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Faldas, ludópatas y magnates: un guionista en las tripas del Hollywood clásico
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Faldas, ludópatas y magnates: un guionista en las tripas del Hollywood clásico

Cuando Daniel Fuchs dejó Nueva York para probar suerte en Hollywood no se imaginaba lo que allí se encontraría: un lugar estrafalario, enloquecido y tremendamente efervescente

Foto: Cámara y sonidista grabando el rugido del león de la Metro en 1928
Cámara y sonidista grabando el rugido del león de la Metro en 1928

"¿Y tú qué tipo de guionista eres?", le preguntaron una vez a Daniel Fuchs (Nueva York, 1909 - Los Ángeles, 1993). "Hay quien dice que eres bueno, otros me dicen que apestas". Fuchs no pasó a la historia del cine como uno de los mejores guionistas de Hollywood. Ni siquiera llegó a cobrar como un guionista de primera y, en la cima de su carrera, como mucho ganó como uno de segunda. Con 'Quiéreme o déjame' (1955) estuvo nominado al oscar. Y lo ganó. Algo tan de francotirador como la virtud del observador paciente que le permitió recopilar sus 'Historias de Hollywood' -que edita ahora Gallo Nero- mientras se paseaba de sarao en sarao y por las tripas de una industria estrafalaria, enloquecida... y terriblemente efervescente.

La portada de 'Historias de Hollywood''Historias de Hollywood' disecciona desde dentro las bambalinas de un Hollywood que se enfrentaba por primera vez a su propia decadencia, arrastrado por la crisis de las grandes 'majors', a través de seis relatos de ficción y tres textos autobiográficos que el guionista escribió durante los más de 50 años en los que formó parte de la industria, desde su llegada a Los Ángeles en 1937, con 28 años, hasta finales de los 80. "Como todo el mundo sabe, el negocio del cine no es lo que solía ser". Una afirmación atemporal y reciclable hasta el infinito con la que Fuchs ilustró el cambio que estaban sufriendo los estudios, que en sus tres décadas de vida sólo habían conocido el ascenso hacia la cima. "Para muchos de los que solíamos trabajar en los estudios, los agradables y sobredimensionados cheques que llegaban todos los jueves se han detenido. El golpe fue suave, fundamentalmente porque cuando la crisis comenzó a gestarse no podíamos creer, o no queríamos, que supusiera una amenaza para nosotros".

Cuando Fuchs recaló en Los Ángeles, su contrato era de 13 semanas al año, tenía una deuda de 600 dólares con su agente y ni siquiera podía permitirse comprar un coche. Había llegado desde Saratoga Springs (Nueva York) después de que la Metro comprase uno sus relatos con la intención de adaptarlo a la gran pantalla. El traslado y el subsiguiente puesto de guionista formaban parte del trato y en Hollywood eran capaces de olfatear el talento igual que un cerdo trufero.

Europa andaba medio enzarzada en los preliminares de una Segunda Guerra Mundial y mientras en la costa oeste de Estados Unidos se dedicaban a fabricar fantasías. A ese lado del charco, los inmigrantes judíos levantaban una tras otra productoras, distribuidoras, exhibidoras. Las jóvenes 'starlettes' dejaban su pueblo de Oklahoma, se depilaban la frente y las cejas, se teñían el pelo y se lanzaban en busca del estrellato, mientras cualquiera con un mínimo espíritu aventurero buscaba como un zahorí una cara, una historia, una firma con la que dar el pelotazo. "La gente llegaba desde todos los rincones del país, desde países extranjeros. Estaban empezando de cero, con sus propias costumbres, sus propias ideas sobre la personalidad".

La gente llegaba desde todos los rincones del país, desde países extranjeros. Empezaban de cero

Fuchs llegó como un tipo de apenas 28 años que publicaba de vez en cuando relatos cortos en 'Collier's' o 'The Sunday Evening Post' para complementar su modesto sueldo de maestro "sustituto permanente" en una escuela pública de Brooklyn. "La gente no entiende lo duro que es el trabajo de maestro incluso en las mejores condiciones". Por ello, en vez del de alcohólico, tahúr o putero le tocó el papel de guionista didáctico que causaba una especie de respeto reverencial entre sus compañeros y colaboradores.

A veces oculta los nombres, a veces da sólo iniciales y otras casi los deletrea, dependiendo del pecado del pecador. En 'Historias de Hollywood' Fuchs captura la locura y el caos de un negocio al que los pioneros habían llegado con ganas acción y de hacer chanchullos. "Como el elegante director al que por comodidad he bautizado con el nombre ficticio de Fitzwilliam, que también provenía de un pasado aventurero y oscuro. Había sido contrabandista, boxeador profesional, había participado en aventuras empresariales viles y degradantes, también había viajado por las solitarias localidades del Lejano Oeste medio siglo antes". El nuevo oro eran las sales de plata.

Hollywood puede ser tan descabellado y descorazonador como dicen. Pero nos gusta

En sus 30 años como residente de Beverly Hills, Fuchs se permitió además ir saltando de fiesta en fiesta, de chismorreo en chismorreo, como testigo de excepción de los enredos emocionales de tal o cual director y su actriz protagonista, de cómo cierto ejecutivo se jugaba su propio estudio al completo en una partida de cartas o cómo otro respetable encorbatado de la Warner Bros. había montado una casa clandestina de loterías y apuestas hípicas en un anexo a su despacho, oculto, por supuesto. "Hollywood puede ser tan descabellado y descorazonador como dicen. Lo que pasa es que nos gusta. No sabríamos cómo vivir en ningún otro sitio".

Hollywood era una olla a presión, el caldo de cultivo perfecto para cualquier historia de faldas o de tiros. O de las dos cosas. Sin ir más lejos, 'Quiéreme o déjame' (1955), cuenta su guionista, se basa en un hecho real que ocurrió en una colina real del Hollywood real: en los años 20, la famosa cantante Ruth Etting estaba liada con un representante de no muy buenos modales al que llamaban Moe 'El cojo' Snyder porque era, obviamente, cojo. El punto final del 'affaire' lo puso una de las balas que disparó Moe 'El cojo' contra otro hombre que resultó ser la tercera arista de un triángulo amoroso que, además de un escandalazo omnipresente en los tabloides de la época, fue la piedra filosofal con la que Fuchs transformó un puñado de páginas de papel y tinta en una estatuilla de oro con la cara del tío Oscar.

Los líos de camas eran el pan de cada día en el set de rodaje. En su cuento 'Por triplicado', Fuchs escribe: "La joven actriz J... B... experimentaba los primeros sufrimientos de su romance con el director de la película de la que era protagonista [...]. La actriz era asustadiza, nueva en el sexo. [...] El director, James F... tenía siempre una limusina Packard aparcada justo en el exterior del plató [...] y, durante las esperas para el montaje de las cámaras, los dos salían corriendo hacia la limusina para disfrutar de media hora de placer robado y reaparecían más tarde en el plató, donde continuaban con su trabajo cuando la iluminación y las cámaras estaban listas".

La meca del cine era entonces una industria en continua mutación en la que un día uno estaba arriba -con suerte, si llegaba- y al otro, tras permitirse encadenar un número máximo de fracasos, se convertía en un paria y un apestado. "William Drice [probablemente un nombre inventado] había sido el jefe de Domino dos años antes. Estaba acabado ya, pero no había sido capaz de darse cuenta". "Siempre que uno se encontraba con Drice, este tenía algún plan que lo iba a devolver a su antigua gloria. Todas las noches iba a los diferentes locales de la cadena Brown Derby, al Trocadero o al Anatole fingiendo que seguía en la cima, que seguía siendo un pez gordo, actuando como un Erich von Stroheim medio loco".

Mayer había perdido todo el favor. Lo vi una noche en una fiesta: pasaba el tiempo a solas en un rincón

Cualquiera podía caer. Incluso el antes todopoderoso Louis B. Mayer, uno de los socios fundadores de la Metro Goldwyn-Mayer, conocido por dirigir el cotarro a voz en cuello y llevando a su séquito de aquí para allá, "como un zar". "Cuando tras la guerra regresé a la Metro por un encargo, estaban produciendo 'El cartero siempre llama dos veces', un film de la categoría violenta a la que Mayer se oponía con todas sus fuerzas; me advirtieron seriamente, por mi propio bien, que jamás hablara de esta película en voz alta: estaba en frase de producción en los estudios y debíamos comportarnos como si no existiera. Mayer no podía ni oír hablar de ella". Sin embargo, el zar acabó bebiendo a solas por las esquinas de las fiestas, como es el ciclo natural en un hábitat en el que uno sólo se puede pavonearse por el defecto de arrugas o el exceso de billetes. "Años más tarde, cuando las cartas cambiaron de manos y Mayer, perdido todo el favor, había abandonado los estudios, lo vi una noche en una fiesta: pasaba el tiempo a solas en un rincón. Ya nadie estaba obligado a prestarle atención".

Fuchs también tiene tinta para las excentricidades de otro de los grandes popes, el productor Samuel Goldwyn. El guionista lo retrata como un hombre atractivo, alto, estiloso y culto, que obligaba a sus trabajadores a leer y a cultivarse y que tenía, además, un sentido del humor peculiar: "Nunca te fíes de un vegetariano", decía Goldwyn. "Ninguno de ellos es sincero. En mitad de la noche, cuando nadie los mira y todos duermen, se van a la cocina y sacan un trozo de pollo o un filete de la nevera y se los comen. Están siempre igual".

Lo peor es valorar los errores, los guiones en los que uno ha trabajado y que acaban en una estantería

Frivolidades y chascarrillos aparte, Fuchs también reflexiona en 'Historias de Hollywood' sobre el oficio de la escritura y la insatisfacción del autor exigente consigo mismo que se debate entre la necesidad de escribir lo que le dicta la víscera y la comodidad del sueldo fijo, horario fijo y plaza de aparcamiento fija -aunque no tuviese con qué llenarla- que le proporcionaba el trabajo de estudio. "Los críticos y los mirones que se atormentan por la suerte del guionista de Hollywood desconocen el verdadero sufrimiento que acompaña a este trabajo. Lo peor es la tristeza de las soleadas tardes muertas en las que uno valora los errores, los guiones en los que ha trabajado y en los que tenía grandes esperanzas y que acaban en una estantería, cuando uno piensa en las montañas de guiones fallidos archivados en las diferentes productoras. En todo el tiempo pasado en los estudios conseguí inscribir mi nombre en poco más de una decena de películas, en su mayor parte indignas de ser recordadas, UNA de ellas de un gran éxito".

"¿Y tú qué tipo de guionista eres?", le preguntaron una vez a Daniel Fuchs (Nueva York, 1909 - Los Ángeles, 1993). "Hay quien dice que eres bueno, otros me dicen que apestas". Fuchs no pasó a la historia del cine como uno de los mejores guionistas de Hollywood. Ni siquiera llegó a cobrar como un guionista de primera y, en la cima de su carrera, como mucho ganó como uno de segunda. Con 'Quiéreme o déjame' (1955) estuvo nominado al oscar. Y lo ganó. Algo tan de francotirador como la virtud del observador paciente que le permitió recopilar sus 'Historias de Hollywood' -que edita ahora Gallo Nero- mientras se paseaba de sarao en sarao y por las tripas de una industria estrafalaria, enloquecida... y terriblemente efervescente.

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