ser humano, porque te da alegría, amor y crecimiento personal, pero existe otro lado de la ciencia relacionado con las imperfecciones humanas. Nuestra sociedad se ha construido sobre un mecanismo cultural artificial: la desigualdad entre hombres y mujeres. Con todos los efectos perniciosos que uno pueda imaginar: violencia de género, dificultades de las mujeres para conciliar, desigualdad salarial, etc... La lucha de las mujeres encuentra por ello un reflejo en la ciencia. El hecho de que haya hablado de estos temas me ha convertido en una figura... chocante. ¿Por qué creemos que la ciencia está por encima de todas estas cosas?

P. Deduzco de sus palabras que su artículo no fue bien digerido por un sector de la comunidad científica...

R. No hay nada que duela y ofenda más que la verdad. Lo peor de todo es la hipocresía: no puedo aceptar que artículos así causen sorpresa porque todas las mujeres que conozco están familiarizadas con esta dinámica entre profesores (hombres) y alumnas. No tengo el poder para cambiar esto, pero creo que cualquier solución empieza por poder hablar de ello abiertamente.

Frase típica para describir una actividad tediosa: es más aburrido que ver crecer la hierba. Y ahora una duda: ¿será buena idea pronunciar dicha frase delante de geobióloga Hope Jahren? ... Y es que, Jahren (Austin, Texas, 1969) se ha convertido en una heroína de la divulgación científica con un ensayo -‘La memoria secreta de las hojas’ (Paidós, 2017)- dedicado a desmentir dicha afirmación: ver crecer la hierba es algo apasionante, encerrarse días y noches en una laboratorio para analizar los secretos profundos de un cactus es lo más de lo más, denunciar el atropello humano contra la vida vegetal es justo y necesario, viene a decir Jahren en este inesperado ‘best seller’ internacional en el que mezcla con soltura (periodística) biografía, ensayo y empatía, en otra nueva demostración de lo mucho que se ha sofisticado la divulgación ensayística en los últimos años.

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