Es noticia
12 escritores, 12 drogas: el gran colocón literario
  1. Cultura
Demipage publica 'drogadictos'

12 escritores, 12 drogas: el gran colocón literario

Una docena de escritores españoles y latinoamericanos se apuntan a un proyecto inédito: elegir una sustancia y escribir una historia, algunos incluso, su propia historia

Foto: Ilustración de Jean-Francois Martin para 'Drogadictos'
Ilustración de Jean-Francois Martin para 'Drogadictos'

Philip K. Dick declaró en una entrevista a Rolling Stones que todas sus novelas sin excepción las había escrito bajo los efectos del 'speed'. William S. Burrouhgs se chutó heroína durante décadas. A Tennessee Williams lo encontraron muerto rodeado de papeles, pastillas y con dos botellas de vino abiertas sobre su mesilla en una suite del Elysée, un pequeño hotel a tiro de piedra de Broadway, en Nueva York. El informe del forense determinó que se había atragantado con el tapón de plástico de una botella de colirio que solía colocarse bajo la lengua cuando se aplicaba el líquido en los ojos. Esta autopsia fue rectificada más tarde: el cuerpo de Tennessee guardaba restos del barbitúrico fenobarbital y sus amigos sospecharon que la historia del tapón era en realidad una tapadera para ocultar el colofón final a una vida desnortada por el alcohol y las drogas.

Foto: El doctor Theodor Morell (a la izquierda, detrás de su paciente, Adolf Hitler)

Se ha escrito mucho sobre las relaciones entre los escritores y sus adicciones, acerca de las conexiones entre las fuentes de la creatividad y el uso y abuso de sustancias psicoactivas. Pero no es ese el motivo que irradia una propuesta editorial como 'Drogadictos', la inédita antología para la que el sello Demipage ha convocado, a modo de ebrio calendario, a doce narradores españoles y latinoamericanos actuales. "Creo que hemos logrado un libro increíble", explica el editor David Villanueva, "un acercamiento despojado de moralina a través de doce historias y que evita el enfoque a través de la música o de la apología de las drogas de la Generación Beatnik, etc., que venía siendo lo habitual".

Hace una década Villanueva se topó con un ejemplar de 'Les drogues', de la escritora francesa maldita Marise Querlin (1903-1985), en una librería de viejo de Buenos Aires. El libro contenía unas historias mitad crónicas, mitad relatos de ficción con personajes situados en las Antillas francesas que luego poblarían las novelas de Malraux o Cendrars. En ambientes acaudalados, aristocráticos, que recuerdan casi sin querer a algunos relatos de Scott Fitzgerald pululan médicos que no quieren dar recetas, abogados morfinómanos, industriales cuarentones anfetamínicos, camellos farmaceúticos, camellos de salón de hotel, cocainómanos y cocainómanas vistos como leprosos con "un tinte moralista brutal".

"Al leerlo", recuerda el editor, "me horroricé por esa moral de vieja Francia que interpretaba el asunto como quien crea un hospital para enfermos asociales y que habría que recluir siempre que se rezara un Ave María por estas pobres almas descarriadas; pero al mismo tiempo me vi sumergido por esos personajes vacíos y sufrientes que intentaban ocultar sus miserias bajo sus trajes de lino en hoteles lujosos caribeños, coches descapotables con muertos al volante. Aquello era una joya antropológica".

Escritores desnudos

David Villanueva supo que quería hacer algo con aquel libro y le dio muchas vueltas. Pensó en un primer momento en purgar sus páginas de toda aquella moralina para dejar únicamente los escenarios con sus personajes, pero resultaba muy rebuscado y poco fidedigno. Y al final se decantó por una nueva creación para la que convocó a una docena de escritores cada uno de los cuales debía escribir sobre una droga distinta: Lara Moreno, Carlos Velázquez, Sara Mesa, Juan Gracia Armendáriz, Juan Bonilla, Mario Bellatin, Marta Sanz, Andrés Felipe Solano, Francisco Javier Irazoki, Manuel Astur, Richard Parra, José Ovejero y Jean François Martin. Sin olvidar el trabajo tremendamente expresivo y conciso del ilustrador francés Jean-François Martin, una "transgresión buscada" en torno los animales, que recrea el universo infantil, inocente y estereotipado con inusitada delicadeza.

"Tener a todos estos autores y reconocer en cada texto el estilo de cada uno de ellos, es un premio. Convencerles de que se desnuden (a algunos más que a otros) delante de su público desde un tema que siempre suscita controversia, temor, respeto, negación, es otro de los logros del libro", señala el editor. Desnudos como el del madrileño José Ovejero (1958) que confiesa por primera vez su adicción al sexo y desmadeja una alucinante biografía marcada por las citas compulsivas urdidas tras la consulta vertiginosa de los anuncios románticos por palabras de los periódicos. O como el del mexicano Carlos Velázquez (1978) que narra sus sucesivos e infructuosos divorcios con la cocaína: "Meterse coca es lo mismo que estar atrapado en un matrimonio en eterno conflicto. Rompes con la droga. Regresas a ella. Vuelven a tronar. Tienen sexo de reconciliación. Se gritan otra vez. Hasta que se divorcian. No existe nada más duro que la separación de bienes emocional con la droga. La coca cobra una factura exorbitante".

El escritor José Ovejero confiesa aquí por primera vez su adicción al sexo, una alucinante biografía marcada por las citas compulsivas

Opio, morfina, marihuana, MDMA, Talidomida, Lorazepam, alcohol, tabaco, tripis y base completan un recorrido que atraviesa el cielo y el infierno de la ebriedad en el que cada autor representa literariamente las drogas y sus consecuencias. "La bandeja está servida", advierte la introducción de 'Drogadictos', "creemos que hay para todos, convencidos como estamos de que la aspirina y el espidifen son el caviar y el champán de cada mañana".

Philip K. Dick declaró en una entrevista a Rolling Stones que todas sus novelas sin excepción las había escrito bajo los efectos del 'speed'. William S. Burrouhgs se chutó heroína durante décadas. A Tennessee Williams lo encontraron muerto rodeado de papeles, pastillas y con dos botellas de vino abiertas sobre su mesilla en una suite del Elysée, un pequeño hotel a tiro de piedra de Broadway, en Nueva York. El informe del forense determinó que se había atragantado con el tapón de plástico de una botella de colirio que solía colocarse bajo la lengua cuando se aplicaba el líquido en los ojos. Esta autopsia fue rectificada más tarde: el cuerpo de Tennessee guardaba restos del barbitúrico fenobarbital y sus amigos sospecharon que la historia del tapón era en realidad una tapadera para ocultar el colofón final a una vida desnortada por el alcohol y las drogas.

Literatura Drogas Libros
El redactor recomienda