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La crucial travesía del 'Paul Lemerle', el barco en el que nació la izquierda moderna
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Jon Juaristi publica 'Los árboles portátiles'

La crucial travesía del 'Paul Lemerle', el barco en el que nació la izquierda moderna

El escritor narra en su último ensayo la peripecia del destartalado carguero que partió de Marsella en 1941 repleto de fugitivos de los nazis. Entre ellos: Victor Serge, Breton y Lévi-Strauss

Foto: El carguero 'Capitaine Paul Lemerle'
El carguero 'Capitaine Paul Lemerle'

Una civilización que se desmorona, un grupo de fugitivos desesperados y un barco. El 25 de marzo de 1941 zarpó del puerto de Marsella hacia la isla de Martinica en el caribe francés el 'Capitaine Paul Lemerle', un destartalado carguero en el que viajaban dos centenares de pasajeros que huían del fascismo. La Segunda Guerra Mundial barría Europa desde hacía ya de dos años, Francia había caído en manos de los nazis y escritores, pintores, científicos e intelectuales revolucionarios, la mayoría desconocidos entre sí, se hacinaban en la cubierta con su derrota a cuestas. Tres de ellos habían sido ya protagonistas de algunos de los hechos cruciales de la primera mitad del siglo y, tras su encuentro en aquel barco, iban a marcar también la segunda.

Foto: Detalle de portada de 'Años felices' de Gonzalo Torné

Aquella travesía trasatlántica en la que cruzaron sus destinos el revolucionario ruso Victor Serge, el fundador del surrealismo André Bretón y el etnólogo y principal impulsor del estructuralismo Claude Lévi-Strauss brindaba la mejor historia posible al escritor Jon Juaristi (Bilbao, 1951) y así se decidió a narrarla en 'Los árboles portátiles' (Taurus, 2017). El ensayo llega a finales de este mes a las librerías españolas cuajado de peripecias novelescas, de digresiones fascinantes por la historia del siglo, de aventura, humor, tragedia y drama.

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PREGUNTA. El 25 de marzo de 1941 parte de Marsella hacia Martinica el 'Capitaine Paul Lemerle' repleto de fugitivos del fascismo. ¿En aquel carguero nació el llamado marxismo cultural?

RESPUESTA. Fue un espacio en el que coincidieron distintos personajes que van a tener un papel de primer orden en la construcción de los grandes mitos progresistas de la segunda mitad del siglo XX. Diría que en aquel viaje surgen tres cosas importantes. En primer lugar la alianza de las vanguardias artísticas con los movimientos anticoloniales identitarios. Lo que identifica a estos movimientos anticoloniales y nacionalistas en general es su estrecha relación con las vanguardias en lugar de la alianza con el folklore que los había caracterizado a finales del XIX y la primera mitad del XX. El primer vanguardista anticolonial, el cubano Wifredo Lam, viajaba en el barco y otro de los pasajeros, André Breton, se encontrará a su llegada a Martinica con el poeta Aimé Cesaíre, quien fundará el surrealismo negro.

En segundo lugar, en el 'Capitaine Paul Lemerle' se fragua el estructuralismo con el encuentro entre Breton y Claude Lévi-Strauss. Y por último, nace una nueva izquierda al coincidir exiliados luxemburguistas y troskistas como Victor Serge. Y es curioso porque estos personajes que en aquella travesía eran de extrema izquierda volverán unos años después a Europa como anticomunistas a tiempo completo y la mayor parte de ellos con contactos estrechos con la CIA.

P. Pero aquellos extremistas de izquierda lo eran ya de una izquierda antiestalinista, ¿no?

R. Hay que pensar que Trotski acababa de ser asesinado el verano anterior en México así que la llegada de Serge a América es fundamental. Toma contacto con la vieja guardia troskista, con Natalia Sedova, la viuda del revolucionario ruso, y con unos incipientes izquierdistas mexicanos como Octavio Paz y otros. Su papel definirá la nueva izquierda, el alma del progresismo durante la segunda mitad del siglo XX.

P. Por cierto que marxismo cultural es un concepto polémico. Si lo buscas en Google la primera entrada que sale es una de wikipedia que advierte que el contenido está en discusión. Y la segunda es de la metapedia, la wikipedia nazi, que asegura que el marxismo cultural es una exitosa conspiración mundial para destruir los valores occidentales. ¿Ni tanto ni tan calvo?

R. La teoría de una conspiración internacional está en las antípodas de lo que yo cuento en este libro. De hecho lo que describo es un origen completamente aleatorio. Tenían cierta razón los surrealistas cuando acuñaron lo del "azar maravilloso". Se producen unos encuentros casuales que no tenían por qué haberse dado. Es el caso de Breton y Lévi-Strauss. Ninguno de los dos sabía que el otro iba en el barco hasta llegar a Casablanca cuando, en la cola para entrar en la ciudad, un policía pronuncia en voz alta el nombre de Breton. Y entonces Lévi-Strauss lo escucha y se presenta.

La teoría de una conspiración internacional está en las antípodas de lo que cuento. El origen de aquello fue completamente aleatorio

P. ¿No sabían que iban juntos?

R. No porque viajaban en lugares diferentes, Breton en la cubierta y Lévi-Strauss, como un rey, en uno de los dos únicos camarotes.

P. Describe el barco como un lugar bastante infame, "un campo de concentración ambulante".

R. Era un carguero. Como no encontraba un buen término de comparación, apelé a 'Éxodo' de Preminger, la película en la que un barco transporta a refugiados judíos centroeuropeos supervivientes del Holocausto a Israel. Este era muy parecido, un carguero adoptado de forma chapucera para llevar pasaje, no un trasatlántico de lujo ni mucho menos.

P. Tres hombres destacan entre el pasaje. El primero es el comunista antiestalinista Victor Serge, un conspirador internacional al que compara con el Víctor Laszlo de Casablanca y que encarna una extraña paradoja: la de aquellos revolucionarios que fueron los primeros en denunciar el totalitarismo soviético sin renunciar, sin embargo, a la revolución.

R. Susan Sontag aseguraba que a Victor Serge le faltaron unos años para llegar a aceptar que la revolución rusa había sido una chapuza. Por su parte Isaiah Berlin decía que la discrepancia fundamental radicaba en considerar la revolución de octubre como tal o más bien como un golpe de estado de una banda de aventureros contra la democracia instaurada en Rusia en febrero de 1917. Ni Trotski, ni Serge ni la izquierda disidente bolchevique llegaron a aceptar eso. Fueron dándose cuenta progresivamente del verdadero carácter de lo ocurrido pero sin ser capaces de condenar en bloque lo que no constituía "un estado obrero degenerado" sino un estado totalitario desde su origen, y condenar de paso su propia intervención en los hechos. Debían poner a salvo su alma.

Freud no tenía la menor duda de que Breton era una especie de loco peligroso y los surrealistas una banda de orates

P. El segundo protagonista es André Breton, el Papa del surrealismo. Y Papa no por casualidad, describes un movimiento cuasi religioso y romántico que desagradaba profundamente a sus padres putativos, Freud y Trotski.

R. Ni Trotski ni Freud dieron el visto bueno a las ideas de Breton por mucho que este buscase su bendición. Freud, que era absolutamente clásico en sus gustos estéticos, no tenía la menor duda de que Breton era una especie de loco peligroso y los surrealistas una banda de orates. Y a Trotski lo que le gustaba era la literatura social francesa y rusa del XIX. Las especulaciones surrealistas le parecían, a él que era un ateo ferviente, una especie de ventanita abierta al más allá.

P. Cuenta que, tras la invasión de Francia y meses antes de embarcar en el 'Capitaine Paul Lemerle', encontramos a Breton en la Provenza indagando las causas de la derrota en las profecías de Nostradamus sin reconocer su responsabilidad después de “haber minado durante medio siglo la cultura del liberalismo y alimentando las fantasías colectivas de la humanidad en aras de utopías humanitarias”.

R. Sin duda, de hecho el periplo de Breton termina con una revolución en Haití que llevará al país a la dictadura de los Duvalier. Como agente político y brazo intelectual de la revolución, Breton es una perfecta catástrofe. También un calculador dotado de una gran estrategia comercial para mantenerse siempre en el candelero.

P. El tercer gran protagonista de ‘Los árboles portátiles’ es el etnólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss. Describes su búsqueda intelectual como la rousseauniana del buen salvaje. ¿Qué pesa más en esa búsqueda, el deseo esencialista de descubrir el nucleo originario y bondadoso del hombre o su uso como enmienda a la totalidad de la civilización?

R. Sí, en Lévi-Strauss hay un rechazo de la civilización y una búsqueda utópica de formas de vida simples y transparantes. Y para eso le sirve Rousseau. Pero desde sus primeras investigaciones le atenaza la decepción porque los pueblos con los que se encuentra se hallen ya muy aculturados. Creo que eso tiene que ver con su propia condición de judío francés que nunca ha llegado a sentirse asimilado. En Brasil toma contacto con los caduveos que ya ni entienden el sentido de sus propias pinturas tribales aunque cree que lo nambiquara sí son algo más puro aunque ya irremediablemente contaminado.

Los movimientos anticoloniales serán identificados como el nuevo sujeto revolucionario y acabarán dando lugar a unas satrapías de cuidado

P. Al fin del viaje y de su narración de aquellos diez años que “precedieron a tu nacimiento” los describe como la historia de una derrota pero, ¿no reinan hoy en realidad aquellas ideas en todas partes, de las universidades occidentales con sus estudios culturales al matrimonio gay?

R. Jaja, no llega a tanto pero es verdad que el mundo de la creación aleatoria de identidades y nuevos sujetos es el nuestro. Ya el marxismo de la primera mitad del siglo desconfiaba del proletariado que no parecía muy dispuesto a hacer la revolución. ¿Cuál podría ser entonces el nuevo sujeto revolucionario? Los pueblos colonizados. Esa tesis se generalizará durante la guerra fría pero los movimientos anticoloniales acabarán dando lugar a un conjunto de satrapías de cuidado. El estructuralismo tendrá recorrido como teoría de las ciencias humanas en las universidades europeas y americanas -algo menos en las soviéticas pese a deber tanto al formalismo ruso- hasta los años ochenta cuando las nuevas ciencias cognitivas lo arrumban. Y en cuanto a la nueva izquierda, tuvo su última oportunidad en el 68 cuando puedo hacer una revolución y no la hizo.

P. ¿Y no quedan restos en los nuevos populismos de hoy?

R. No, aquello era un marxismo libertario con el que no se llegaba a ninguna parte pero que no tiene nada que ver con lo de hoy.

P. ¿La llegada de Trump y el auge de los particularismos identitarios populistas frente a un universalismo cosmopolita que parece en retirada nos advierte que nunca debemos dar por garantizada la flecha del progreso?

R. Lo que ha sucedido en Estados Unidos es peculiar y tiene un componente religioso muy claro. La América profunda de iglesias evangélicas de la parte central del país, entre las dos costas progresistas, está viviendo en los últimos años una tensión apocalíptica tremenda. Siempre tendió a ella pero se controló durante la guerra fría porque el mal eran claramente la URSS y sus misiles que podían desencadenar el Armagedón de un momento a otro. Pero al caer la URSS estos movimientos milenaristas que esperan la llegada de Cristo -a difencia de los católicos acostumbrados ya a la decepción de esa segunda venida que nunca llega- son los que han cobrado ahora especial importancia en la victoria de Trump.

P. ¿La apuesta de la sociedad abierta necesita renovar su márketing en estos tiempos convulsos donde el cierre antropológico parece entender mejor, y seducir así, la naturaleza humana tribal?

R. Parece que sí. El otro día en una conferencia un amigo diplomático me decía que la gente de nuestra generación apreciamos mucho la democracia liberal, casi en un 80%. Pero sin embargo sólo entusiasma al 30% de las nuevas generaciones...

Una civilización que se desmorona, un grupo de fugitivos desesperados y un barco. El 25 de marzo de 1941 zarpó del puerto de Marsella hacia la isla de Martinica en el caribe francés el 'Capitaine Paul Lemerle', un destartalado carguero en el que viajaban dos centenares de pasajeros que huían del fascismo. La Segunda Guerra Mundial barría Europa desde hacía ya de dos años, Francia había caído en manos de los nazis y escritores, pintores, científicos e intelectuales revolucionarios, la mayoría desconocidos entre sí, se hacinaban en la cubierta con su derrota a cuestas. Tres de ellos habían sido ya protagonistas de algunos de los hechos cruciales de la primera mitad del siglo y, tras su encuentro en aquel barco, iban a marcar también la segunda.

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